Para mí, leer APORREA se ha convertido en un imperativo de salud. Y créanme que quiero que lo siga siendo. Porque Aporrea ha permitido tener una visión muy amplia de Venezuela, con noticias que otros medios no publican y con unas muy nutridas opiniones, muy variadas, muy heterogéneas, lo cual es de agradecer.
Es una manera de librarme de la contaminación de 24 horas de noticias que dicen unas cosas y proclaman otras. De televisoras falaces y mendaces. De portentos mediáticos como los del grupo Prisa (El País o Cadena SER, por ejemplo) muchos de cuyos periodistas, afectados hoy por despidos intempestivos, obscenos y sin ningún reconocimiento, se estarán lamentando de haber aceptado los bozales de arepa que les impedían hablar o escribir con veracidad acerca de la Revolución Bolivariana y que escribieron y dijeron barbaridades sobre Hugo Chávez porque se los impuso el patrón.
Sin embargo, cada vez más, esa heterogeneidad se ha multiplicado demasiado, un poco más de la cuenta, diría yo. No sólo es cuestión de lo que se opina, sino de cómo se opina. Ahora me encuentro con cualquier cosa. Y no digo que eso es malo per se. Lo que pienso –y perdónenme los opinadores- es que si pretendemos buscar luces en esos criterios, si pretendemos medir el pulso de la ciudadanía afecta a la revolución a través de esos artículos, lo tenemos muy crudo.
Cada acción, cada palabra, cada acto, cada intervención del Presidente Maduro conlleva una acción, una palabra, un acto, una intervención de alguien en Aporrea. A cada decisión le sigue una aprobación o un desacuerdo y, por supuesto, un consejo o una recomendación. Si no ha habido pronunciamiento sobre cualquier aspecto de la vida cotidiana o del quehacer revolucionario, pues surge una voz en Aporrea que se lo solicita. Y no siempre en el mejor de los tonos. Estoy segura de que en una altísima proporción, esos mensajes están alentados por el deseo de cooperar, de ayudar, de estimular, de meterle el hombro al Gobierno en esta misión tan difícil que le ha tocado.
No obstante, mientras los leo, no puedo evitar la famosa frase (¿de dónde salió? ) “no me defiendas, compadre”. Porque hay cada título, cada crítica, cada mensaje, cada consejo…. Que pa’ qué, como dicen los andaluces.
Honestamente, creo que a quienes creemos en el socialismo y en la Revolución nos corresponde efectivamente ayudar, apoyar y defender la gestión del Gobierno. Ello incluye hacer observaciones ante decisiones que nosotros juzgamos cuestionables o con las que podemos estar en desacuerdo. Pero ello no implica denostar, poner en duda la buena fe o cuestionar incluso a priori. Cualquier comentario, pienso yo, debería hacerse teniendo muy presente el escenario político en el que nos desenvolvemos. Y sin perder nunca de vista que si bien la crítica constructiva es indispensable, para que sea constructiva nunca puede ir acompañada de descalificaciones, de descrédito, de ironía o de cólera, porque ello conspira contra el equilibrio o contra la sindéresis necesaria para enfocar el problema en su justa percepción.
En algunas ocasiones sería conveniente detenernos a pensar un poquito antes de escribir. Colocarnos en los zapatos de la gente que está tomando decisiones. Pensar qué haríamos nosotros de estar allí. Recordar que los enemigos están más pendientes de lo que digan los chavistas que de lo que haga el gobierno (al fin y al cabo, porque actúan como enemigos, no como adversarios, nunca les importa lo que se haga,) Con toda seguridad, si lo hiciéramos no nos atreveríamos a decir la mitad de las cosas que decimos (o escribimos).
Les propongo entonces, humildemente, que hagamos un poco de autocrítica. Que revisemos si nuestra angustia y nuestra desesperación porque todo se haga y se haga pronto, justifica el tono y la falta de serenidad de algunos artículos y si eso le hace bien al país. Y que paralelamente a esa capacidad de análisis y de reprobación que tenemos, nos aboquemos a trabajar un poco más intensamente en nuestras tareas cotidianas. Si nos dedicamos a producir más y mejor, a cumplir con eficiencia nuestras funciones, a crear, a inventar, a contribuir en función de las necesidades del país, que son ingentes y urgentes, a hacer propuestas viables y válidas, a reclamar la atención de funcionarios que no cumplen, a hacer contraloría social en nuestro entorno para exigirnos y exigirles mayor y mejor rendimiento, a ayudar al país a crecer y a desarrollarse, estaríamos actuando como verdaderos revolucionarios y ayudando a cumplir el legado del Presidente Eterno.
Y surge aquí sin buscarla otra frase famosa, esta vez sí conocido su autor y la circunstancia en que fue pronunciada. Es de John Keneddy, el día que asumió su cargo como Presidente de los Estados Unidos de Norteamérica y le dijo a sus conciudadanos: “No preguntes qué ha hecho tu país por ti, pregunta qué puedes hacer tú por tu país”.