Según se desprende de su historia, desde la época de Antonio Guzmán Blanco hasta el presente, lo que podría calificarse como burguesía en Venezuela no ha sido más que una burguesía (u oligarquía) parasitaria, estéril y antinacional que poco tendría en común con la existente en otras latitudes, salvo su propensión por obtener ganancias fáciles y cuantiosas. Así, su existencia se debe básicamente a las conexiones establecidas con quienes administran las diversas instituciones del Estado venezolano, ejerciendo un control sobre las leyes y medidas que éstas pudieran adoptar en algún momento, a fin de no afectar sus intereses; intereses que, al mismo tiempo, están ligados a los de las grandes corporaciones transnacionales capitalistas. Esta historia es interesante que se conozca y divulgue, ya que explicaría suficientemente el carácter «capitalista» de la economía nacional, además de lo que ha sido la lucha de «resistencia» que esta burguesía mantiene desde hace años contra un proyecto transformador, revolucionario y nacionalista que, de concretarse en un futuro inmediato, significará darle un mejor y seguro nivel de vida a la amplia mayoría que estuvo largamente excluida del goce de los dividendos obtenidos de la renta petrolera.
Recurriendo a lo escrito en “Venezuela violenta“ por Orlando Araujo, esta burguesía “no es una clase creadora de riqueza como históricamente fue la burguesía en las primeras etapas del capitalismo. Esta clase no imita el capitalismo en Venezuela, es sencillamente la proyección colonial de un sistema capitalista foráneo más avanzado. Su papel es el de un agente de ese capitalismo, su función es intermediaria y su poder económico es derivado de otro fundamental y mayor. Sus ingresos no provienen de una combinación arriesgada de factores de producción sino de una comisión: la comisión del intermediario que compra afuera y vende adentro. No es, pues, una burguesía productora sino una burguesía estéril». Como es fácil de deducir, su ideología está subordinada a los intereses de aquellos que rigen el sistema capitalista global, reflejada en la exigencia de una no intervención del Estado en el orden económico, las prácticas monopolísticas y la demanda permanente de divisas, créditos, exoneraciones y normas legales que vayan siempre en favor de sus objetivos, influencia e intereses como clase dominante; todo lo cual se halla en sintonía con el capital extranjero.
Por ello, apelando a lo puntualizado por Lenin en su obra clásica “El Estado y la Revolución” -y considerando las especificidades de Venezuela-, es fundamental que se actúe con resolución en la transformación de este modelo rentista en que se encuentra esta nación; hace falta que se pase a organizar la gran producción con “los obreros, partiendo de lo que ha sido creado ya por el capitalismo, basándonos en nuestra propia experiencia obrera, estableciendo una disciplina rigurosísima, férrea, mantenida por el poder estatal de los obreros armados; reduciremos a los funcionarios del Estado a ser simples ejecutores de nuestras directivas, 'inspectores y contables' responsables, amovibles y modestamente retribuidos (en unión, naturalmente, de técnicos de todas clases, de todos los tipos y grados): he ahí nuestra tarea proletaria, he ahí por dónde se puede y se debe empezar al llevar a cabo la revolución proletaria. Este comienzo, sobre la base de la gran producción, conduce por sí mismo a la 'extinción' gradual de toda burocracia, a la creación gradual de un orden -orden sin comillas, orden que no se parecerá en nada a la esclavitud asalariada-, de un orden en que las funciones de inspección y de contabilidad, cada vez más simplificadas, se ejecutarán por todos siguiendo un turno, acabarán por convertirse en costumbre, y, por fin, desaparecerán como funciones especiales de una capa especial de la sociedad.” Esto, que pudiera sonar a utopía para muchos, incluso para quienes se identifican como revolucionarios, pudiera iniciarse bajo el esquema de una economía comunal, estableciendo la propiedad social o colectiva de algunos (por no decir, todos) los medios de producción, salvo los estratégicos que aún, durante algún tiempo que no podríamos precisar, estarán en manos del Estado; dándose cabida a lo que ha de ser la democracia directa, revolucionaria y socialista.