El Antiimperialismo y la Revolución Bolivariana



Cuando destacamos el carácter antiimperialista del proceso revolucionario bolivariano no lo hacemos simplemente porque a su máximo líder, Hugo Chávez, se le ocurrió la brillante idea de enfrentar el poderío hegemónico de Estados Unidos o porque es parte de la tradición latinoamericana de izquierda culpar de todos los males que nos afectan a nuestros ambiciosos vecinos del norte de América.

Sobre este punto son contados los chavistas, bolivarianos y revolucionarios que sabrían explicar con detalles y claridad ideológica este importante asunto. Sin embargo, a otros les preocupa sobremanera que el Presidente Chávez continúe denunciando las intrigas de que se vale el gobierno estadounidense para desestabilizar el régimen democrático de nuestro país. Otros dudan que esto sea posible, incluso que éste se anime a propiciar acciones violentas dentro de nuestras fronteras o una invasión militar, contando para ello con sus socios del Plan Colombia y, últimamente, de Paraguay, donde instalarán una base militar que albergaría 16 mil soldados yanquis revestidos de absoluta inmunidad.

No obstante, un punto a favor lo representa el hecho de que mucha gente está consciente de los diversos peligros que afronta el proceso bolivariano y esto es algo que no pudo lograrse en el pasado, a pesar de la incesante propaganda desplegada por los diferentes partidos de izquierda y ultra izquierda existentes en Venezuela. Ahora hay cierta identidad –no profundizada, por supuesto- con la lucha antiimperialista que ya a finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX germinara en nuestra América, víctima de las apetencias territoriales y de recursos, primeramente, de Europa y, más tarde, de la potencia emergente del Tío Sam. Este último elemento de comprensión de la historia común latinoamericana debe revivirse y reivindicarse, de manera que las nuevas generaciones aprehendan en qué línea de acción y motivaciones reales se inserta la lucha antiimperialista en nuestro tiempo y en qué medida podremos nutrirnos de los aportes de aquellos primeros luchadores.

Es inevitable que esto sea así. La misma dinámica de la historia contemporánea, caracterizada por el abismo profundo existente entre las ocho naciones más poderosas económicamente y el resto del planeta, impone una nueva visión humanista que nos haga entender que todas nuestras diferencias sociales y políticas tienen una raíz en común: el capitalismo y, con él, el imperialismo desarrollado por los países europeos y Estados Unidos. Ello nos hará entender el por qué, siendo ricos en recursos naturales de distinta índole, nuestros mercados siguen dominados por las metrópolis y, cuando se busca defender la soberanía nacional, somos víctimas de golpes de estado, asesinatos o invasiones militares (algunas legitimadas por gobiernos cómplices u organizaciones internacionales como la OEA y la ONU).

Acá se ha olvidado, quizás por ignorancia o comodidad, que si estamos dispuestos a construir una sociedad socialista tendremos que desconstruir forzosamente lo armado por el capitalismo durante ya más de dos siglos, así como lidiar con el imperialismo, definido por Lenin como la fase superior de ese mismo capitalismo. No se puede pretender que uno no está conectado directa o proporcionalmente con el otro. Esto sería una seria contradicción. Por eso, el debate que comienza a darse en Venezuela y otras naciones de nuestra América no puede eludir esta realidad, aunque haya gente que afirme y reafirme que de lo que se trata es de construir o inventar el socialismo del siglo XXI. Ella forma parte de lo que constituye nuestra historia y ya sabemos lo que ocurre cuando se olvidan las lecciones de la historia.-




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Homar Garcés


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