La bala que mató a Ezequiel Zamora retrasó por siglo y medio la revolución en la agricultura y en consecuencia el triunfo de la lucha campesina por la tierra. Durante este tiempo, el campesinado recibió el peso de la demagogia, el desprecio de la oligarquía y de la burocracia; han vivido entre promesas y engaños. En ese largo tiempo los campesinos han sido subestimados como fuerza social para rescatar la agricultura venezolana del estado inercial de postración. En este contexto, la reciente conmemoración de la muerte de Zamora ha sido un excelente momento para replantear el fin y los medios de la lucha campesina. La propuesta que avanza sobre un Congreso Nacional Campesino nunca sería un acto pasivo para escuchar discursos, sino para que asuman su voz propia, por sobre sus pesares, para exigir de una vez por todas la transformación de esas 350 mil familias en el Poder Popular que son para tomar la tierra que les pertenece y no las migajas que los mantienen sedados.
De allí que, ese Poder Popular que se concentrará en febrero 2014, en la misma tierra que vio nacer a Zamora, tiene la tarea de identificar el compromiso con la Venezuela Potencia que nuestro Comandante Eterno delineó como futuro de esta patria. Ese concepto de potencia es diferente a la posición de dominio, de superioridad, de privilegio, de ventaja competitiva, de unas naciones sobre otras relegadas a la dependencia de toda índole. En una nueva concepción revolucionaria, toda esta carga de capacidades de dominación hay que desmontarla, o como se escribió en el libro sobre “Venezuela: Potencia emergente”, hay que descolonizar ese concepto (Véase en ese libro, en el capítulo de Chacón y Mora, a partir de la página 295). Se es una potencia emergente socialista en agricultura si sus logros contribuyen a defenestrar el hambre en el planeta, no como un buen negocio, sino como parte de un complejo de valores que incluyen la solidaridad, la complementariedad, la cooperación y el respeto a la soberanía de los pueblos con los cuales interactuamos.
¿Qué tan lejos estamos de la meta de ser una potencia emergente en agricultura? No tan lejos, lo más difícil ya se hizo. El presidente Maduro ha manifestado que ese es el compromiso en el tema agroalimentario en el país, lo que se traduce en una sola política frente a la dispersión de los órganos de gobierno adscritos a diversos ministerios que de una u otra forma son parte de esa complejidad que llamamos agricultura. Como en efecto se ha dicho, hay que transformar la ecuación de la disponibilidad de alimentos en procura de satisfacción de las necesidades nacionales de alimentos, logrando excedentes para incrementar la reserva alimentaria nacional y para la exportación, y de alguna manera hay que controlar un término al cual se le hace poco caso en materia de la disponibilidad: hay que estudiar y frenar las pérdidas y los desperdicios que ocurren en el sistema agroalimentario. Estas salidas son aquellas derivadas de las perdidas por cosecha, por procesamiento, por extracción no controlada y la peor de todas, aquella que es originada dentro de las metas planificadas y financiadas, cuyos recursos son perversamente distraídos en la trampa de las corruptelas.
El Congreso Nacional Campesino se dará en un ambiente previo y preparatorio para el nuevo año agrícola. Allí, además de la posición que se espera sobre el tema del desequilibrio en la tenencia de la tierra, debe aclararse la participación campesina en expectativa sobre el incremento de la producción nacional. Habrá también que responder sobre el papel de la agricultura familiar y comunal en estas expectativas. Sabemos que es posible incrementar la producción agrícola con los referenciales tecnológicos que disponemos actualmente; pero, además se requiere la declaración de una esperanza temporal de la transición hacia un modelo de producción agroecológica, más amigable con el planeta tierra, en el contexto del objetivo histórico del Plan de la Patria sobre la salvación del planeta. Tanto en los saberes tradicionales como en las investigaciones realizadas en centros de investigación nacional y de países aliados ubicados en la franja tropical, existen tecnologías para acelerar la transición hacia la producción agroecológica, y esas menos de 100 mil hectáreas que apenas producimos en este enfoque, pueden convertirse en el mediano plazo en millones de hectáreas.
Se impone además una revisión exhaustiva de la inversión en planes que no han dado resultados. El concepto de potencia y de seguridad alimentaria, no necesariamente conllevan la autarquía alimentaria. Así que, las inversiones en soya deben ser sometidas al acucioso análisis de sus resultados, y de ser posible utilizar esa energía, talento y gestión para apuntalar los rubros sensibles que nos hacen vulnerables frente a la injerencia extranjera.
Al final, necesitamos un plan socializado, compartido, que cada uno de los ciudadanos de esta Patria de Bolívar, Zamora, Chávez, y de nuestros millones de héroes campesinos, invisibilizados por la historia, marquemos el rumbo hacia esa potencia emergente. Lo demás será obra de todos, planificar y cuidar la inversión, mejorar los soportes tecnológicos y fiscos que hacen viable el plan.
La tarea ya empezó, esos años catalépticos de la agricultura entre el 2010 al 2012, no deben volverse a presentar.
A esta revolución socialista no la pueden conseguir dormitando sin hacer, ni querer hacer, una revolución en la agricultura
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