El coleo, las corridas de toros y el contrato animal

Socialismo e irrespeto hacia los animales son antagónicos. Según mi humilde punto de vista, hasta ahora no hemos tomado -a pesar de los avances- decisiones prácticas realmente radicales para controlar algunas conductas, costumbres y actividades sociales más relacionadas con la barbarie que con la civilización. Aunque la Ley para la Protección de la Fauna Doméstica Libre y en Cautiverio toca este asunto de manera tangencial, varios artículos de la misma ponen claramente al coleo, las corridas de toros, los sacrificios de animales y otras prácticas similares al margen de la ley (véanse por ejemplo los artículos 66, 71, 72 y 73, sobre sanciones e infracciones). Por otra parte, el artículo 14 (De los espectáculos públicos), deja al Poder Municipal la responsabilidad de la regulación de los espectáculos que involucran animales. Esta delegación de responsabilidades en relación con temas delicados no soluciona los problemas, especialmente si contamos con tantas alcaldías irresponsables y demagógicas estructuradas gracias a nuestro curioso y atrasado método para llevar a los políticos al poder y a los servidores públicos a sus cargos: No por méritos, sabiduría, trayectoria, preparación, honestidad y compromiso social, sino por habilidades distintas a éstas sorteadas en la improvisación (lo cual no quiere decir que muchos de ellos no sean honestos, preparados, sabios, merecedores y comprometidos). La selección de los candidatos a ocupar cargos públicos debería hacerse con un tiempo previo suficiente, con métodos rigurosos y altamente competitivos. Así erraríamos mucho menos, y no tendríamos que calarnos tantos ineptos durante tanto tiempo entorpeciéndolo todo. Obviamente hay mucho por cambiar y en eso estamos, pero apuremos.

Volviendo al tema, y excusándome por la breve digresión, aún se realizan abundantes actos (públicos inclusive) donde la crueldad hacia los animales es estimulada y celebrada (mangas de coleo, Maestranza César Girón y otras plazas de toros, galleras, etc). Particularmente sobre el coleo, desde que se inició la ganadería en los llanos venezolanos (siglo XVI), el llanero ha tenido la alternativa de colear las reses que huyen de la manada. Al pasar los años esto se fue convirtiendo en una reunión pueblerina donde se demostraba la destreza de los llaneros y donde se encontraba un ambiente propicio para el galanteo y el derroche de valentía. Luego llegó la Polar… Y encontró una oportunidad maravillosa para obtener impensables sumas de dinero; así que lo promocionó, lo apoyó, lo elitizó y ahora lo posee, como posee absolutamente todo. El coleo, versión ¨mansa ¨ de la corrida de toros, consiste básicamente en lo siguiente: El coleador muestra su destreza y valentía enfrentándose a un animal cuya capacidad corporal es superior pero carece de raciocinio, lo cual pone en clara desventaja al segundo ante el primero. Vale decir que una de las intenciones de cualquier deporte es enfrentar competidores en igualdad de condiciones y oportunidades. El coleador recurre a un segundo animal para superar su clara desventaja corporal, particularmente en la fuerza bruta y velocidad, sometiendo a un caballo que de manera natural jamás atentaría contra una res. Así que ahora aparte de su ¨racionalidad¨ posee superioridad corporal. Es doble la desventaja para el toro. O mejor dicho, múltiple, porque son varios coleadores y caballos contra un solo toro.

La cantidad de humanos lesionados en las mangas de coleo es abrumadora: fracturas, heridas graves, contusiones y hasta la muerte. Por otra parte, el número de traumatismos graves e incluso la muerte de los animales en plena faena es elevado. En éstos ocurren fracturas abiertas con frecuencia, donde los huesos largos de los miembros se convierten en sables y rompen la piel, sobresaliendo grotescamente. Recuerdo de niño haber visto un caballo que fue corneado en una manga de coleo y seguía corriendo aunque tenía una clara evisceración, lo cual usualmente es seguido de la muerte por una dolorosa estrangulación intestinal y peritonitis. En un caso peor del cual tuve conocimiento, un caballo arrastraba sus propios intestinos y se enredaba con ellos. En San Fernando de Apure vi un caballo desplomarse a toda velocidad sangrando a chorros por los ollares, probablemente por un colapso cardiorrespiratorio debido a su avanzada edad. Otro accidente frecuente es el desnucamiento, por las caídas y golpes. Muchos coleadores, con sus espuelas, hacen sangrar a los caballos, al exigirle lo que fisiológicamente no pueden ya ofrecer.

El estrés al cual es sometido el toro en este tipo de espectáculos es sumamente grande. Más que el caballo, incluso, puesto que éste se acostumbra ante la repetición de la experiencia. Para el toro, sólo hay una vez. Ante la algarabía, y en vista que en general las multitudes no piensan, son usuales las patadas del público y los gritos. También son frecuentes las colas partidas, porque los coleadores doblan la porción más delgada de la cola del toro caído para hacer que se levante por el dolor de la torcedura. Pensemos también lo que significa cada aparatosa caída de un toro de más de 450 kg a más de 20 km/h. Como agravante, todas estas escenas dantescas (accidentes, música a todo volumen, impertinencias de borrachos, etc.) ocurren en presencia de niños. Percibo el coleo, las corridas de toros y otras actividades de este tipo como vestigios vivos de la crueldad española (Léase ampliamente sobre crueldad e injusticias en La Puta de Babilonia, de Fernando Vallejo. Véanse fiestas colectivas similares en los encierros de Pamplona, Segovia, Madrid), apadrinada y esparcida durante largo tiempo por el catolicismo en las tierras conquistadas, con fuerte arraigo en la sicología de una sociedad ignorante como la nuestra. Manifestaciones que han quedado ahora en manos de la dinámica perversa del capitalismo.

Sobre esta conducta inadmisible del ser humano contra sus hermanos los animales, citaré a continuación a Desmond Morris, en su maravillosa obra EL CONTRATO ANIMAL: […] A fines del siglo XIX, el Diccionario Católico podía afirmar categóricamente que los animales ¨no tienen derechos. Los brutos han sido creados para el hombre, que tiene sobre ellos los mismos derechos que tiene sobre plantas y piedras¨. Sorprendentemente, el texto continúa con la máxima dureza, diciendo que ¨es legal matarlos, o castigarlos para cualquier fin bueno o razonable… incluso con el propósito de divertir¨. La fecha de este texto es 1897 […]En la época posterior a Darwin, cuando resulta obvio para cualquier ser inteligente que el hombre y los demás animales son parientes cercanos, es a veces difícil de aceptar que los cazadores de brujas medievales todavía se oculten en las sombras de nuestras ciudades y acechen en el campo. Allí están. Y reaparecen con la menor excusa […] Una consecuencia permanente de esta actitud en la que el hombre se siente superior a los animales es la que podríamos denominar ¨caricaturización de los animales¨ […] el león ha sido convertido en un débil cobarde para que nos divirtamos, el elefante es así un pesado estúpido. Y nosotros gritamos y aplaudimos ante esta torpe demostración de poderío humano sobre la naturaleza.

[…] La patéticamente operística corrida de toros, último remanente de una era bárbara y pasada, todavía mancha nuestra civilización. […] Restos de esta idea de la matanza ritual de la gran bestia sobrevivieron en los tiempos medievales, cuando los bravos caballeros demostraban su habilidad lanceando al toro desde sus monturas. Esta práctica fue prohibida por el Papa en el siglo XVI, no porque fuera un espectáculo cruel en el que los caballos a menudo resultaban destripados y los toros morían lentamente, sino porque muchos de los mejores nobles terminaban seriamente heridos. […] Agotados caballos viejos eran dejados en la arena para que los toros los cornearan como un entretenimiento preliminar. El hecho de que miles de espectadores disfrutaran con estos baños de sangre es uno de los aspectos más preocupantes de la personalidad humana. […] Todos tenemos que morir, tanto los humanos como los no humanos, pero ni ellos ni nosotros tenemos por qué vivir una vida miserable. No hay excusa para causar dolor, frustración o privaciones, a ninguno de nuestros animales comestibles en ninguna etapa de su vida. La muerte podrá ser inevitable, pero la crueldad no lo es. Ya que no tenemos otra salida que la de comer carne, por lo menos entonces debemos asegurarnos que los animales que matamos para comer vivan la mejor vida posible. No hacerlo así es una traición al Contrato Animal.

Ha sido comentado lo más común. Pero ¿y las ventas de fauna silvestre (e.g. loros, guacamayas, lapas, peces exóticos, etc. en Bolívar, Yaracuy, Amazonas y otros estados)? ¿Y las peleas de gallos? ¿Y las ventas de animales en los mercados sin un mínimo de condiciones apropiadas? ¿Y el transporte inadecuado de animales? ¿Y los sacrificios de animales para ritos (e.g. santería)? Miles de animales son exsanguinados vivos y conscientes, porque los practicantes de estos actos no poseen los conocimientos médicos necesarios para producir la muerte sin dolor. De hecho no es su intención no provocar dolor. Por otra parte, todas estas actividades están fuertemente vinculadas con la generación de cuantiosas sumas de dinero, bajo diversos pretextos, y lo que es peor, se multiplican con rapidez. Muchas veces los animales (gallinetas, gallinas, pavos, patos, pollos, cabras, ovejos, etc.) son vendidos cerca de las tiendas de artículos religiosos. Los santeros más fieles a la tradición se llevan sus velas, unos inciensos, pasan al lado por el chivito, afilan bien la navajita y buscan un sitio escondido (ríos, bosques, lagunas) para sus actos inaceptables, con otros ignorantes y Madre Natura de testigos. En Puerto Carreño, Colombia, me comentaron cierta vez sobre una diversión, donde varios jinetes corriendo a toda velocidad pasaban por encima de un gallo enterrado vivo hasta el pescuezo. El más macho de los jinetes era el que primero lograba arrancar la cabeza al pobre animal. Aunque yo era un niño, me dije en silencio: Cuestiones de varones, no de hombres.

*Docente UCV Maracay.

aerg58@gmail.com


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Andrés Rodríguez González


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