Una muestra
palpable son algunos escritos, palabras más, palabras menos:
“Chávez está poniendo la torta, pero conste que sigo fiel al
comandante”. “El presidente es bueno, pero sus ministros no sirven:
son unos burócratas boliburgueses que no hacen nada; pero yo sigo con
el proceso”. “A Chávez lo tienen engañado sus asesores y quienes
lo informan, pobrecillo, pero lo amo”.
Fíjense
bien: en este escrito el protagonista no es Chávez, ni sus ministros,
ni siquiera la obra de gobierno con sus errores y aciertos. El personaje
es la izquierda oficial venezolana, que siente
un terrible complejo de culpa al criticar al
comandante. Y digo “la venezolana” porque no ha sido lo mismo en
esferas internacionales; para probarlo están Dieterich, Petras
y Mestzaros, a quienes ahora expulsarán de sus panteones. Aquí
regañarán a Freddy Gutiérrez y a Luis Britto García. Si acaso a Irma
Barreto. A mí me ignorarán porque
¿quién soy? ¿Sólo pueblo? ¡Bah!
¿Otra curiosidad?
Aceptar lo que para otros no se acepta:
“Razones de Estado”. Pregunto:
¿Cuándo los norteamericanos adoptaron su
“Ley Patriota”, no lo hicieron por
SUS razones de Estado? ¿Y cuáles razones los llevaron a Irak
y Afganistán? ¿Y Colombia, por razones de Estado no convino el establecimiento
de las siete bases militares primero
repudiadas en reunión del ALBA, y ahora aceptadas en razón del
“ejercicio de SU soberanía”?
No entiendo nada, hermanos, pero mucho menos a esta izquierda oficial criolla: silenciosa, pacata y contrita.
Bueno, es
todo lo que quería escribir. Créanme que no me produjo felicidad ni
contento. Pero si no me creen, no se
angustien: aquí ya todos perdimos credibilidad.