En las narices de la pequeña burguesía, la realidad avanza desbordando sus “buenas intenciones de paz”. En estos momentos de crisis, de choque antagónico entre el capitalismo y el Socialismo, y más allá de cualquier ingenuidad, el enfrentamiento es entre extremistas de lado y lado: el centro tan anhelado por la pequeña burguesía timorata no tiene cabida, las medias tintas sólo llevan agua para la restauración fascista. Veamos.
El fascismo es la manifestación del capitalismo cuando ve en peligro su hegemonía, es respuesta al resurgir de la esperanza socialista. Aparece con variantes, pero siempre con la misma crueldad. Así lo hizo en Chile, en el Cono Sur, aquí entre nosotros, en Colombia. Podríamos decir que es el capitalismo llevado a sus extremos, y en contraposición, el Socialismo será la insurgencia de los desposeídos llevada a sus extremos, a la superación del sistema capitalista.
Si queremos ser más generales, ampliaremos el término fascismo y diríamos que es la manifestación violentísima de los imperios frente a las posibilidades revolucionarias, y entonces podríamos incluir el genocidio español contra la Independencia de la América. Frente a ese extremismo del capitalismo, la insurgencia se agrupa en el Socialismo.
El capitalismo es la violencia, la crueldad del odio de la clase dominante. El Socialismo, la violencia que lucha por imponer la sociedad de la fraternidad, del amor. El capitalismo es la lucha por el egoísmo, el Socialismo es la violencia por el amor. Es, como diría Martí, la guerra necesaria, la guerra sin odio. De aquí que es un deber revolucionario ser extremista, porque sólo se podrá derrotar al odio capitalista yendo al extremo del amor Socialista. Sin odio, pero en guerra. No hay otra manera de ser revolucionario. El capitalismo no se suicida.
Extremista fue Cristo enfrentado al imperio romano, desde una postura amorosa pero firme. Lo fue Bolívar, enfrentado con las armas al imperio español y con el nítido proyecto de la Independencia. Lo fue Fidel en su lucha audaz, extremista, ultra, contra el capitalismo en su isla a noventa millas del monstruo. Chávez, el Chávez nuestro de cada día, fue extremista el 4 de Febrero, y lo fue en Abril y Diciembre… siempre guiado por profundos sentimientos de amor.
Los anteriores ejemplos, en sus variadas condiciones, en diferentes tiempos, tienen algo en común: asombraron por ir a los extremos, rompieron las amarras de los acuerdos sociales… En resumen, fueron revolucionarios, propusieron un nuevo mundo, confiaron en que las masas los entenderían. Es así, la Revolución es el más hermoso acto extremista que el hombre pueda emprender.
Es en este marco que debemos estudiar a las guarimbas que hoy enfrentamos en Venezuela. Se trata de la punta de lanza de una agresión fascista que tiene por finalidad borrar el intento Socialista que es la Revolución Chavista. No es un hecho aislado, no es un fin en sí mismo. Es la manera que encontró la burguesía de despertar la voluntad de lucha de su base aporreada por las ambigüedades de una dirigencia timorata a la hora de conducirla en el enfrentamiento. ¡Tuvieron éxito! Las manifestaciones pacificas son hijas de las guarimbas, que cumplieron su papel.
Ya la burguesía acumuló fuerza, espíritu, pasión, para escalar en la agresión. Ahora, el problema no son las guarimbas. Se trata de entender el carácter de la confrontación y construir una respuesta que frene el fascismo que se engendra en las manifestaciones pacificas. Recordemos que Abril, aquella violencia, surge de lo pacifico de las manifestaciones.
La respuesta de la Revolución es errada: no se puede enfrentar una agresión burguesa con llamados a armisticios antes de pelear, con el espejismo de ignorar al enemigo, con un llamado a la paz que nos desarma. La respuesta es enfrentar al capitalismo con fuerza, con decisión, sin odio, pero enfrentarlo. Como sólo la revolución puede hacerlo, con el amor que funda.
¡Viva Chávez!