Teoría y práctica han sido un reclamo permanente de la revolución socialista. De este modo se ha percibido que la misma se hará realidad mediante la acción y el cuestionamiento constante del orden establecido, concretándose entonces la necesidad de construir una sociedad de nuevo tipo, una estructura económica ajena a la lógica y a las relaciones de producción capitalistas, una nueva organización política y, también, una nueva orientación teórica y cultural que les permita a las personas (y a la sociedad entera) adoptar paradigmas éticos y morales en sintonía con los ideales del socialismo. De lo que se trata, entonces, es que la teoría y la práctica revolucionarias estén estrechamente enlazadas, produciendo en cada revolucionario un cambio real de conciencia, capaz de inspirarlo a entender el mundo de una manera inédita -diferente en todo a aquella impuesta desde siempre por las clases dominantes- como condición ineludible para hacer y consolidar la revolución. Sin esto en mente, cualquier proceso revolucionario degeneraría en simple reformismo o socialdemocracia, dejando intactas las estructuras que, precisamente, ocasionaron las situaciones de explotación, marginalidad, injusticia, desigualdad y corrupción que dieron lugar a dicho proceso, por lo cual se hace indispensable que los revolucionarios y gente progresista comprendan la revolución socialista no sólo en términos meramente políticos o economicistas sino también en términos morales, culturales e ideológicos.
Se requiere, por consiguiente, dar nacimiento a una conciencia crítica que produzca la deslegitimación total del orden imperante y, con ello, de la ideología de las clases dominantes reproducida, a través de una diversidad de mecanismos, por las clases subalternas; creando así las condiciones subjetivas y objetivas que harán posible, finalmente, la revolución socialista y modificando radicalmente el modo de sentir y de actuar tradicional de los sectores populares. En tal caso, los revolucionarios socialistas deben subrayar y combatir las contradicciones existentes en la sociedad en que les ha tocado nacer y vivir, no limitarse al logro parcial de ciertas reivindicaciones, ya que éstas no merman sustancialmente su existencia y sólo sirven para apaciguar la conciencia subordinada de los sectores populares cuando lo que se debe hacer es subvertirla, lo cual impone -inexcusablemente- ciclos de formación ideológica profunda.
Ambas cosas -teoría y práctica- representan vías idóneas para emancipar la conciencia subordinada y tienen que confrontarse a medida que se avance en la consolidación del proceso revolucionario, haciéndolo una realidad dinámica y no estática gracias a la participación y protagonismo consciente del pueblo. Al cumplir con dicho propósito, la conciencia subordinada estará en capacidad plena de romper con los paradigmas que la obligan a aceptar como algo natural e irremediable la hegemonía de las clases dominantes y de permitirse asumir, en consecuencia, el compromiso histórico de hacer la revolución socialista.-
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