¿Es posible una filosofía práctica? ¿Una filosofía afirmativa que, desde la alegría, eleve la potencia de existir y de actuar? ¿De ser así, podemos instalarnos en ella para aprender a vivir y, en fin, ir viviendo de vez en cuando? Para Dionisio, el dios griego, la vida no necesitaba ser justificada, no tendríamos que ganarnos la vida, sino experimentarla como permanente alegría. Así, hasta el dolor sería parte de esa experiencia. Del mismo modo, la política no sería sino un, tal vez, elevado modo de expresión de la alegría como sustancia constitutiva de la vida. “Modo que intenta superar los dolores más arduos”, dijera Nietzsche.
Nuestra potencia se despliega cada vez que se convoca a la esperanza, a saltar hacia delante superando toda inercia, toda costumbre del estado normal de las cosas. De manera que no se trata de un gracioso ejercicio de ociosidad intelectual el llevar a cabo una reflexión sobre las premisas que nos mueven. ¿Son la alegría y el placer, el goce de existir y la realización afirmativa del deseo? Hacer política desde esa posibilidad lleva a la libertad de aquellas alegrías que nos son comunes. Hacer política desde la acera de la carencia como la hace la oposición conduce al fascismo. ¿Será una casualidad que algunos sectores hagan política apelando a la muerte, la huelga de hambre, la masacre, el paro, el golpe?
Para Nietzsche, la vida es un camino hacia la santidad ininterrumpido por el dolor y la tristeza, pero hay demasiadas razones para bajarse de la cruz y, desde Zarathustra, “buscar siempre una afirmación más elevada que la simple reconciliación que se sustraiga de las contradicciones de la vida, haciendo llegar mis bendiciones de mi amor y mi alegría erguida en lucha, a todos los extremos, a todos los abismos, a todos los dolores, a todos los demonios que me agreden, a todas las dificultades de lo trágico que van a ser vencidas pues afirmación es alegría”.
La lucha de Dionisio es una odisea olímpica de héroe y su tarea, no la tragedia asqueante producto de la venganza de la tristeza. Porque lo que mueve la aventura de Dionisio no es el miedo, el proteger la propiedad, por ejemplo, y su expresión patológica: la rabia y la tristeza. “El héroe es alegre y vive feliz hasta cuando enfrenta el dolor que le propinan los tristes y resentidos, esto es lo que han ignorado hasta ahora los autores de la tragedia”, afirma Nietzsche. El castigo supone que quien sufre paga con pena y redime su culpa. Nada más lejos de Dionisio. El sufrimiento es un ultraje revulsivo que crea conciencias infelizmente hostiles contra el cuerpo y sus goces, esto siempre es un medio de negar la vida. Aquel que convoca al sufrimiento es un reaccionario que existe alejado de la riqueza estimulante de un Nietzsche subversivo que restituye la vida a su lugar de una manera “maldita”; o lo que es lo mismo, diciendo las cosas de otro modo, restituyendo a la palabra su don salvaje: Revolucionario.
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