En su fase actual, el proceso revolucionario bolivariano socialista en Venezuela -de continuar fortaleciéndose en su seno una tendencia pro capitalista y reformista, tanto en la dirección política como en las diversas estructuras de gobierno- podría derivar en una versión remozada del antiguo Pacto de Punto Fijo (con inclusión de sectores abiertamente contrarios a los ideales socialistas pregonados por Hugo Chávez). Esto precipitaría, en alguna forma, la agudización de las múltiples contradicciones que pudieran existir, muchas de las cuales fueran contenidas durante algún tiempo gracias al liderazgo carismático de Chávez, pero que, al desaparecer éste sin poder darle bases sólidamente sustentadas al proyecto de la revolución bolivariana mediante el papel protagónico y decisivo de los sectores populares, aflorarían sin mayores controles frente a quienes le han sucedido en el poder.
Siendo ello posible, no es descartable que la dirigencia de tal tendencia se esté planteando a sí misma optar explícitamente por esta vía, a fin de preservar los espacios conquistados y continuar explotando a su favor el fervor popular despertado por el Comandante Chávez, pero ahora contando con el apoyo de quienes están en la acera de enfrente aunque esto se niegue -por ahora- de manera rotunda y reiterada. Todo esto bajo el argumento de preservar la gobernabilidad del país, asegurar el cumplimiento de los acuerdos comerciales internacionales y reducir las amenazas potenciales de una mayor injerencia del imperio estadounidense en los asuntos internos de Venezuela.
Con base a este somero análisis, podría deducirse que ya no serían entonces las acciones desestabilizadoras de los grupos opositores las que obliguen al gobierno y a la dirección política chavistas a definir posiciones respecto a darle o no la continuidad y la profundización de los cambios iniciados por Chávez o, por el contrario, los frenarían para conservar -sencillamente- el estatus alcanzado. En este caso, serían los mismos sectores populares organizados que respaldaron siempre el liderazgo y toda iniciativa de Chávez, a pesar de conocer o entrever que muchos de sus partidarios en el poder no tienen su mismo nivel de compromiso revolucionario.
Como lo sugiriera Íñigo Errejón en su artículo “Chávez somos todos”, “la elevación de la figura del Comandante por encima de la disputa política, ya sea por la hipócrita condescendencia a posteriori o por una sincera nostalgia militante, puede contribuir a convertirlo en un ´transversal ideológico’: un referente central en la cultura política venezolana, que ya no suscita choques y que es un consenso conjugado en pasado, pero de poco impacto político en el presente. Tras su fallecimiento, la figura de Chávez es tan solo abiertamente rechazada por la minoría que aún sueña con volver, pacíficamente o no, al país anterior a la irrupción de masas en el Estado. Cuando estos sectores acusan a la revolución bolivariana de polarización la están acusando de politizar la pobreza y la exclusión, esto es: volverlas un asunto público, discutible y solucionable, en lugar de un dolor sordo y privado”.
Esta nueva situación pudiera desencadenarse a través de protestas aisladas, exigiendo algunas reivindicaciones básicas no satisfechas, pero que -generalizándose- tendrían visos de una amplia rebelión popular en vista del estancamiento y retroceso que afectaría la marcha del proceso revolucionario bolivariano socialista. Aunque también sería posible que la misma sea superada, adoptando sin pudor los parámetros capitalistas para compensar las demandas de bienestar de la población venezolana y recurriendo entonces a medidas que aseguren su poder adquisitivo y otros bienes materiales, lo que significaría el abandono de los elementos ideológicos y políticos que alimentaron inicialmente el proyecto de revolución bolivariana que enarbolara Chávez con todo aquello que había enfrentado el pueblo consecutivamente desde 1989.