El debate cultural en Venezuela debe reafirmar los ideales de identidad, de pertenencia, de querencia, de búsquedas y reafirmaciones de valores sustanciales del ser y el hacer nuestro de cada día. Las artes en todas sus manifestaciones devienen en sensibilidad, en despertar y en reconocerse. El país cuenta con una tradición muy rica de expresiones artísticas y ciertamente hay un rescate manifiesto de esta tradición a través de la política del Estado a partir de 1999 cuando la cultura asume un rango constitucional. Quizás para quienes sólo gustan del arte de salón y de los grandes cafés esto suene a aguafiestas. Pero no debe negarse el gran impulso logrado desde que existe el Ministerio de Cultura como órgano rector de la política cultural de la nación. Este mismo ente organiza y promueve su III Congreso Nacional de Cultura.
La reflexión debe guiar el encuentro con las ideas. La crítica tiene que fortalecer la creatividad y el diseño de la gestión institucional. La dignificación del cultor popular resulta impostergable, y debe lograrse de manera efectiva, directa e inmediata. Los canales internos de comunicación dentro (y para) la gestión cultural no funcionan correctamente, y a menudo sesgamos la acción cultural hacia intereses personales, de grupos, de cogollos, de compinches. Esto es contraproducente. Se necesitan censos justos, diagnósticos reales, encuentros permanentes a nivel del interior del país. El Ministro debe ser ese guía dinámico y plural que demandan las regiones, activado con los gabinetes de cultura que asuman su rol —no como caretas de oficina ni de quince y último—, lejos de todo burocratismo minúsculo. El nuevo gerente o promotor cultural debe acabar con la mendicidad de los artistas, creadores y cultores populares que de menudo solicitamos la justa inclusión, el apoyo financiero para los materiales de creación, las disposición de los espacios, la promoción de las obras artísticas y la interrelación con otros ámbitos del país, del Caribe, de América Latina y del resto del mundo. El gerente o promotor cultural local, regional y nacional debe estar al lado de los cultores populares en todo momento y en todo lugar.
Los honorarios para el trabajo de los cultores populares (poetas, narradores, escritores, músicos, cantores, pintores, artesanos, escultores, muralistas, actores y actrices, fotógrafos, intérpretes diversos) constituyen un aspecto central. Que el Estado asuma de una vez el compromiso de pagarnos unos mínimos honorarios cada vez que se requieran nuestros servicios, aportes y presencias en eventos culturales. No tiene sentido generar un altísimo gasto en publicidad y logística para realizar el Festival (Mundial) de Algo, la Feria (Internacional) de Algo, el Encuentro Nacional de Algo, el Foro sobre Algo, y que nos alojen en buenos hoteles y nos llenen las tripas con algún menú aceptable y repetitivo pero que no tengamos de vuelta a casa para comprarle un pollo, un pan, unos huevos ni una sardina a nuestros hijos hambrientos. Esto es injusto e imperdonable. Que se haga sentir esta demanda de manera firme, señores del III Congreso Nacional de Cultura. Los taxistas que nos asignan cuando asistimos a los eventos convocados por nuestro gobierno socialista revolucionario ganan mucho dinero y para el pasajero de abordo, el pobre artista, el poeta pobre, el músico limpio, no hay ni una puya.
Mostrar una artesanía de barro en el Teatro Teresa Carreño, o leer un poema en la Sala José Félix Rivas, o en los espacios del Buen Vivir, supone un gran sacrificio económico para quienes vivimos en Mérida, Maracaibo, Barinas, Ciudad Bolívar, San Fernando de Apure, Valle de La Pascua, Maturín, El Tigre, Barcelona, Cumaná, la isla de Margarita, Maracay, Valencia, Barquisimeto, Falcón, etcétera. Igual ocurre para quienes llevan sus cuatros, sus arpas, sus maracas, sus bandolas, bandolinas, sus títeres, en fin, sus aperos de trabajo. Muchas cultoras deben cargar sus hijos pequeños; otras y otros son adultos mayores o tienen impedimentos físicos. Por lo tanto, el hambre, la necesidad, la pobreza y el sacrificio aunque se consuelen con el inmenso amor con que se apoya a nuestra revolución bolivariana no pueden seguir constituyendo un triste remedo de la desidia del pasado, a imagen y semejanza de la Cuarta República. Si bien se ha reconocido a algunos patrimonios culturales vivientes con pensiones de la tercera edad y programas sociales similares, la idea debe ser genérica a partir del reconocimiento del arte como lo que realmente es: un trabajo duro, exigente, sacrificado y permanente.
El debate debe centrarse igualmente en planificar nuevas alternativas creadoras en los espacios públicos. Chávez se nos ha ido de las plazas, de los centros culturales, de las casas de cultura, ateneos, parques, medios comunitarios, escuelas, liceos, universidades, casas comunales, esquinas, centros comerciales y hasta de algunas instituciones del gobierno nacional. Esto es paradójico. ¿Qué van a valorar los niños en el futuro inmediato? ¿Cómo se van a contraponer en la praxis los modelos culturales colonizadores? ¿Qué herramientas estamos diseñando para descolonizarnos culturalmente, más allá del burocratismo cultural y los chicles humanos pegados a ciertos cargos públicos del sector cultural?
El III Congreso Nacional de Cultura promete muchas cosas. Hay buenas expectativas. La principal es que no se quede en un evento de farándula más, de ver caras conocidas y repetir eslóganes sobre antiimperialismo y soberanía. Hay que llegarle al hueso al asunto, ministro Reynaldo Iturriza. Sabemos que Educación, Investigación y Formación son los pilares fundamentales para la acción cultural, pero no trascendemos si antes no se consolidan las bases de nuestra tradición, si no se dignifica al creador artístico, si no se le abren las puertas a quienes aún siguen vejados. La acción cultural debe ser efectiva sino, no es una acción cultural sincera.
Urge recatar la política del libro en Venezuela. Sacar los textos de esos depósitos donde están arrumados. Hay que volver a editar masivamente y distribuir los libros en las plazas públicas. Fomente concursos que ya no contemplen esos pírricos premios en metálicos de diez mil bolívares (Bs. 10.000) como ocurre en casi todas las bienales de literatura y presupueste premiaciones de 30, 40, 50 y 60 mil bolívares, por cuanto hay una gran calidad creadora entre nuestros poetas, cuentistas, novelistas y cronistas que bien lo merecen. Así mismo, el Premio Nacional debe significar una premiación de al menos cien mil bolívares (Bs.100.000), que si bien no alcanza ni para adquirir un vehículo ni reparar un estudio o comprar herramientas de trabajo, dignifica en algo al creador que se pretende reconocer. Además, éste merece una pensión vitalicia del mismo modo que se estila en otras naciones.
La visión pragmática del arte como expresión del ocio debe quedar atrás en Venezuela. Nuestra juventud estudia arte en las universidades e institutos. Los Maestros artistas enseñan sus técnicas y trabajos para merecer igualmente su dignificación y sus justos honorarios. Asuma usted, Ministro Iturriza, la bandera de las transformaciones y ármese de buenos equipos de trabajo y cuanto pueda captar del este III Congreso de Cultura y mueva la mata de arriba hacia abajo dentro de esta oportunidad única que nos ha brindado la historia para refundar la Patria bajo el legado ancilar de nuestros libertadores y bajo el sueño bolivariano impulsado por nuestro Comandante Eterno Hugo Rafael Chávez Frías. Por lo demás, a aquellos a quienes la “cultura oficialista” les parece algo feo, sencillamente pídales que den un paso al frente y que demuestren ellos lo contrario porque la cultura es de todos. La Cultura es la Patria.