Nos acercamos al tercer sexenio de Gobierno bolivariano con la exigencia de profundizar las tareas de transición del capitalismo dependiente al socialismo del siglo XXI. Como sabemos, son enormes los éxitos en todos los órdenes que pueden exhibirse, pero infinitamente mayores los retos, esperanzas, sueños y segmentos de utopía por realizar. La marcha en esa dirección es la razón de ser de la lucha y, además, de esa marcha depende la consolidación de lo hasta ahora construido. Nada está firme, porque si la revolución se detiene se muere.
La certidumbre de que el Presidente triunfará inevitablemente el 7 de octubre ha reconvulsionado la locura de la oposición, la cual comienza a exacerbar la mentira, su condición de existir, aguijando el desbocamiento de la balumba mediática en busca de seguir confundiendo y con ello neutralizando y ganando a los sectores menos conscientes del pueblo, como en alguna medida ha logrado en los últimos procesos electorales, aunque eso puede y debe ser revertido mediante el reajuste político necesario. Intentará blandir las armas desestabilizadoras de su panoplia, por lo que ninguna acción aventurera es descartable. Y tendrá ruegos impíos que se le caerán.
Para los revolucionarios militantes y para la determinante mayoría popular que ha asumido la revolución porque en ella le van vida y futuro, es obligante mantenerse ojo avizor, apretarse alrededor de la consigna de unidad, organización y conciencia, planteada desde el principio como probado seguro de victoria, y templar todas sus fuerzas para potenciar la acción del liderazgo.
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