izquierda, le urge deslindar campos con la derecha para ser una revolución definitivamente victoriosa e invencible, aunque en los tiempos que van la distinción de izquierda y derecha se presente desdibujada y no tenga el talante diáfano que tuvo en el pasado, ya que desde la Revolución Francesa ese borde de la esfera política estuvo bien definido. Precisar espacios, la historia así lo exige.
Una revolución de izquierda radical es el sendero por el cual debe transitar la Revolución Bolivariana, sin ambigüedades, ni reformismos, ya que también se habla en plural de “izquierdas”, izquierda liberal, democrática, así como de izquierda política y social.
La derecha siempre ha sido hábil, muy diestra, para borrar o disipar esa línea limítrofe que históricamente la ha separado de la izquierda, presentándose como “centro”, como derecha “civilizada”, “democrática”, es decir, que no sólo no se muestra como es, sino que asume el rol y proclama valores como el de la justicia social o la distribución equitativa de la riqueza, valores éstos que siempre han sido pregonados y defendidos por la izquierda.
Pero aun así, con galimatías por delante, una autentica izquierda política y social no puede darse el lujo de desfigurarse y arriar sus banderas civiles: libertad, igualdad, democracia; concebidos como valores que se aguardan conquistar positivamente. Al mismo tiempo admitidos como principios y valores, específicamente los de libertad y justicia social en su unidad indisoluble, porque las máximas de experiencia demuestran que la exclusión de uno conlleva al menoscabo del otro. Es cierto, no puede haber verdadera libertad en condiciones de desigualdad e injusticia social, como tampoco puede haber justicia social cuando se niega la libertad y la democracia.
Ejemplos de lo anterior sobran en América Latina, en donde gobiernos supuestamente democráticos la libertad que proclaman la conjugan con la más subterránea de las injusticias y con una profunda desigualdad social. También hay pruebas inocultables en los días recientes en los países del llamado “campo socialista”, donde se destacaron con creces en logros de justicia social, pero le negaban e impedían a los ciudadanos las libertades de pensamiento, expresión y asociación.
La Revolución Bolivariana debe serse fiel así misma y a sus orígenes, profundizar la democracia hasta sus últimas consecuencias, seguir conquistando y ampliando donde no existan espacios de libertad, igualdad y de justicia social; empeñarse en darles un contenido concreto; esa tiene que ser la lucha de todos los días para los bolivarianos y bolivarianas de izquierda. Es sabido que la derecha una vez en el poder no tiene reparos en negar esos espacios, es experta en recortarlos a su más mínima expresión y reducirlos a sus formalismos, sembrarlos en espacios infecundos.
Que quede bien claro, en ciertas circunstancias, sobre todo en época de elecciones, derecha e izquierda, hablan de los mismos valores, igualdad, libertad, democracia, justicia social, pero no deben confundirse jamás.
Aquí no valen confusiones. Cuando la izquierda busca no solo la igualdad política o jurídica, sino la igualdad social o la limitación de las desigualdades sociales; cuando lejos de embelesarse con la proclamación de las libertades políticas, lucha por la creación de las condiciones reales que permitan ejercerlas; cuando sin renunciar a la democracia política, parlamentaria, aspira a extenderla con una democracia participativa, protagónica, directa, a todas las esferas de la vida social; cuando en el terreno de la justicia social propugna una política de hacienda que ponga fin a los descomunales beneficios del sistema financiero, de las grandes empresas; cuando aspira a excluir o reducir la pobreza con medidas que limiten la acumulación excesiva de la riqueza; sin duda, allí se distingue claramente la izquierda de la derecha.
Hay otras conductas de la izquierda que la diferencian notoriamente de la derecha: en el papel del Estado en relación al control de los recursos naturales básicos frente a la tendencia de la derecha a privatizarlos; en la defensa de la educación pública gratuita en todos sus niveles (los estudiantes chilenos y colombianos están dando esa pelea); en la garantía de los derechos de los trabajadores, y en el respeto a las diferencias (étnicas, raciales, de género, religiosas, etc.); asimismo, en la defensa incondicional y no selectiva de los derechos humanos.
Pero la izquierda aparte de diferenciarse de la derecha no sólo por los fines o valores que persigue, dándole su significado propio, debe distinguirse, además, por la política que practica para alcanzarlos, por la política que mantiene o debiera mantener con la moral. Hay algo más, no puede la izquierda sucumbir ante la idea de considerar como un asunto privado la existencia de la moral, porque la moral es la continuación de la política por otros medios.
Y como hay desviaciones en la Revolución Bolivariana (“Hay desviaciones”… burocratisto… corrientes… lo enfatizó el líder del proceso el día que sancionó la nueva Ley del Trabajo), es bueno recontar que muchas de esas desviaciones se deben a los criterios de que la “Buena política”, es sólo la eficaz, la que da “buenos resultados”. La izquierda revolucionaria no puede hacerse la indiferente ante la esencia del “eficientísimo”, “pragmatismo”, o “realismo” políticos, propios de la burguesía y del reformismo, porque dejan por fuera de su horizonte el contenido moral de fines y valores
Todo lo anterior nos lleva ahora a navegar en las aguas no menos turbulentas de las relaciones entre la política y la moral, para lo cual se hará énfasis, en una siguiente entrega, preponderantemente, en aquellas que la izquierda debiera practicar o mantener.
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