La ciencia es democrática por definición y las ciencias sociales, además, afectan personalmente a todas y todos. De allí que la discusión, la crítica y la autocrítica, constituya una necesidad indispensable. Así lo confirma la experiencia histórica. El Manifiesto de Cartagena, por ejemplo, es una autocrítica en vísperas de la más audaz Campaña Admirable. Bolívar, que había propugnado y participado activamente en la I República como protagonista en la delegación a Inglaterra y jefe militar de Puerto Cabello, consideró necesario el análisis crítico de aquella etapa. Lenin consideraba que la autocrítica era signo de madurez de un partido revolucionario.
Es falso que el señalamiento de errores beneficia la contrarrevolución; por el contrario, la aceptación pública de las propias fallas demuestra al pueblo la seriedad del revolucionario y la decisión de actuar sin vacilación en beneficio del pueblo.
El error es propio de los seres humanos y posible cuando se arranca de una sociedad de clases, con milenios de irracionalidades. El revolucionario requiere, por eso, una permanente vigilancia de la propia conducta. El problema consiste en no incurrir en errores irreparables y en todo caso corregir los errores a la mayor brevedad. La ciencia del materialismo histórico permite llevar a cabo ese propósito.
Los vicios que la sociedad de clases ha engendrado constituyen una amenaza para el proceso revolucionario. La corrupción administrativa, a título de ejemplo, es una verdadera traición a la transformación revolucionaria. El corrupto está dominado por la alienación capitalista, carece de autenticidad para la acción creadora y tiene la disposición a desertar para el disfrute de la riqueza mal habida.
La denuncia de los vicios heredados es materia de la crítica y la autocrítica. No pueden concebirse las ciencias, entre ellas la política, sin la revisión crítica y autocrítica de cada paso en el camino revolucionario. No existe más compromiso que la lucha por la organización social cada día mejor y, por lo tanto, el revolucionario no está movido en absoluto ni por intereses personales ni por los beneficios de una clase social privilegiada. El análisis del conjunto de la sociedad y la eliminación de los privilegios es la tarea esencial de todo proceso revolucionario.
En el derrumbe de la URSS se pudo comprobar el tremendo daño que hace la corrupción y la ausencia del control de la gestión política y administrativa por parte de la clase obrera. István Mészáros considera que allí se hizo una revolución política contra el capitalismo pero permaneció el capital con las características esenciales de la acumulación, la expansión y la división jerárquica del trabajo. Tras la Revolución de Octubre, dirigida por el genio político de Lenin, a la muerte de éste la carencia de discusión política hizo posible la deformación de la organización económica y por consiguiente de toda la sociedad soviética. Mészáros considera que el hundimiento de la URSS es el primer síntoma de la crisis estructural del capital, es decir, que la URSS formaba parte del sistema mundial del capital.
Para un proceso revolucionario como el que vive Venezuela en la actualidad los errores cometidos en otros países que iniciaron transformaciones revolucionarias constituyen ejemplos y experiencias que deben ser tomados en cuenta cuando se inicia la construcción de una sociedad que apunta hacia el socialismo. La condición esencial es el poder político para la clase social que constituye la base de la colectividad. Allí comenzó el error en la URSS, donde la clase obrera fue sustituida por una casta burocrática.
En cambio, Cuba está demostrando que la unidad de la clase obrera desde el inicio mismo del movimiento sindical ha permitido mantener la estructura revolucionaria de la sociedad, pese a encontrarse a escasas millas del imperio más poderoso de la historia, que invade países a miles de kilómetros de su territorio. Resulta paradójico que una potencia científica, militar y económica como la URSS se haya derrumbado y retornado al capitalismo mientras la pequeña isla cubana resiste toda la ofensiva imperialista.
Más de 50 años de división de la clase obrera venezolana constituye el principal obstáculo de la Revolución Bolivariana y debemos afrontarlo con la mayor decisión. La Constituyente Sindical es el camino para poner fin a la atomización de la clase obrera.
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