La constitución del Sujeto

Un proceso de cambios sociales que se reclame a sí mismo de revolucionario, no puede aspirar a otra cosa que no sea la construcción de una máquina deseante hege­mó­nica. Hablar de hegemonía es entender las oportunidades del momento de una crisis orgánica y los saltos y transiciones que pueden ser posibles; es adentrarse en un campo de prácticas y discursos capaces de producir articulaciones que pueden o no, permitir la inteligibilidad o lectura de la sociedad desde “un punto de vista” y no otro. Esto es: fábrica de sujeto. Dicho de otra forma, es el modo extenso y de expresión de una ideología (entendida ésta como campo de representaciones) hecha sensibilidad política colectiva. O sea, discurso y práctica de la vida cotidiana, como fórmula de realización del deseo mudo, con un margen de discrepancia cerrado y, abierto; y este no es un juego de palabras, una ironía o una paradoja, es un universo de significado comúnmente compartido en una fórmula de consenso, en torno a un conjunto articulado de “per­mi­siones” válidas para la convivencia social. Legitimidad no es otra cosa que corporeidad bio­po­lítica del biopoder de los discursos, cuando éstos hacen carne en el deseo. “La fórmula del sujeto”, su clave de acceso, se encuentra en un tipo de relación; en la producción de los instantes-acontecimiento de una hegemonía. Los efectos-pasiones restallan, desde el modo de expresión de las nuevas formas de enunciación de una subjetividad política colectiva emergente. La manera de decir las cosas es un indicador de lo que estamos viendo y sintiendo. Un Sujeto es el momento político de una forma de conciencia; la época de una nueva manera de resignificar. Queremos decir, una distinta forma de ser que se despliega y consolida aspirando a la totalidad de un ser social que conquista la posición estratégica. Laclau entiende que el sujeto no es permanente, habla de “posiciones del Sujeto”, para lograr un mapa situa­cional de sus momentos y condensaciones al interior de un proceso, sus condiciones discursivas y de materialización real. Por eso, no hay que confundir Sujeto; con partido, pueblo, clase o vanguardia. Se acerca más a la idea de Negri, de Clase-Multitud, si entendemos que es su forma de realización concreta y no tan sólo una aspiración. Es el principal producto de una revolución, en tanto que posición discursiva que resuelve la contradicción entre lo contingente y lo trascendente; entre dispersión y unificación. Por eso, es al evento revolucionario, el momento superior, la síntesis no metafísica ni esencialista. Como no es un ser, un espíritu, una esencia o una sustancia, podemos verlo en distintos eventos de la historia, por ejemplo: hace 200 años por toda América Latina; en el movimiento mundial de resistencia contra la invasión a Vietnam; en las luchas de los pueblos indígenas, o el momento pueblo que restituyó a Chávez aquel 13 de Abril. La constitución de un Sujeto será tan permanente o tan efímera como sea de poderoso el efecto unificador de los signos ideológicos de un proceso, que aspira a vencer la dispersión y contaminación discursiva, del descen­tra­miento que produce la metafísica liberal, que ve en la ma­sificación y mis­tificación homogeneizante del individuo “su legítima aspiración, a la realización de una identidad humana esencialis­ta sin distinciones o singularidades”, dirá Laclau. Creemos que retomar el debate sobre la constitución del Sujeto tiene mucho que ver con lo que estamos haciendo o dejando de hacer los revolucionarios en los tiempos que corren.

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Juan Barreto

Periodista. Ex-Alcalde Metropolitano de Caracas. Fundador y dirigente de REDES.

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