Por la edad y los merecidos honores académicos, “al chivo” Acosta, todo el mundo le llama “el profesor Vladimir Acosta”. Pero pese todo, incluyendo caminar como quien embiste “escorao”, lo que le valió aquel sobre nombre, mediante el cual le llamábamos todos aquellos que fuimos sus amigos de juventud temprana, conserva junto su enorme talento, humildad, capacidad de análisis, el gusto por el humor negro. Esto último, se derivó de lo que casi fue una escuela entre quienes fuimos habituales contertulios.
Desde muy temprano, cuando se iniciaba como dirigente juvenil y en el frente sindical, alcanzó una excelente formación cultural y manejo acertado de categorías filosóficas. Siempre recuerdo, cuando estando nuestro partido, el MIR, ya ilegalizado, entre las escuelas de Economía y Sociología, corrió la voz que “el chivo”, recién inscrito como alumno en un curso de Janet Abouhamad, no estoy seguro ahora si era ella, intervendría, con la anuencia de su profesora, para rebatir sus juicios, emitidos en la clase anterior. El aula se llenó, en la puerta se agolpó la gente y aún por las ventanas que arrancaban del suelo, una pequeña multitud se mantuvo atenta a sus palabras. Porque, entre quienes le conocíamos, ya en esa época, sabíamos bien de lo estudioso y culto de nuestro “chivo Acosta”. Antes ni después supe que la participación de un alumno en un aula de clase tuviese tanto revuelo y trascendiese más allá de ella, tanto que muchos compañeros y amigos sin ser ucevistas, acudieron a aquello que pareció un espectáculo.
El Profesor Vladimir Acosta, dicho ahora así, después de los arranques de igualitarismo propios de los orientales, estuvo entre quienes, como José Luis Monedero, se atrevieron a hablar de híper liderazgo, refiriéndose al proceso venezolano. Por aquello, uno se atrevería a preguntarse, en esta hora menguada, para decirlo con palabra que mucho usó Rómulo Gallegos, si no tuvieron razón de hacer esa como advertencia. Se dijeron muchas cosas, como que ellos dos y otros del Centro Miranda, “eran unos habladores de paja”.
Pero Vladimir es de los hombres que piensan en profundo, grande y largo plazo y eso no deja de atormentar. Para que el dique no reviente, se ven obligados, de vez en cuanto a quitar el espiche para bajar las presiones o los tormentos.
Anoche, en un acto de celebración de los catorce años del ascenso al poder del compañero Chávez, volvió nuestro talentoso viejo amigo y compañero, a soltar una válvula para lograr el equilibrio y alcanzar la tranquilidad que depara el poder desahogarse. El haber escogido aquel acto, al cual se le invitó para que hablase, consciente de quienes allí estaban, revela el grado de angustia por el ritmo del proceso.
Acosta es lo suficientemente maduro intelectualmente para saber el ritmo que deben llevar las cosas para cambiar esta sociedad. Por eso, está claro que si bien no hay por qué dar violentas e innecesariamente muy rápidas carreras, pero también que no es bueno achantarse y valerse de infantilismos, poniendo nombres inapropiados, por dar la sensación que estamos dando los pasos exactamente “como deben darse”.
No voy a emitir juicios. Eso lo dejo al lector, porque si algo abunda en este país es gente talentosa. Pero si voy a recordar a quienes escucharon a Acosta e informar a quienes no, algo de lo que él dijo.
Hizo referencia al capitalismo de Estado y que como tal, es en lo esencial igual que el privado. Las relaciones de producción son en gran medida parecidas o iguales, aunque no se pueda negar alguna diferencia importante. También, al lado de esa referencia, mencionó a las areperas llamadas “socialistas”. Las que, según dijo, le recuerdan la anécdota relacionada con un cura colonizador y evangelizador que reprendió a unos indígenas que pretendían comerse un cochino en semana santa, “violando los preceptos religiosos, en lugar de un chigüire o una zapoara”.
Después de aquella reprimenda, el cura pasó, en el acto catequizador a bautizar con nombres cristianos a aquellas virginales almas.
“Tú, que dices llamarte Paramaconi, te llamarás Pedro. Tú, llamado impropiamente Tamanaco, serás Antonio”. De esa manera quedaron bautizados y renombrados todos como nuevos cristianos e incorporados a la cultura europea.
Al final, uno de los “indios” bautizados y “conversos”, dijo al cura:
“Ahora padre, para celebrar el bautizo, vamos a comernos el chigüire”.
“¿Cuál chigüire?” preguntó el cura no sin asombro.
El mismo que había hablado antes, señaló hacia el cochino y respondió:
“Ese que antes se llamó cochino y, al bautizarle, le acabamos de cambiar para chigüire”.
El “chivo Acosta”- otra vez yo de salido o liso, cumanés al fin- dijo lo que le angustia y nos angustia. Nadie podrá pensar de él que va a saltar la talanquera o es un infiltrado. La historia pasada, presente y por venir, desmiente y desmentirán a quién aquello piense. Pues el talento, la humildad, de Vladimir Acosta, están por encima de esos pensamientos agoreros y maledicencias.
Pero quiero advertir que las críticas vertidas por nuestro querido Vladimir, en sentido anecdótico e irónico, están dirigidas al proceso todo, incumben a la dirección en su totalidad y no a una persona o personas de quien o quienes alguien se antoje.
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