Con la agudización de la lucha de clases en Venezuela, durante el período chavista, la oligarquía ha venido dando pasos muy precisos para evidenciar que ya no está dispuesta a utilizar a interpuestas personas que lideren el replanteo de la lucha por la reconquista del poder político en nuestro país.
Quienes detentan el poder económico, la godarria burguesa, han dejado de lado el disimulo y se han lanzado al ruedo político con representantes directos de sus intereses de clase. Ya no es el tiempo de pequeños burgueses conversos como Betancourt o Leoni, que, en sus primeros pininos como dirigentes políticos, destacaban por sus posiciones izquierdistas que, luego, fueron cambiando hasta convertirse en los dilectos representantes del imperialismo y la burguesía oligárquica o incluso Caldera, que si bien nunca fue de izquierda tampoco provenía de familia adinerada.
No, ahora quienes están en la primera línea por el rescate del poder para la burguesía son individuos(a) como Henrique Capriles Radonski, Leopoldo López Mendoza, María Machado Parisca (Zuloaga), detentadores de apellidos que son expresión de riquezas aquilatadas, con muchas décadas de acumulación o, mejor, de explotación de mano de obra y de aprovechada relación con las arcas del Estado. En la derecha, a los políticos con otra procedencia social, les corresponde ubicarse en una segunda o tercera línea de acción y más aún si provienen de la izquierda, los redomados conversos que están condenados a pagar, en las filas derechistas, una penitencia eterna.
Betancourt marcó la pauta
El líder fundador de Acción Democrática, Rómulo Betancourt (1908- 1981), fue el gran converso o mutante del siglo XX venezolano e incluso latinoamericano, cuando joven fue un destacado dirigente de izquierda, tan es así, que, estando en el exilio, fue fundador y , como tal, miembro del Buró Político del Partido Comunista de Costa Rica; dotado de una reconocida formación cultural y política, él mismo denominó a esa etapa de su vida como de “sarampión juvenil”, a manera de justificar la voltereta que fue dando al pasar de los años cuando se convirtió en un furibundo anticomunista y en el más encumbrado agente del imperialismo estadounidense en la política latinoamericana (ese fue el pago que tuvo que asumir para que los yanquis le permitieran llegar al gobierno del país y mantener la hegemonía de su partido durante todo el período puntofijista). José Sant Roz, en su libro “El procónsul Rómulo Betancourt” documenta muy bien esta metamorfosis betancuriana.
El guatireño líder adeco le marcó la pauta a los izquierdistas conversos del país, provenientes, aunque no sólo, del PCV-MAS y del MIR; al principio eran sus enconados adversarios para terminar siendo, a estas alturas del juego, sus más conspicuos admiradores, tratando de copiarle sus pasos, siendo que más de uno le ha tocado el penoso papel de arrimarse al Departamento de Estado, en Washington, solicitando apoyo y cobijo, tratando de coronar una carrera que ya en el ocaso de sus vidas no les representa mayor atractivo a los calculadores manipuladores yanquis.
Así como los arrestos antiimperialistas de Betancourt se evaporaron con prontitud, dando paso al inevitable distanciamiento con el pensamiento bolivariano, y sus inquietudes socialdemócratas devinieron en reformismo vergonzante; para muchos de los acérrimos izquierdistas que acometieron, posteriormente, el mismo periplo político y conceptual obtuvieron o están obteniendo resultados políticos inciertos aunque, tal vez, no sea así en lo pecuniario.
Apuntaladores del viejo sistema
Los conversos de la izquierda, en la medida en que se operaba el desvanecimiento de sus ímpetus revolucionarios fueron siendo candidatos presidenciales, senadores, diputados, ministros de gobiernos neoliberales, laureados intelectuales, diplomáticos, comunicadores, etc., todos, activos apuntaladores del mismo sistema que habían combatido.
Y en la presente coyuntura del país, perdida toda vergüenza, han asumido, por todo el cañón, el papel de ser ideólogos, asesores o intelectuales orgánicos de la fuerza política y social que ha venido utilizando el imperialismo y la derecha para intentar derrocar el proyecto político bolivariano y chavista, el que ha rescatado ¡oh paradoja! la soberanía nacional y que se ha propuesto, en términos concretos, la redención del pueblo trabajador e históricamente excluido, caras consignas que siempre estaban presentes en los documentos de otros tiempos rubricados por estos conversos.
¿Protesta social?
En el momento actual, comprometidos hasta los tuétanos con la insurrección que la derecha fascista tiene montada con la finalidad de derrocar al gobierno chavista de Nicolás Maduro, con absoluta desfachatez, se prestan para argumentar y sostener el lineamiento emanado de los círculos imperiales de que este gobierno ha desatado una feroz represión para contener la espontanea protesta social surgida del descontento popular.
Para los conversos, no existe el factor imperial interviniente en la política interna, la intromisión y conexión de Uribe con los insurrectos es un espejismo, la planificación con bastante antelación de las acciones criminales padecidas y presenciadas por la sociedad venezolana, que han ocasionado tantas calamidades (a la fecha 31 fallecidos, 461 heridos, barricadas, incendios, cuantiosos daños al patrimonio público, etc.,) y alteración de la vida ciudadana cotidiana es un dato irrelevante; para ellos lo que cuenta, es acabar con un proyecto político que les enrostra, permanentemente, la incapacidad que tuvieron para materializar, en su momento, la revolución venezolana y, en el peor de los casos, ganarse las migajas del reconocimiento oligárquico e imperial. Qué triste papel el de estos actores en ese sainete en el que han querido convertir la política venezolana.