Para algunas personas, el siglo XXI, lejos de presentarse como la época de las realizaciones utopistas previstas en algunos libros, ensayos y películas de anticipación que auguraban paz, realización personal y bienestar material para todo el mundo, ha devenido en una época de guerras imperialistas, insurrecciones populares, conquistas neocolonialistas y resistencia de toda índole que pareciera, más bien, ser el preludio de una hecatombe mucho mayor de las que hubo en el pasado.
Todo este sombrío panorama, sin embargo, no ha impedido que se produzca un despertar globalizado de la conciencia de mucha gente en todo el orbe, animándola a emprender una lucha, heterogénea y un tanto desigual, pero urgente, contra los grandes centros de poder mundial porque en ella está implícito el futuro de la humanidad misma. Este despertar preocupa enormemente a estos grandes centros de poder mundial y les obliga a trazarse estrategias que resguarden sus intereses, incluyendo la opción militar, tal como fuera puesta en práctica en Afganistán, Irak o Haití.
En el caso del hemisferio latinoamericano, esta lucha heterogénea se manifiesta contraria al imperialista yanqui, según lo define James Petras, “por los efectos que este tiene sobre nuestra vida aquí, nuestro empleo, nuestra salud, nuestra educación y directamente vinculado con las exportaciones de capital y las subvenciones militares que hace el gobierno y esta forma de desarrollo, buscando una combinación de grandes movilizaciones con las luchas de los precarios, los desocupados y los maltratados en los hospitales”. En palabras del Presidente Hugo Chávez, “este siglo es el de la verdad para nosotros, en este siglo tendremos patria y la patria es la América Latino-caribeña; nuestra América. Es tiempo de pensar y de hacer, la batalla es hoy y no mañana, no perdamos tiempo, aprovechemos el tiempo. Nosotros estamos llamados a inventarla, a crearla libre, a liberarla definitivamente para bien de nuestros pueblos”. Bajo estas premisas, numerosos grupos y movimientos de todas las categorías se han dado a la tarea de emprender un debate de altura en torno a cuáles son las perspectivas reales que tienen nuestros pueblos para deslastrarse del proceso de dominación neocolonialista incluido en la globalización capitalista.
Todo esto entraña enfrentar al imperialismo yanqui, punta de lanza visible de ese proceso de dominación neocolonialista que tiene su epicentro en la imposición del modelo capitalista neoliberal, desde una óptica totalmente novedosa, sin acudir a los viejos clichés de la izquierda tradicional que, si bien es cierto, integran un aporte importante, no son determinantes a la hora de confrontar el momento crucial; lo que nos lleva a plantear su superación, algo que nos entronca con aquella exigencia de “inventamos o erramos” del Maestro Simón Rodríguez. Esto nos impele a comprender, por ejemplo, que la desigualdad en todo nuestro Continente aborda dimensiones sociales, políticas, históricas, culturales y éticas, que van más allá del enfoque tradicional y entender que esta desigualdad se originó en el largo plazo a través de identidades y categorías tales como raza, género, región y clase. Los que nos plantea una revisión exhaustiva de lo que ha sido la historia de las luchas populares en toda América Latina y nos conduce a echar mano a la utopía como una manera de reinventar la realidad en que nos desenvolvemos cotidianamente y que es necesario transformar, si se quiere acceder a un estadio superior de organización. Es así que la posibilidad de la utopía, como nunca antes en la historia, se muestra tan cercana y conlleva a asumir un reto de imaginación y sustitución de valores, tanto en la forma de pensar como de actuar de nuestros pueblos, lo que supondrá su emancipación definitiva.
Nuestra América siempre ha sido destinada desde hace siglos a ser escenario del cumplimiento de la Utopía imaginada por Tomás Moro, pero también de aquella que, enraizada en la idiosincrasia latinoamericana, busca establecer las bases de una sociedad verdaderamente democrática, en la cual tenga nacimiento ese hombre nuevo del que hablara el Che Guevara, capaz de asumir a plenitud y con toda conciencia la construcción de un mundo en el cual impere efectivamente la justicia, la libertad y la igualdad. Esa Utopía imaginada es la que está naciendo actualmente en las conciencias de muchos de nuestros pueblos, protagonistas postergados de un sueño interrumpido por las apetencias de poder de minorías apátridas, entregadas a satisfacer los intereses transnacionales, especialmente de Washington. Afortunadamente, esa misma Utopía, enriquecida con las luchas emprendidas casi simultáneamente por los pueblos de nuestra América, rememorando hasta cierto punto lo hecho durante la gesta continental independentista, es la que hoy en día le da una identidad propia al destino americano. Por primera vez en mucho tiempo, se ha desatado entre nuestros pueblos una pasión por ser protagonistas de un cambio realmente democrático y soberano. Esto, indudablemente, implica una confrontación con las diferentes cúpulas que rigieron durante tanto tiempo tales países, lo que redundará en situaciones novedosas en todas las estructuras que los componen.
Sin embargo, hay que acotar que este renacimiento utópico requiere de una mayor compenetración con lo que es la historia común de nuestros pueblos; de ahí que se requiera de una producción intelectual e ideológica que la reafirme y sustente. En esta orientación existen algunos ensayos, dados a conocer en encuentros internacionales; por ejemplo, en Venezuela y Brasil. Cada uno según la óptica particular de sus países de origen. Esto, lejos de ser un impedimento, contribuye a elevar la comprensión de lo que hemos sido, somos y queremos ser. Todo, visto de una manera global, entendiendo que la Utopía americana, tal como lo advirtieron nuestros Libertadores, sólo se hará factible a medida que logremos la integración no sólo política, sino también cultural, política, jurídica, militar y social.-
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