En la sociedad postmoderna el valor del trabajo se presenta en forma biopolítica. ¿Qué quiere decir esto? Quiere decir que el valor ya no se puede analizar ni medir en modo alguno según cantidades temporales simples ni tampoco según consecuencias complejas, porque vivir y producir llegan a ser lo mismo, y tiempo de vida y de producción se han hibridado cada vez más. Cuando decimos biopolítico, significa que la vida está completamente impregnada de condiciones y actos artificiales de reproducción, y significa asimismo que la naturaleza se ha socializado y se ha convertido en una máquina productiva, en este escenario el trabajo se recalifica por completo.
Esta idea involucra el cambio de la tradicional sociedad de la dominación y sus distintos aparatos de coerción, a un nuevo tipo de organización caracterizado por una red que permite el ejercicio del poder directamente desde el cerebro de las personas. Se trata de la sociedad del control: Intensificación de la normalización disciplinaria hasta alcanzar las prácticas más íntimas de la vida cotidiana, redes flexibles y fluctuantes que organizan los procesos de subjetivación regulando la vida desde su interior, siguiéndola, interpelándola, absorbiéndola, permanentemente rearticulándola. El poder es una lógica que sólo puede alcanzar un dominio efectivo cuando empieza a ejercerse sobre la vida y luego desde ella. Es decir, cuando es garante de las funciones vitales, al punto que cada individuo le suscribe en forma activa, voluntariamente.
En el caso de la sociedad capitalista, el biopoder prolifera desde el dinero y el lucro que actúa como Significante Amo de toda relación, pues se trata de una máquina instalada en las estructuras fundamentales de las formas del lenguaje donde se establecen los vínculos de reconocimiento y parentesco que se hunde en las profundidades de los cuerpos y las conciencias. El poder metamorfoseado en biopoder, se expresa como relación de mando y obediencia a ciertas órdenes ahora impresas en el propio ADN del cuerpo social. El concepto que celebramos hoy, fue ideado por Foucault, parafraseando a Marx cuando anunciaba al capital como “la fuerza bruta organizada que se ejerce sobre la suma de todas las aptitudes físicas e intelectuales que residen en la corporalidad”, transformando “…potencia y sustancias en mercancía que en doble movimiento también crea las condiciones de su propia realización”, de manera que el cuerpo vivo es sustancia de todo valor. Al capital le interesa saturar de control al cuerpo y para ello coloca en el centro del asunto al bios y a su subjetividad, para que ella entre en máquina de esta lógica y, así, pueda ser comprada, vendida y siempre controlada desde dentro de sí misma; haciendo de la subjetividad su propia custodia. Es la estrategia de un mapa contractual que no puede ser trasgredido. En política siempre se trata del poder y precisamente por ello, para hacer política revolucionaria, siempre se trata de articular formas de lucha que sean asimismo contestación y la formación de una nueva hegemonía, un contrapoder. Desmontar las estrategias contenidas en los engramas profundos de las lógicas de sentido del poder del capital va mucho más allá de la tarea necesaria de ganar una elección u ocupar algún espacio de poder. Sería irónico pretender el poder por el poder mismo, es decir, obtenerlo para reificarlo y reproducirlo. El deber revolucionario es minarlo y debilitarlo hasta destruirlo para que surja la libertad. Afortunadamente tenemos a Foucault, como faro entre la niebla y los arrecifes del biopoder, anunciando caminos que impactan al cuerpo y a su subjetividad.
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