Si bien es perfectamente factible que los precios de las mercancías los fije ex ante la Contabilidad Burguesa, antes de que ellas sean ofertadas, no ocurre así con la más importante de las “mercancías” procesadas en la producción, con la mano de obra.
Efectivamente, durante el esclavismo se compraba la mano de obra y a sus poseedor. Durante el feudalismo, al trabajador se le obligaba a trabajar tierras ajenas y hasta allí. Durante el presente sistema económico la mano de obra circula como una mercancía, habida cuenta de que está prohibida la trata de esclavos y ninguna persona está obligada a trabajarle gratis a nadie.
Es así cómo, un trabajador carente de medios de trabajo para aplicar su propia mano de obra y hacer mercancías, y vender estas, se ve obligado a vender su fuerza de trabajo; así lo hace a comerciantes, a fabricantes, a banqueros y al Estado burgués.
Las discusiones sobre cuánto vale la mano de obra desembocan en dos opciones contrarias, según los intereses clasistas: la burguesía afirma que su precio lo da el mercado en función de la calidad técnica del trabajador y el libre juego de la oferta-demanda, así como de la duración de la contrata laboral. El proletariado, por voz de los defensores del Comunismo, por los seguidores de Carlos Marx, sostienen que el patrono se limita a reconocer el valor de la cesta básica alimentaria o el sustento familiar, de manera que el trabajador sobreviva con su familia, garantice la continuidad de sí a través de su descendencia, y con ello vaya reciclando su condición de proletario. Que de esta clase social surja eventualmente otro burgués, precisamente, es algo azaroso, pero los burgueses suelen perpetuarse sistemáticamente como tales y la masa de los trabajadores suelen conservarse sin patrimonio alguno en materia de medios de producción, razón por la cual sistemáticamente se ven compelidos a vender su fuerza de trabajo al precio que los patronos decidan, según contratos civiles debidamente amparados y hasta amañados por el propio estado burgués, sus leyes burguesa, apoyados todos estos tasadores en el mercado que lo determinará por la pujanza entre oferta y demanda de trabajadores competentes, una pujanza que, en todo caso, favorece a la demanda ya que el número de los capitalistas es obviamente menor que el de los trabajadores activos y desempleados.
Pero bien miradas estas cosas, estamos de acuerdo con que, paradójicamente, la única mercancía cuyo precio sí fija el mercado es la fuerza de trabajo. Ciertamente, la valoración del valor agregado por el trabajador a la masa de objetos de trabajo involucrados diariamente durante la jornada promedia es realmente un imponderable. Veamos: En primer lugar debe determinarse la cantidad y valor del trabajo que cubra el valor de la cesta básica (salario), si nos atenemos al criterio marxista, con lo cual quedaría determinado el monto de la explotación por concepto de plusvalía. El segundo lugar, los precios de las mercancías encestadas para el sustento familiar del trabajador asalariado, si bien dependen de la producción, es el mercado el que termina fijándolos, concretándolos. Por esta razón podemos inferir que la fuerza de trabajo resulta vendida al precio que fije el mercado.
Por otra parte, el valor agregado por el trabajador es una variable en permanente dinamismo, al punto de que cada trabajador va perfeccionando su productividad con cada nueva experiencia laboral, y mal puede en ningún momento tasársele salario alguno en mercado alguno porque el precio que para la fuerza de trabajo pudo regir el mes pasado debe ser ajustado el mes entrante, céteris páribus.
Por esa razón, si bien el mercado fija el precio de la mano de obra salarial aquel se haya en constante desfasamiento y en consecuencia reconoce salarios que tienden a estar por debajo de su valor real. Mientras el fabricante se muestra sigiloso para darle entrada a los nuevos precios de sus materias primas y demás medios de producción, y así mantener actualizado su costo de producción, aunque este nunca revela la verdad así no opera el mercado para que el asalariado reciba, por lo menos, el verdadero y más actualizado valor de su productividad creciente, al margen de la cuota plusvalorativa de la explotación sufrida por concepto de plusvalía.
En síntesis: mientras la materia prima y los demás costes de producción perfectamente imputados en la fábricas son atribuidos al mercado, la mano de obra (la cesta básica, el salario) que sí es valorada en el mercado, termina siendo tasada por los patronos en la producción, según contratos bilaterales obreropatronales. Tal es la gran paradoja del mercado.
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