La imaginación subversiva y el conservadurismo "neoliberal"

Si “el conservador rechaza toda idea de cambio por una especie de incapacidad mental para concebirla y para aceptarla”, como lo expusiera José Carlos Mariátegui en su artículo La imaginación y el progreso, escrito en 1924; en contraparte, el revolucionario tendría que diferenciarse de éste haciendo uso de su imaginación para cambiar la realidad imperfecta contra la cual le toca insurgir. Es decir, mientras que los conservadores sólo están opuestos a cualquier posibilidad de cambio o revolución, por muy minúscula que esta sea, dada su limitación espiritual para imaginar algo mejor a lo ya existente y que represente, por consiguiente, un desarrollo integral de la humanidad, además de hallarse saturados de rutinas predecibles y de prejuicios heredados de todo tipo; a los revolucionarios les corresponde imaginar, promover y aceptar tal posibilidad, revolucionando, por tanto, la conciencia de sus semejantes o, como lo diría Paulo Freire, problematizando su conciencia, a riesgo de terminar adoptando las mismas posiciones reaccionarias de sus contrarios.
 
En tal caso, la imaginación sería subversiva a los ojos de un modelo de civilización, cuyos valores en decadencia pasan a ser los fundamentos sobre los que se erigirán aquellos que, tarde o temprano, acabarán por reemplazarlos.
 
Anquilosados orgullosamente en una beatitud rígida, antihistórica, sectaria y con pretensiones de superioridad racial, social, cultural y/o intelectual que, sin embargo, los equipara a quienes más odian, producto de la angustia y el terror irracionales ante la nueva realidad que se supone construirá la revolución, los sectores conservadores estarán siempre dispuestos a destruir cualquier tentativa por modificar el orden establecido, así ello suponga transgredir las mismas leyes que aducen defender; tal como ha ocurrido en gran parte de nuestra América donde sus mejores ejemplos se hallan en Bolivia, Ecuador y Venezuela, contando con el apoyo político y financiero de sus mentores de Washington.
 
Así, la negación del conservadurismo “neoliberal” en reconocer la existencia, la dignidad y los derechos de sectores populares que han comenzado a prefigurar un tipo de civilización más humanizada y realmente democrática tendría que ser contrarrestada activa y efectivamente por esa imaginación subversiva que deben exhibir los revolucionarios para generar nuevas esperanzas y crear, en consecuencia, una nueva realidad, totalmente contraria a la existente. En oposición a dicho conservadurismo, se pudiera insistir -desde la ortodoxia comunista- en la constitución de un modelo civilizatorio carente de propiedad privada, con una planificación económica, donde los trabajadores, en general, sean quienes controlen, administren y socialicen la producción y la distribución de la riqueza. Sin embargo, ello no significa desconocer la idiosincrasia y los modos solidarios de nuestros pueblos, trasplantando automáticamente experiencias revolucionarias de otras latitudes. Tampoco significa que sea posible instituir, contradictoriamente, de una forma duradera y orgánica, tal como ocurriera en la extinta Unión Soviética, una sociedad en donde haya una elite dominante en la estructura económica mientras que en el plano político haya otra; incapaces ambas de trascender al régimen de dominación que se pretende reemplazar y sepultar en nombre de la revolución.
 
Por eso, hay que situar las luchas que caracterizan el momento histórico en un contexto mucho más amplio de lo que pudiera ser. Como lo refleja John K. Galbraith en su obra La sociedad opulenta, “el primer requisito para la comprensión de la vida económica y social contemporánea es lograr una visión clara de la relación existente entre los hechos y las ideas que los interpretan. Ya que cada una de éstas posee vida propia y, por muy contradictorio que pueda parecer, cada una de ellas es capaz de seguir un curso independiente durante mucho tiempo”. Como es natural, algunos entenderán esto bajo un punto de vista bastante particular, sin plantearse un estudio más profundo de lo que ocurre, lo cual ayuda, precisamente, a quienes se combate, en este caso, a las llamadas burguesías “nacionales” que, apoyadas por el imperialismo gringo, sabrán aprovechar inmediatamente cualquier duda y contradicción. Otros lo harán quizás de un modo más avanzado, pero sin entender ni tener en cuenta las peculiaridades del pueblo que buscan emancipar, contribuyendo también -de manera inconsciente- a fortalecer a los enemigos ideológicos de la revolución popular. En este sentido, la imaginación subversiva de los revolucionarios tendría que extenderse a todo lo que integra y caracteriza al modelo civilizatorio vigente, de forma que sea capaz de desmantelar la ideología, los rasgos y las relaciones de poder que legitiman, o podrían legitimar, al conservadurismo, ahora “neoliberal”.


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Homar Garcés


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