Una de las cosas más resaltantes del proceso revolucionario bolivariano -proyectado, liderado y encarnado por Hugo Chávez Frías- es, sin duda alguna, la reivindicación del socialismo revolucionario, en momentos cuando mucha gente de izquierda se rendía ante lo que se creyó el triunfo definitivo del capitalismo (con Estados Unidos al frente) al producirse el derrumbe del bloque soviético. Además de ello, desde el primer momento en que se diera a conocer el Movimiento Bolivariano Revolucionario 200 (MBR-200), los ideales del Libertador Simón Bolívar, del Maestro Simón Rodríguez y del General del Pueblo Soberano Ezequiel Zamora sirvieron de motores ideológicos para lo que sería en lo adelante la fragua de un proyecto político inédito en nuestra América, a tal punto de inspirar corrientes similares en muchos de sus países que coronaron sus esfuerzos con la instalación de gobiernos progresistas y/o de izquierda, causando una conmoción no superada aún entre la clase gobernante de Estados Unidos. Ambos elementos representan una cuota fundamental de lo que es el proceso revolucionario bolivariano, caracterizándolo sobremanera, por lo que ninguno podría aislarse respecto al otro, aun cuando haya alguna gente interesada en lograrlo, olvidando adrede que el ideario republicano bolivariano es parte esencial de la idiosincrasia popular, incluso más allá de las fronteras venezolanas, y que el socialismo revolucionario es intrínsecamente participación y poder popular; complementándose con aportes teóricos y experiencias revolucionarias antiimperialistas, tanto del pasado como del presente, muy importantes. De ahí que exista la imperiosa necesidad de profundizar ambos elementos, de forma que haya una interiorización y un empoderamiento de parte de los sectores populares que haga irreversible el avance y la consolidación del proceso revolucionario bolivariano.
Esto supone, en una primera instancia, adecuar las estructuras del Estado vigente en beneficio del protagonismo y la participación popular, haciendo de la cotidianidad un campo propicio para los diversos cambios que han de producirse a fin de transformar el modelo de sociedad actual, lo que conlleva a plantearse igualmente un cambio cultural amoldado a los intereses colectivos en vez de servir de vehículo de legitimación de la clase dominante. Esto último representa una importante conquista de quienes fueron excluidos e invisibilizados desde hace siglos por aquellos que ejercieron el poder bajo una óptica eurocentrista (ahora anglosajona) que negó la existencia y significado de una cultura de resistencia (protagonizada por nuestros pueblos aborígenes, africanos esclavizados y sus descendientes marginalizados) que, en la actualidad, recobra su espacio vital y tiende a caracterizar el momento histórico que se vive en Venezuela, al igual que en otros países de nuestra América, aunada a una espiritualidad ajena a los aparatos eclesiásticos tradicionales.
Por ello, la significación histórica del proceso revolucionario bolivariano no podría aprehenderse a la luz de la llamada cultura occidental, ya que sus rasgos esenciales son (y debieran ser) precisamente aquellos que siempre fueron combatidos y execrados por los sectores dominantes, lo cual explica el por qué gran parte de sus herederos actuales no atinan a comprender, por ejemplo, la conexión emocional y/o sentimental del pueblo venezolano con su Presidente Hugo Chávez. Sin embargo, es preciso que se comience a ahondar -de manera exhaustiva y objetiva- en sus raíces, su evolución, sus potencialidades, sus características y sus perspectivas; concretándose en consecuencia la revolución socialista bolivariana que se aspira.-
Maestro ambulante
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