La revolución puede ser reversible

En todo proceso revolucionario resaltan, básicamente, tres grupos o tendencias que se disputan el poder: los conservadores o clase dominante, dueña del poder; los reformistas, cuya propuesta no pasa de hacer algunos cambios cosméticos o de nomenclatura, pero sin llegar a la raíz; y los revolucionarios, quienes proponen el derrumbe de las cosas viejas y la instauración, en su lugar, de un nuevo orden social en todas sus expresiones. Generalmente, esta pugna caracteriza los cambios históricos del mundo y toma cuerpo cuando la sociedad alcanza un punto crítico en el cual las expectativas populares no son satisfechas por aquellos que usufructúan el poder. Sin embargo, ésta tiende a agudizarse una vez que la vieja clase dirigente o gobernante es desplazada por los movimientos sociales y políticos revolucionarios, ya que entre los mismos se hallan reformistas y revolucionarios con ideas encontradas respecto a lo que debe ser el nuevo orden a instaurarse. Esto genera un cúmulo de contradicciones, de marchas y contramarchas, que sólo la correlación de fuerzas podrá inclinar hacia uno u otro lado. En Venezuela, por ejemplo, centro actual de la onda revolucionaria que sacude al mundo, el reformismo confía en el manejo absolutista de los resortes del poder y se anima a cercar y a descalificar al ala revolucionaria del chavismo, mientras éste, sin articularse en una vasta red de organizaciones clasistas, carece de un claro perfil teórico que ayude a caracterizar el proceso de transformación existente en el país. En medio de ellos, el pueblo venezolano, principal sostén del gobierno del Presidente Hugo Chávez, sigue expectante, esperando que las cosas cambien para bien, aunque con un papel protagónico que apenas comienza a asumir.

Lo anterior sirve para referirse al caso de Cuba y su revolución al plantear su máximo líder Fidel Castro y el Canciller Felipe Pérez Roque la posibilidad de que ésta sea reversible, truncando un modelo de sociedad socialista de 47 años de vida, pese a haber sobrevivido a los reiterados ataques y bloqueo económico de la mayor potencia imperialista del planeta, de la solidez de la formación revolucionaria del pueblo cubano, de sus bien entrenadas fuerzas armadas, del poder controlado por el Partido Comunista y de unos medios de producción, así como de comunicación, en manos del Estado. Y no es casual esta preocupación de las altas autoridades cubanas al respecto, ya que se han evidenciado muestras de corrupción, apatía e ineficiencia administrativa que hacen presagiar una situación semejante a la vivida por la Unión Soviética, una vez desaparezca su supremo conductor, Fidel Castro. Para el Canciller, es vital que la defensa y preservación de la revolución cubana se base en tres puntos: 1) Mantener la autoridad moral de la dirigencia con la conducta austera, de dedicación al trabajo, que el pueblo sepa que sus dirigentes no tienen privilegios; 2) Mantener el apoyo de la población, no sobre la base del consumo material, sino sobre la base de las ideas y de las convicciones, y 3) Que no resurja una clase propietaria, es decir, una burguesía aliada a Estados Unidos. Todo ello ha significado la generación de no pocas interrogantes en la Isla y en otras latitudes. Para la cúpula gobernante de Estados Unidos es la comprobación de que, a la muerte de Fidel, la revolución cubana sufrirá una implosión, dado que no hay, al parecer, otro dirigente con el carisma y la estatura intelectual del Comandante en Jefe. Esto ha supuesto la búsqueda de alternativas que aseguren una transición inmune a los efectos catastróficos del socialismo real en Europa.

Por ello, la situación planteada en Cuba debiera servir de ejemplo a quienes creen que la solidez de los gobiernos implica la solidez de un sistema en particular, en este caso, socialista, olvidándose que los pueblos deben ser sus principales soportes. Esto exige un debate abierto y serio en el cual se analicen las condiciones objetivas en que la revolución pudiera hallarse, así como tomar en cuenta las condiciones subjetivas que la hacen viable. Al preguntarse cómo podría garantizarse el carácter vanguardista o cibernético de los sistemas de conducción como el Estado y el partido, Heinz Dieterich expone que “la calidad de cualquier sistema de regulación depende esencialmente de dos parámetros: a) su sensibilidad, es decir, el tiempo que transcurre hasta el descubrimiento o reconocimiento de una desviación del sistema, del valor programado (Sollwert) y, b) el tiempo que el sistema requiere para corregir la desviación (Istwert). Ambos parámetros determinan el comportamiento dinámico del sistema, en este caso, del Partido-Estado, y dependen, a su vez, de la calidad y cantidad de las mediciones del estado del sistema (por ejemplo, sondeos de opinión) y del poder relativo de las diversas corrientes y fracciones de la clase dirigente, por ejemplo, de la corriente revolucionaria, la socialdemócrata, la tecnócrata, etcétera”. Aunque no es la fórmula mágica requerida, ella abre una puerta que, quizás, se ha obviado durante mucho tiempo, pero de lo que sí se puede estar seguro es que toda revolución si no se le da el contenido que amerita, consustanciada con la participación dinámica y creadora de los pueblos, ni se garantiza la fluidez de los canales de información y debate real entre las fracciones de la vanguardia o la cúspide del poder real, entre éstos y los cuadros medios, y entre los dos anteriores y las masas, puede ser reversible, haciendo inútil el sacrificio de quienes la hicieron posible.-

¡¡Hasta la Victoria siempre!!
¡¡Luchar hasta vencer!!

¡¡¡Rebelde y Revolucionario por siempre!!!


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Homar Garcés


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