La punta de lanza de la construcción del socialismo revolucionario

Desde un primer momento, el poder popular -como punta de lanza de la construcción del socialismo revolucionario- tendría que consagrar sus esfuerzos en hacer posible un gobierno y unas instituciones públicas alternativas, lograr unas nuevas relaciones de producción a través de la autogestión económica, impulsar un desarrollo endógeno sustentable y una educación popular emancipadora, con valores realmente socialistas, entre otros cambios harto necesarios, que permitan superar la hegemonía y los antivalores del capitalismo.

En efecto, de lo que se trata es de trascender el viejo modelo de sociedad y las relaciones de poder engendradas bajo la lógica capitalista, ya que es totalmente ilusorio creer que sólo bastan la buena voluntad y unas cuantas reformas legislativas puntuales para acabar con los múltiples problemas, las necesidades, las injusticias e, incluso, las guerras que ha generado el capitalismo a nivel mundial. Sin embargo, cuando se ha intentado, esto último no ha resultado suficiente como tampoco lo es copar todas las estructuras del poder constituido, si ello no está acompañado por una transformación a fondo del orden social y económico que pueda -y deba- repercutir en un cambio de conciencia de la ciudadanía, con paradigmas que coadyuven a la edificación de una sociedad de otro tipo que resalten la solidaridad, el amor, la justicia social, la igualdad, el respeto a la madre naturaleza, el interés colectivo, la soberanía y el protagonismo democrático del pueblo.

No podría ser de otra forma. Como lo demuestra la historia, el fracaso de muchas experiencias revolucionarias del pasado se debió, a grandes rasgos, al hecho de haber obviado sus dirigentes la necesidad irrenunciable de establecer el poder popular como una prioridad elemental del nuevo Estado por construirse, otorgándosele -en consecuencia- la suficiente o la total autonomía para promocionar y consolidar sus propios espacios de participación y protagonismo, ejerciendo la democracia directa.

En tal sentido, como bien lo expone Miguel Mazzeo en su libro El sueño de una cosa (Introducción al Poder Popular), “para evitar que un proceso de autoinstitución popular sea confiscado y profanado por una elite política, como para permitir que un gobierno popular se deslice por la senda de la radicalización y no impida el despliegue de la sociedad nueva que late en la vieja, se deben borrar las diferencias entre las funciones políticas y las administrativas. Esto significa que el poder popular, en su semántica más fuerte, implica el ejercicio de funciones políticas”. Todo lo cual constituye, hoy por hoy, más que un programa de acción política revolucionaria una alternativa de extrema necesidad colectiva frente a las crisis y los embates del capitalismo en su actual fase neoliberal, la cual ha producido mayores índices de pobreza, de desempleo y de deterioro creciente del medio ambiente a escala planetaria.

Lo que se impone entonces es que el poder popular -frente al poder constituido- se plantee a sí mismo impulsar un proceso constituyente permanente, generando en su seno iniciativas y nuevas formas organizativas revolucionarias que desarrollen un espíritu anticapitalista, evitando de este modo reproducir la representatividad y el burocratismo que son inherentes del viejo Estado burgués-liberal que se busca erradicar. Al alcanzarse este propósito revolucionario, se podría iniciar la transición definitiva hacia el socialismo y se modificaría sustancialmente la realidad actual del mundo.


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Homar Garcés


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