Marx daba mucha importancia a esta dimensión de la historia. En 1843, en carta a su amigo Ruge, revelaba: “El comunismo no es una fase superior. Para mí, no es otra cosa que la realización particular y solidaria, incluso unilateral, del principio socialista, es una práctica que implica incluso, la superación emocional de la mezquindad del otro; y en el extremo, los utopistas que dejan para mañana a La Comuna, es decir, lo que se puede hacer hoy, de manera que el comunismo no es ni programa ni estrategia, es práctica, es táctica, es tarea inmediata que organiza y garantiza desde hoy las formas de vivir del mañana, el movimiento actual de lo real, una suerte de programa mínimo, modelo material de la teoría, que se puede llevar a cabo si dejamos de lado el cálculo personal siempre mezquino”. De modo que en Marx se dibuja y prefigura la idea del comunismo como “utopía concreta”.
Así pues, el socialismo es también un estado individual. Una subjetividad política que da forma al deseo. Vivir como socialista es ir construyendo el socialismo. La valoración del espacio, del tiempo, de la calidad de las relaciones que se entablan, de la coherencia entre el discurso y lo que se hace; teniendo al goce como principio de todo y, como dijera Marx en su Grundrisse, “y por consiguiente, el patrón de la riqueza no será ya el tiempo de trabajo, sino de ocio”, porque no importa lo duro de una jornada, como en cualquier deporte, ella nunca será vista como trabajo.
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