El mayor dilema que estaría afrontando el proceso bolivariano venezolano reside en el hecho cierto de que, internamente, se libra una lucha (sorda, a veces; escandalosa, otras) entre reformistas y revolucionarios que se disputan el poder y la bendición sacrosanta del Presidente Chávez. Esta disputa apenas comienza a aflorar públicamente, aunque –desde hace algún tiempo- ha venido desarrollándose, aparentemente a favor del reformismo, el cual está posicionado al frente de instituciones del Estado, cargos de elección popular y partidos políticos, impidiéndole el acceso a la corriente revolucionaria y haciendo que ésta se vea como contraria o enemiga del proceso revolucionario bolivariano cuando la situación es otra. Mediante tal estratagema, el sector reformista se asegura un control absoluto de los mecanismos del poder, reforzado con los cuantiosos recursos económicos de los cuales dispone para manipular a su antojo a las masas necesitadas.
Esta situación -acrecentada tras cada sufragio- impide sobremanera que las líneas estratégicas trazadas por el mismo Chávez sufran de una lentitud y de una distorsión constantes a la hora de concretarlas que hace suponer la existencia de un deliberado plan de sabotaje para que nada cambie y se aborte la revolución. Por ello mismo, las masas populares comienzan a resentirse del actual liderazgo chavista, el cual (con escasas excepciones) se muestra diligente en asegurarse un estilo de vida plena de confort, con ganancias de dudosa procedencia, que en hacer realidad la democracia participativa y la consigna revolucionaria de todo el poder para el pueblo. Esto podría, en un futuro, abonarle el terreno a la reacción, según se vaya generalizando el descontento popular contra el burocratismo ineficiente y se mantengan insatisfechas las expectativas de la población venezolana. Por tal motivo, lejos de aislarse o subordinarse a una mal entendida línea revolucionaria, le corresponde a los sectores realmente revolucionarios, consustanciados con la propuesta clasista del socialismo, confrontar de modo abierto y permanente a quienes, diciéndose revolucionarios, hacen todo lo posible para que el proyecto bolivariano no adquiera la trascendencia y el contenido popular que debieran caracterizarlo en todo momento.
Pero, tal confrontación no debe producirse en el mismo plano que dominan los reformistas, ya que todavía persisten en el pueblo los viejos esquemas de subordinación y dependencia que otrora impusiera el bipartidismo puntofijista, con la anuencia de la vieja izquierda tradicional. De ahí que los diferentes grupos revolucionarios tengan que imponerse a sí mismos la construcción decidida de una unidad orgánica que parta de la realidad específica de cada sector social y de la necesidad de darle contenido teórico y práctico a la propuesta del socialismo del siglo XXI, lanzada por Hugo Chávez. Esto implica que estos grupos se inserten en las luchas diarias de las comunidades, se nutran de sus experiencias y activen todo tipo de mecanismos que hagan posible su organización, toma de conciencia y protagonismo como agente social del cambio estructural en ciernes, todo con la mira puesta en la construcción efectiva del poder popular, pero sin que prive en ello un interés sectario-electoralista. En este caso, hay un campo inmenso abandonado por los enemigos de la revolución que debieran ocuparlo los revolucionarios, dado que aquellos no precisan del pueblo para la obtención de sus objetivos particulares, seguros del poder político y económico que detentan, apegados al liderazgo de Chávez.
Con una plataforma unitaria y una estrategia viable a largo y mediano plazo, podría cambiarse el panorama actual del proceso bolivariano regido, en gran parte, por un reformismo puntofijista que amenaza con volver todo al pasado. Si esto no lo asimila la corriente revolucionaria del chavismo, la correlación de fuerzas –por ahora, propicia al proceso bolivariano- tendería a inclinarse a favor de la contrarrevolución, cuestión que no luce improbable dada la improvisación, desorganización, sectarismo, voluntarismo y dispersión presentes en el movimiento revolucionario en general; todo lo cual conspira –sin querer- contra el proceso revolucionario mismo.-
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