Marx pone de relieve la diferencia radical entre la producción social comunal y la capitalista. En respuesta a Adam Smith, quien ensalza el papel del dinero, en tanto que “mercancía general”, eternizándolo, más allá de su carácter históricamente establecido por la economía política burguesa y por ello, también superable. El autor de El Capital expone lo contradictorio de la idea de “intercambiabilidad general”, pues reduce todo lo existente a valor de cambio. “Una noción evasiva en las condiciones de la sociedad mercantil” y su relación con los valores reales, haciendo todo abstracto y arbitrario. Entonces expone las condiciones nítidamente constantes que van surgiendo y que garantizarían la superación del régimen del dinero: “El intercambio de actividades, de dinero, de valores y de mercancía forman parte de una misma mediación e idéntica relación”, nos dice.
Si se presupone que la producción es comunal, entonces se planifica para producir bienes que serán colocados en toda la comunidad, la forma como se produce y se distribuye, así como la relación con la tecnología y sus lógicas. Este es un importante punto de inflexión en la teoría marxista. De este modo, crea las condiciones para la posterior crítica iniciada por La Escuela de Frankfurt alrededor de La Razón Técnica, devenida en Razón Instrumental; en donde el reino de los medios termina por sustituir al universo de los fines. Es decir, el debate sobre la lógica donde la acumulación y el lucro se convierten en fin en sí mismo y que consiste, en que toda la economía esté planificada sobre la base de que la producción debe ser mediada inevitablemente por el mercado.
La Comuna de Marx, por el contrario, es un cambio de lógica, es otro registro, otro modo de producir la vida material y espiritual de la gente. La comunidad es la base de la producción y no el mercado, entonces el trabajo queda liberado porque se realiza desde y para sí mismo. “A cambio, el trabajador no recibirá un producto específico y particular, como el dinero; será de cada cual según sus capacidades, sus necesidades y su trabajo”. El trabajo se irá vaciando del contenido que tiene ahora, asociado al valor de cambio, las jerarquías y los privilegios y se crearán las condiciones para la igualdad real.
El carácter cada vez más social de la producción, facilita la participación del trabajo, en términos de igualdad, en el mundo de la producción y del consumo, para que cada quien pueda tomar lo que le sea necesario. Por eso, Marx hablaba de que el Comunismo es el momento en el que “el cuerno de la abundancia se vacía por igual sobre la sociedad toda”. Las claves del Comunismo están presentes en las prácticas colectivas cotidianas: la cooperación, el amor y lo común. Pero no se trata tan sólo del ejercicio de una voluntad ético política, el Comunismo es, en primer lugar, el resultado de las condiciones materiales “producto del movimiento de lo real”.
Advierte István Mészáros que “la revolución socialista no puede ser concebida como un acto único. No importa cuán radical es su intención. Debe ser consistentemente autocrítica, es decir, una Revolución Permanente. Así, el objetivo real de la transformación socialista -más allá de la negación de El Estado y las personificaciones de El Capital- sólo puede serlo el establecimiento de un orden metabólico social alternativo autosuficiente. Un orden del cual el capital, con todos sus corolarios, ha sido irreversiblemente depuesto, mediante la apropiación positiva y el mejoramiento progresivo de las funciones vitales del intercambio metabólico con la naturaleza y entre los miembros de la sociedad por parte de los propios individuos autónomos”. Para Marx, el socialismo es, “el reino de la libertad que siembra de comunismo a la vida cotidiana”, y que aparece donde reina la esperanza.
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