Una vez triunfante la Revolución Bolchevique en Rusia, quedó abierta la posibilidad a los diferentes pueblos oprimidos de la Tierra de emprender un camino totalmente distinto al trazado desde hace siglos por el capitalismo. Setenta años luego, la eclosión soviética fue tomada como un hecho irrebatible respecto a su fracaso y a la inviabilidad del régimen creado por sus impulsores; coincidiendo esto con lo que el apologista del imperialismo gringo, Francis Fukuyama, habría de señalar pomposamente en esa época como el fin de la historia. Desde entonces, muchos se aferran obcecadamente a tal afirmación para refutar y demoler los planteamientos y las realidades históricas actuales, muchas de las cuales han rescatado -cada una respondiendo a sus particularidades nacionales- la alternativa revolucionaria del socialismo, con sujetos históricos que no fueron considerados en un primer momento por sus principales teóricos.
“Estos nuevos movimientos -escribe Martha Harnecker en su artículo 'Los movimientos sociales y sus nuevos roles frente a los gobiernos progresistas', publicado en ww.rebelión.com- en no pocos casos partieron de dinámicas de resistencia originadas en sus comunidades o espacios locales, y en otros lo hicieron desde temáticas de género, de derechos humanos, de preocupaciones ambientalistas. Los desastrosos efectos del neoliberalismo los condujo, en muchos casos, a pasar de la preocupación por temas puntuales a la preocupación por temas nacionales. Esto no solo enriqueció sus luchas y sus demandas sino que, además, les permitió convocar en torno ellas a los sectores sociales muy diversos, todos afectados por el mismo sistema”. La decepción y el empobrecimiento causados por la aplicación irrestricta de las medidas económicas neoliberales en nuestra América, emanadas del FMI, con su mandamiento absoluto de obtener grandes ganancias por encima de cualquier otra posible consideración, incluyendo el desmantelamiento del Estado de bienestar, hizo que estos nuevos movimientos emergieran con fuerza telúrica inusitada en algunas de sus naciones, a tal punto que sus movilizaciones masivas dieron al traste con algunos gobiernos, como ocurriera en Argentina, Ecuador o Bolivia, mientras que en otras, como Venezuela, se produjeron verdaderas insurrecciones populares que terminaron por deslegitimar a las elites dominantes.
Sin embargo, muchos de los que confrontan la opción socialista apenas pueden exponer las bondades del capitalismo sin que se les cuestione la explotación, la opresión y la exclusión (además de las guerras) que éste genera en todos las naciones del planeta. Generalmente, sus argumentos se basan en lo que éste representa en sus vidas, en lo individual, pasando por alto la miseria y desplazamiento de vastos sectores de la población mundial, la explotación de los trabajadores y el impacto altamente negativo en lo que a la naturaleza se refiere. Es decir, a su modo, aún inconscientemente, se hacen eco de la lógica capitalista y, en consecuencia, defienden lo que creen es lo más razonable y beneficioso para todos, así se les explique pormenorizada y sensatamente el por qué resulta altamente perjudicial el sistema capitalista para el mundo. Lo más gracioso del caso es que, si el socialismo fracasó, como afirman algunos, ¿de qué vale defender al capitalismo, atacando con tanto afán al socialismo revolucionario?.
Muchos “olvidan” que el socialismo revolucionario, pese a las diferentes experiencias históricas que buscaron concretarlo durante el siglo XX, aún no ha sido posible en ninguna nación de la Tierra (al menos, como se extrae de la teoría socialista), por lo que su “fracaso” está basado en una irrealidad, por muy racional que pueda parecer. Pero, también “olvidan” que este resurgimiento del socialismo revolucionario, especialmente entre los pueblos de nuestra América, se debe en gran parte al fracaso del Estado burgués-liberal y de las economías de mercado que éste adoptara, un punto más en contra del capitalismo que pocos admiten como tal.