Retumba la alegría de algunos incautos por la división en la mud, dicen que allí cada uno anda por su lado, intentando saciar sus apetencias de poder, y concluyen que la oposición está liquidada.
El cuadro tiene otra lectura. Los representantes políticos de la burguesía se unen cuando están en la adversidad de un gobierno fuerte, y se separan cuando el viento hincha sus velas, cuando el gobierno revolucionario se debilita. Es así, la unión y la desunión de los opositores es una buena medida de cómo va el gobierno.
Hoy perciben débil al gobierno -leen encuestas y señales-, y se lanzan al asalto final. Unos quieren el golpe y disculpan con llamados a una constituyente, a un congreso paralelo y otras argucias. Otros prefieren ir hasta las elecciones parlamentarias, tomar la Asamblea y desde allí dar la estocada final. Cuando la situación esté madura, los gringos le impondrán el candidato que los una. Entonces, las ilusiones de una oposición dividida se esfumarán.
La Revolución, desconcertada por la pérdida del líder, no ha conseguido recomponerse y recomponer el rumbo. Se debate en la pena de un caudillismo sin caudillo, de un mesianismo sin Mesías, y sufre los embates de la epidemia de la socialdemocracia, esa que ataca a las Revoluciones en fase juvenil.
La característica principal de esta Revolución fue el caudillismo. Chávez era un caudillo, con él se vivió lo bueno y lo malo de esa condición, era fuerza y era debilidad, el saldo fue siempre positivo: oír la crítica, la consulta oportuna, ser guiado por profundos sentimientos de amor, la benevolencia en lugar de la venganza compensaban el riesgo del poder concentrado.
Con su asesinato se creó un vacío que imponía un cambio en la manera de conducir a la Revolución. Ya sin el caudillo no era viable el modo caudillista, se hacía necesario llenar el vacío con una dirección colectiva, que junto al Presidente Maduro absorbiera, capturara, la telúrica fuerza política, religiosa e ideológica de Chávez. Esto no ha sido posible, la Revolución ha dado tumbos en el intento de repetir lo irrepetible, de sustituir lo insustituible. Y en esos bandazos se ha debilitado, ha perdido nitidez, personalidad.
En ese intento frustrado, la Revolución ha sido presa de la ideología pequeñoburguesa, de la socialdemocracia, del reformismo que retoñó, que creció aprovechando la baja en las defensas ideológicas del proceso. Ahora, los oligarcas acechan, esperan que la presa se debilite más, como hienas huelen el festín y tienen escaramuzas entre ellas.
Para la Revolución son urgente dos medidas: consolidar la dirección colectiva, al Comando Político cívico-militar, o algo similar; insuflarlo de la teoría Revolucionaria, la heredada de Chávez, la que está plasmada en el Plan de la Patria, el original, el que el Comandante escribió con su puño y letra, donde dejó su pensamiento más acabado.
Este binomio, ideología revolucionaria y nítida dirección, apuntalará el liderazgo del Presidente Maduro y de la Revolución, así se rescataría la pasión perdida, podrá enfrentarse con éxito a las pretensiones oligarcas.
Aún hay tiempo, como decía el Comandante: el látigo de la contrarrevolución acelera la Revolución. Los ataques gringos y las malcriadeces de mendoza, de la polar, debían hacer que la Revolución abra los ojos, que “deseche las ilusiones” de un capitalismo sea de donde sea, aliado de la Revolución, y “se prepare para el combate” por la construcción del Socialismo.