La transformación revolucionaria de la sociedad es de una magnitud tan amplia que se requiere un alto nivel de conciencia para asumirla en toda su complejidad. En esta columna hemos sostenido con tenacidad la absoluta necesidad de la unidad para llevar a cabo una obra de la trascendencia de una revolución. Hemos dicho que los pueblos que han jugado un papel de importancia en la historia se han caracterizado por haber logrado unidad entre los diferentes sectores que los constituyen. Desde el pueblo que por primera vez logró la escritura, hecho que se considera como la definición de la humanidad.
En la oportunidad en que se le rendía homenaje a Víctor Hugo, éste señalaba a los más destacados escritores de los pueblos representados en las respectivas delegaciones. Así ante la delegación española Víctor Hugo dijo: “Cervantes”; ante los alemanes: “Goethe”; los ingleses: “Shakespeare”. Se presentó la delegación de Mesopotamia y, tras una brevísima reflexión, el gran hombre dijo: “¡La humanidad!”. Traemos a colación esta anécdota porque en las tablillas contentivas de la escritura cuneiforme, los hititas dejaban constancia de la unidad de su gobierno y su ejército. La unidad fue factor fundamental para la formación del ser humano.
El socialismo es la máxima unidad de la sociedad porque al propugnar la eliminación de las clases sociales está liquidando el factor principal de la división social. La lucha de clases constituye el primer elemento de permanente dedicación en todos los sectores, organismos y territorios que ocupan los seres humanos. Es explicable que al liquidar un hecho que consume las energías, los seres humanos podrán lograr las infinitas posibilidades de que son capaces.
Más, el gran aporte científico del materialismo histórico es haber demostrado científicamente que la lucha de clases conducirá al triunfo del proletariado y la instauración de un mundo verdaderamente libre. El carácter científico deriva de que no se trata de una abstracción de cerebros privilegiados sino que parte de la realidad de la existencia de las clases sociales y la comprobación de que son las fuerzas del trabajo las que están en capacidad de llevar a cabo la lucha contra las clases opresoras.
La lucha de clases impone la necesidad de unir a la clase social que bajo el capitalismo constituye la fuerza de más aliento histórico: la clase obrera, como base para la unidad de todos los explotados de la tierra. Con frecuencia oímos la argumentación de que no se puede hacer la unidad con los obreros de distintas concepciones ideológicas y políticas. La conciencia de que existe la lucha de clases exige la necesidad de unir a la clase llamada a encabezar el bloque histórico de la liberación social.
En ese sentido, la historia venezolana es altamente aleccionadora. El Decreto de Guerra a Muerte es un magnífico ejemplo de una estrategia revolucionaria. El enfrentamiento al enemigo español imponía la unidad de los americanos, cualquiera fuese su posición porque el Libertador tenía la absoluta confianza en la justicia de su causa, la cual sería sumida por sus beneficiarios. “Americanos: Contad con la vida aun cuando seáis culpables”. Este Decreto de Bolívar contribuyó poderosamente a sembrar la conciencia americana de la lucha.
Con Clausewitz sabemos que la guerra es la continuación de la política por otros medios y según Lenin, dicha al revés, la frase también es cierta: la política es la continuación de la guerra por otros medios. Queremos decir que una política basada en la lucha de clases, una política revolucionaria, no puede eludir en ningún momento la obligación de unir a la clase obrera; lo contrario sería abandonar el materialismo histórico y caer en la mediocridad que las clases dominantes han querido imponer a los oprimidos.
No hay la menor duda de que el capitalismo es una irracionalidad basada en la mentira, la injusticia y la desigualdad y los revolucionarios tenemos la absoluta convicción de que más temprano que tarde las obreras y los obreros, en primer lugar, tomarán conciencia de que viven en una sociedad que los condena a padecer todas las consecuencias de ese régimen. No hay ninguna razón para no confiar en la verdad científica de la explotación capitalista, de la misma manera que Bolívar tuvo confianza en que los americanos asumirían su propia condición, pese al error en que hubieran incurrido. El propio decreto lo dice así expresamente.
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