Para los revolucionarios, tanto del pasado como del presente, el cambio que debe provocarse en las relaciones económicas mediante el socialismo -al abolirse la propiedad privada de los medios de producción- serían determinantes para que la sociedad acceda a los niveles de bienestar, seguridad y felicidad compartida que la explotación y el afán exagerado de ganancias del capitalismo le ha impedido.
Así, en todo momento, el socialismo se ha planteado una transformación radical de las estructuras económicas y políticas como paso previo para la transformación, a su vez, de ese orden social que las legitima, una cuestión que representa un nudo gordiano para todos los revolucionarios en vista de la enorme carga representada por tantos siglos de hegemonía capitalista en la psiquis de las personas, a tal grado que ha envilecido su mismo sentido de supervivencia, sometiéndolas a una anomia que amenaza disgregar todo concepto de ciudadanía y de civilización.
Esto nos obliga a situar al socialismo revolucionario en la realidad que vivimos a diario, partiendo de los estudios permanentes que nos permitan diseccionarlo, procesarlo y redefinirlo, de forma que sus elementos primordiales no se diluyan en medidas simplemente reformistas, dejando intactas las estructuras capitalistas y, con ello, abortar la posibilidad de un proyecto histórico aun por construir.
El socialismo no podría, por consiguiente, aceptarse como una construcción única, aplicable por igual en todas las naciones, sin atender a las condiciones específicas de cada una de ellas, sus raíces históricas, sociales y culturales. Debe enriquecerse con las vivencias diarias de las luchas sociales y los avances que vaya protagonizando el pueblo, ejerciendo presión sobre las instituciones públicas para que dejen de actuar según el viejo orden que se busca reemplazar y destruir. Esto supone un cambio interno de los revolucionarios, de manera que exista la posibilidad de un cambio real y no simplemente retórico. Cambio que debe manifestarse en la relación fraterna con sus semejantes, sin el complejo inducido de querer ser más que los demás, puesto que sería falsa su convicción de revolucionarios. Esto significaría situar el socialismo en la realidad que vivimos a diario, marcando una diferenciación absoluta con los paradigmas imperantes, de tal modo que la condición de revolucionarios exteriorizaría nuestra conducta en cualquier ámbito en que nos desenvolvamos.-
*Maestro ambulante.
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