España acusaba recientemente una fuerte caída en la venta de libros. El síntoma se asocia al menos a tres factores: la pérdida del poder adquisitivo (el libro frente a otras necesidades primarias para sostener la vida), el avance de los textos electrónicos o e-books y a la desmotivación de los lectores, básicamente desde los diversos tramos escolares. Venezuela, por el contrario, se precia de lucir un considerable empuje en el acceso al libro por parte de niños y adolescentes, adultos y ancianos, aunque el egoísmo político de los sectores de la derecha sostienen que el Estado sólo subvenciona y promueve “literatura ideológica” de izquierda.
Si los intelectuales de la derecha política leyeran literatura de izquierda otro gallo cantaría en sus corazones. José Martí o Ernesto Cardenal, Vallejo o Neruda, García Lorca o Bécquer, Huidobro o Paz, Benedetti o Mutis, por decir sólo algunos nombres de la literatura castellana contemporánea, les deben sonar a poesía rancia de tipo izquierdoso. Metidas las narices hacia adentro, hay otra larga lista que igual les debe oler mal. ¿Palomares y Pereira? ¿Lira Sosa y Barroeta? ¿Valera Mora y Luis Castro? ¿Caupolicán y Gerbasi? ¿Lidda Franco Farías y Stefanía Mosca? ¿Laura Antillano y Luisa del Valle Silva? En fin.
Supongamos que la derecha lograra borrar del mapa literario venezolano todos los nombres que le suenen a izquierda, pueblo, revolución, independencia, liberación, libre determinación de los pueblos, socialismo, utopía, comunismo, etcétera y sólo dejasen sus solitarios y pesarosos nombres, los cuales no indicaré por respeto a esas personas, pero ellos se auto promocionan solitos y hacen sus hogueras más altas para llamar la atención en las inmediaciones de la plaza Altamira y en los predios del municipio Chacao, así como en algunas ferias del libro universitario y una que otra esquina, me queda una pregunta redonda: ¿Podrían sostener esos nombres de derecha una auténtica literatura nacional?
La idea del Presidente Nicolás Maduro de reeditar la obra completa de Andrés Eloy Blanco tropieza, conceptualmente, con un detalle nada amable. Muchos lectores, muchos ciudadanos, muchos compatriotas pues, lo tienen como un poeta adeco, un intelectual de derecha, aunque hayan pasado ya sesenta años de su siembra. Se sabe que su palabra fue encendida chispa en los debates del extinto Congreso Nacional y que pregonó el ideal de la libertad (¿de conciencia?) y que su voz apuntó también hacia el indio, el negro, el mestizo, el pardo, el de a pie, el trabajador y el obrero, aunque tal vez no en la dimensión en que lo plantearon Aquiles Nazoa y Pío Tamayo, por decirlo de algún modo. La derecha puede pensar ahora como pensó en su momento la familia de Alí Primera cuando el Comandante Hugo Chávez desempolvó sus canciones para recordarle a las masas de dónde venía su lucha y para donde vamos, carajo. “Seguro Maduro quiere sacar provecho de los poetas adecos para ganar las elecciones de la Asamblea Nacional”, aunque el efecto sea contrario: No conviene editar adecos porque se pierden votos.
Al margen de que la Presidencia de la República o Monte Ávila Editores edite el corpus temático de Andrés Eloy Blanco, el poeta Gabriel Jiménez Emán me anticipa una idea grandiosa que es la que ha motivado este artículo: Se debe crear una especie de Comisión Asesora para Obras Literarias Venezolanas. El poeta Gabriel acota una lista representativa, pero es sólo una muestra aleatoria de cuanto recurso literario y humano tienen nuestras regiones, que merecen una difusión masiva, más allá de que algunas de sus obras aparezcan en fondos editoriales de provincia (como el Fondo Editorial del Caribe, en Barcelona, por ejemplo, impulsado por Fidel Flores, el Fondo Editorial Río Cenizo, el Fondo Editorial Arturo Cardozo, entre otros) o en las grandes editoriales del Estado. Valga decir, y disculpen las ausencias, pues se trata de una muestra tan sólo, los nombres de Manuel Rodríguez Cárdenas, Teófilo Tortolero, Rafael José Álvarez, Elisio Jiménez Sierra, Juan Salazar Meneses, Luis Castro, Gonzalo García Bustillos, Víctor Salazar, José Lira Sosa, Aquiles Nazoa, José Barroeta, Lubio Cardozo, Eugenio Montejo, Luisa del Valle Silva, Teresa Coraspe, José Ramón Heredia, Enriqueta Arvelo Larriva, Vicente Gerbasi, Luis Fernando Álvarez, Fernando Paz Castillo, Jacinto Fombona Pachano y pare usted de contar.
La literatura debe estar al servicio de lector. Este determina qué absorbe y que no. La voz del poeta está para ser oída y valorada. El Estado tiene el deber de publicar las obras y difundirla porque así lo hemos entendido en esta revolución. Otras naciones dejan esas tareas a las grandes empresas del libro y éstas sí manipulan el mercado y los intereses del comportamiento lector. Muestra de ello son los llamados textos de auto ayuda y esa honda en la que andan los seguidores de Paulo Coelho y J.J. Benítez. De ahí lo interesante de poder ayudar a cristalizar un proyecto orgánico de buenas reediciones que nos refresquen la memoria de país que tenemos engavetada y descuidada. Es esa la esencia de nación que Chávez trató de rescatar en sus alocuciones y las menciones a sus lecturas personales; en suma, la razón de ser de nuestra venezolanidad en la raíz misma del tiempo, que tanto dolor, tanta soledad y tanta lucha con las palabras, con los cuerpos y con la sangre costaron. La idea es buena, y los hechos la apremian, querido poeta Gabriel Jiménez Emán.
Presidente Maduro, ¿aprobado?