Para los grupos de la derecha no existen más mecanismos para resolver los problemas que aquejan a la sociedad que aquellos sugeridos y aplicados por los organismos económicos capitalistas, tales como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Para ellos, cualquier medida gubernamental que atente contra la lógica capitalista debe ser satanizada y extirpada en función de los intereses de los grandes capitales; así esta medida represente alguna reivindicación favorable a los sectores populares mayoritarios.
Es la misma fórmula neoliberal que se aplicó a rajatabla en Argentina, Brasil, Ecuador, Perú y Chile, éste último con la dictadura fascista de Pinochet, y que quiso imponer Carlos Andrés Pérez al pueblo venezolano en 1989, cuando sucediera el Caracazo: privatizaciones de la salud, el agua, la elctricidad y la educación, entre otros, además de una congelación general de salarios, liberación de precios, divisas e intereses; elevación de los impuestos y una disminución significativa de lo que los capitalistas llaman "gastos" sociales. En el caso de Venezuela, dicha fórmula afectaría la continuidad de las distintas misiones sociales que iniciara el Comandante Chávez y que han sido sostenidas por Nicolás Maduro en beneficio de los sectores populares, a pesar de los contratiempos representados por el asedio económico orquestado desde el sector privado (buscando generar malestar entre la población afectada, culpándose al gobierno de ello) y por la disminución continuada de los precios petroleros.
Este panorama pareciera ganar terreno en algunas naciones de nuestra América (al menos, mediáticamente), sobre todo en aquellas donde la estrategia opositora a los gobiernos de tendencia izquierdista, populista y/o reformista se ha manifestado con mayor fuerza en el ámbito económico, dando por sentada la derrota (o el derrocamiento) de los mismos, gracias al supuesto fracaso de sus políticas económicas. Frente a ello, algunos de tales gobiernos han tratado de maniobrar, manteniendo su enfoque principal en lograr una mejor redistribución de la renta pública, pero sin plantearse ni alcanzar avances significativos en la transformación estructural del actual sistema económico (común a la generalidad de nuestros países nuestroamericanos); lo que incide, de una u otra manera, en la propagación de los problemas usuales provocados por la explotación, la corrupción y la desigualdad del capitalismo. Sin embargo, el amplio respaldo popular que aún les rodea pudiera permitirles obtener mejores y duraderos resultados, haciendo que estos tengan en el protagonismo y la participación popular como su sustento principal, de manera que se hagan totalmente irreversibles y permitan construir la transición hacia un modelo diferente al existente.
"Tenemos que poner en marcha un nuevo modelo civilizatorio que valore la cultura de la vida y la cultura de la paz, que es el Vivir Bien -dice la Declaración de la Conferencia Mundial de los Pueblos Sobre Cambio Climático y Defensa de la Vida, celebrada en Tiquipaya, Bolivia, del 10 al 12 de octubre de 2015-. El mundo precisa transitar hacia la visión holística del Vivir Bien, profundizando la complementariedad entre los derechos de los pueblos y los derechos de la Madre Tierra, que implica construir una relación de equilibrio entre los seres humanos con la naturaleza para restablecer la armonía con la Madre Tierra. El Vivir Bien en armonía con la Madre Tierra es el nuevo modelo de civilización para preservar la comunidad de vida, donde la Madre Tierra es un ser vivo sagrado y no un objeto para la explotación de los seres humanos".
Esta visión o concepción de un nuevo modelo civilizatorio precisa abolir la lógica, las clases sociales y las relaciones de producción originadas por el capitalismo. Si se preservan las viejas estructuras del capitalismo y, junto con él, las que dan forma a la democracia representativa, no podría profundizarse el ejercicio de la democracia ni la búsqueda de una mayor igualdad social, por mucho apoyo popular que exista. Por tanto, la lucha por trascender el modelo civilizatorio vigente exige despojarse de los elementos práctico-teórico-filosóficos que lo legitiman, como si este fuera una fatalidad insalvable. Esto pasa por asimilar la idea revolucionaria de impulsar en todo momento una acción transformadora de la realidad del mundo que nos rodea, lo cual no será sencillo, pero que forzosamente debe nutrir ese deseo con propuestas enraizadas en la tradición de lucha e idiosincrasia de los pueblos de nuestra América, abandonando la vieja visión eurocentrista impuesta desde 1492, la cual los condenara durante siglos a la servidumbre y al desprecio de sus propios orígenes culturales. A través de ellas se podría acceder a una mejor redefinición de la revolución socialista que habría de derribar definitivamente al sistema capitalista, estableciendo un modelo civilizatorio más acorde con los anhelos de libertad, democracia y justicia social de nuestros pueblos.