En una de sus partes, el Manifiesto Comunista refiere: “El proletariado se valdrá del Poder para ir despojando paulatinamente a la burguesía de todo el capital, de todos los instrumentos de la producción, centralizándolos en manos del Estado, es decir, del proletariado organizado como clase gobernante, y procurando fomentar por todos los medios y con la mayor rapidez posible las energías productivas. Claro está que, al principio, esto sólo podrá llevarse a cabo mediante una acción contundente sobre la propiedad y el régimen burgués de producción, por medio de medidas que, aunque de momento parezcan económicamente insuficientes e insostenibles, en el transcurso del movimiento serán un gran resorte propulsor y de las que no puede prescindirse como medio para transformar todo el régimen de producción vigente”.
Ya avanzando el siglo 21, esta anticipación de Marx y Engels continúa siendo una aspiración por construir. Sin embargo, hay que notar en ello una diferencia bastante significativa, en un mundo dominado por el capitalismo neoliberal, en cuanto al protagonismo decisorio del proletariado organizado, en vista que es una heterogeneidad de grupos, sectores y movimientos de todo tipo los que están impulsando una lucha asimétrica -casi simultánea- contra quienes hegemonizan la economía mundial. Esto supone plantearse una interrogante que pocas veces es afrontada por aquellos que asumen la lucha anticapitalista: ¿Cómo se alcanzará la transición al socialismo?
El problema de la Revolución no es de dinero -escribió alguien-, sino de más conciencia social. No obstante, dada la enorme deuda social acumulada durante un largo tiempo en la mayoría de los países (sobre todo, en nuestra América), cuando se ha accedido al poder, muchos seguidores de la Revolución tienden a saldar dicha deuda mediante una más equitativa redistribución de la riqueza social, lo que permite que vastos sectores populares se sientan retribuidos y piensen que ello representa la tan anhelada transición socialista, cayendo en un error de percepción sin que haya mucha gente dispuesta a hacérselos ver ante el temor de ser acusada de contrarrevolucionaria o, en el mejor de los casos, de extremista.
Esto ha sido un rasgo común en el caso de los gobiernos democráticos de izquierda o progresistas surgidos en las últimas dos décadas en nuestra América, promotores -con Hugo Chávez- de un socialismo del siglo 21 que recoge, a grosso modo, parte de las experiencias vividas por otros pueblos, en otros tiempos, en la construcción de un modelo de sociedad socialista; lo que algunos advierten como un caballo de Troya al mantenerse campantes las estructuras y las relaciones de producción capitalistas, generando errores, inconsistencias y contradicciones que es preciso dirimir, estando en consonancia con el discurso revolucionario.
La realineación actual de las fuerzas contrarrevolucionarias en nuestra América, instigadas y respaldadas por Washington, con éxitos parciales en cuanto a su estrategia de acoso y desgaste, obliga a emprender un camino de resistencia colectiva entre todos los pueblos nuestroamericanos, en especial si se busca concretar un desarrollo armónico, completamente soberano, en lo económico, lo social y lo político, sin la dependencia estadounidense. Mientras esto ocurre, se debiera trabajar resueltamente en la conformación amplia de movimientos populares suficientemente autónomos respecto al Estado (sean obreros, campesinos, estudiantiles, pobladores, indígenas, mujeres, de diferentes grupos insurgentes, o del intelectual colectivo revolucionario), que protagonicen cambios inmediatos en el ámbito en que a cada uno le corresponde desenvolverse, entrelazados, pero conservando su independencia en relación al resto, y capaces de generar debates propositivos que definan el carácter constituyente y revolucionario de sus acciones, sin que algún tipo de sectarismo ahogue su pluralidad y originalidad.
Durante este periodo tiene que librarse una lucha revolucionaria permanente contra el Estado burgués-liberal y el capitalismo dependiente, en un primer momento derrotados, pero que todavía conservan posibilidades reales de ser restaurados, si se pierde la brújula que oriente la transformación estructural que identificaría, de una forma amplia y contínua, al nuevo modelo civilizatorio surgido bajo el socialismo.