Pensar la revolución no es una cuestión estrictamente abstracta e intelectual. Pensar la revolución es pensar como construirla, como comprenderla, como dotarla de sentido, como producir y transmitir valores y significaciones desde el punto de vista cultural y comunicacional. Que como sabemos, en los últimos tiempos ha pasado a ser una dimensión central de la construcción del imaginario colectivo.
Pensarla para transformar la cotidianidad que no nos gusta, las injusticias que nos oprimen, combatiendo los falsos cánones que nos distraen y nos conducen a la desidia, al desánimo. Es de alguna manera generar un amplio proceso de participación que permite a las comunidades, al pueblo, a esa multitud insurgente tomar el control de las decisiones y acciones fundamentales sobre lo público, y en fin sobre lo político.
Entonces, la revolución en práctica es lo que hacen nuestros hermanos de la red de inquilinos, de los pobladores, de los movimientos sociales, que organizados y colectivamente ejercen la fuerza creadora del pueblo, nacen como expresión orgánica y logran hoy el reconocimiento de un liderazgo emergente, local, anclado en los valores esenciales de la participación y la democracia radical.
La conformación de estos distintos y diversos espacios y su impulso desde la revolución bolivariana, hacen posible que a través de estas instancias de participación, articulación e integración entre espacios comunitarios e instituciones, el pueblo organizado ejerza el poder constituyente como ejercicio de la democracia directa. Junto a ello, La Comuna forma parte de esta nueva visión, que transpone la tradicional división político-administrativa para plantear un enfoque integral del territorio, entendido como una construcción social sustentada en la unión del sujeto múltiple de la revolución, mas la integración en red de distintos procesos económicos, sociales, culturales y políticos.
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