El pueblo no es un objeto puro del cambio. Es la equivalencia política no idéntica. Por eso el secreto de la política consiste en construir subjetividades, romper con la homogenización social del gobierno del capital; pues la política no es determinismo, tiene mucha liberación de prácticas que resisten al gobierno del capital globalizado. Es un acto de construcción y una voluntad de poder en el sentido dicho, es decir, lo que encontramos es un desplazamiento del determinismo económico hacia lo político como momento de articulación, y es aquí donde se presenta la divergencia central: existe una heterogeneización creciente de las luchas sociales, ya no se puede hablar de la clase obrera, en el sentido clásico, como un todo unificado; ya nadie piensa hoy en día en la forma partido ortodoxo como la única manera de articulación política. Hay otras formas mucho más sutiles de construir esta articulación partido-movimiento: plataformas de colectivos y movimientos de base, como las que nosotros defendemos.
Entonces, para que este debate político sea efectivo debe cruzar lo real-concreto, tiene que pasar por la disyuntiva de asumir el momento crítico y saber de qué estamos hablando. Es decir, debe pasar por el análisis concreto de la situación, pues de otro modo quedamos atrapados en puras entelequias metafísicas. Estamos hablando en general de problemas que se entroncan con la fuerza de los cambios que estamos viviendo, y de allí la necesidad de reflexiones que nos permitan situarnos en el escenario actual para derivar propuestas y acciones orientadas a la transformación del Estado que tenemos, de manera que los cambios sean auténticamente revolucionarios.
Yo creo que en este momento estamos en un cruce de caminos. Y, así como es reconocido por todos y todas que los sucesos del 27 y 28 de febrero de 1989 abrieron una etapa, hoy nos situamos en esa encrucijada que se dibuja así: si como revolucionarios no podemos erigir una propuesta capaz de construir una hegemonía, simplemente vamos a dejar pasar esta oportunidad histórica.
¿Por qué digo esto? Porque venimos de un proceso caracterizado por la lucha entre un Estado revolucionario y un Estado burocrático. Sabemos que ha existido una brecha histórica entre el Estado y los ciudadanos y ciudadanas. Hay desconfianza entre el ciudadano funcionario que se siente Estado en cualquier instancia, dimensión o capacidad, y el ciudadano que no se siente Estado. Es la misma desconfianza que existe entre quien se siente parte del movimiento popular, cuando va a hablar con quien se supone que es representante de ese ciudadano ante el Estado. La paradoja actúa como que si el Estado fuera distinto a mí y yo tengo que lograr una alianza con él. Esto es producto del extrañamiento y la separación que engendra la forma Estado en el capitalismo. Entonces, es un aparato que actúa en correspondencia con sus propios intereses, como que si el Estado tuviese intereses distintos y separados de la sociedad.
Más allá del esfuerzo de la Misiones, absorbidas positivamente por el pueblo y su constante devenir popular expresado en cuantiosos logros concretos y de alto impacto social, la institucionalidad del Estado de la cuarta república sobrevive como lógica, dificultando el salto cualitativo hacia la construcción de una nueva estructura transformadora, provocando un vacío de legitimación y facilitando al discurso de la derecha su reclamo de volver al pasado. Radonski y sus muchachos anhelan a sobre manera las mieles de la cuarta república, sus privilegios, su esplendor decadente, con un pie en Miami y otro en la Caracas bursátil, pero su conciencia infeliz vive atormentada por ese Caracazo que vivirá para siempre, como ese día demasiado largo.
@juanbarretoc