El problema de la transición al socialismo

No obstante seguir siendo el socialismo un viejo sueño aún por construir, el momento histórico que se vive en Venezuela y gran parte de las naciones de nuestra América nos hace creer que éste se definirá -tarde o temprano- al calor de las luchas sociales. Ello supondrá, al mismo tiempo, la tarea de resolver las contradicciones inherentes a la cultura dependiente, las relaciones de poder y las relaciones de producción que persisten en nuestros territorios; traduciéndose, por consiguiente, en un esfuerzo colectivo carente de liderazgos mesiánicos que puedan desviar y truncar sus objetivos, de modo que haya la posibilidad real de crear estructuras novedosas donde no predomine la influencia de una dirigencia y un funcionariado burocrático-cupular situados de espaldas al pueblo.

Así, la construcción socialista de una sociedad de nuevo tipo impone la necesidad de una serie de etapas transitorias previas, las cuales debieran estar impregnadas, primeramente, de las experiencias de lucha de nuestros pueblos en contra del colonialismo, la explotación capitalista y la hegemonía imperialista, dándole cabida plena al protagonismo y a la participación de las sectores populares en la toma de decisiones y el ejercicio del poder.

El problema de la transición al socialismo hace necesario, por tanto, un debate con toda la audacia, el espíritu crítico y el rigor científico que exige el plantearse la transformación estructural del Estado, de la economía y del modelo de sociedad (tanto en su aspecto cultural como espiritual). No puede limitarse a un simple cambio de nombres y de gobierno, como algunos pretenden. Tiene que ser algo integral.

Es lo que hace algún tiempo planteara Douglas Bravo en su libro “Utopía del Tercer Milenio” respecto a que un proyecto alternativo de nueva civilización “desarrollará un nuevo modo de producción, no capitalista, no industrializado, (…) no depredador. Será una manera de producir que también tiene mucho que ver con la reconstrucción de la memoria histórico-cultural que contiene las formas de alimentación, distribución y consumo que quedaron sepultadas en el proceso de occidentalización. Si la forma de producir no es alternativa al capitalismo, quedará atrapada finalmente como ocurrió con la economía del socialismo (…) Esa forma de producir caribeña reivindicará nuevamente las relaciones hombre-naturaleza en este espacio geográfico, político, social, religioso, cultural, tecnológico, económico”. En algo similar coinciden, entre otros, el General Francisco Visconti, líder de la segunda insurrección cívico-militar de 1992 en Venezuela y Álvaro García Linera, actual Vicepresidente de Bolivia, cada uno con un enfoque particular, pero animados del mismo espíritu de revolución de las ideas que debiera prevalecer en nuestra América toda para alcanzar la emancipación largamente anhelada por nuestros pueblos, prácticamente desde el momento mismo en que comenzara la lucha contra el modelo de civilización impuesto desde Europa. Más aun cuando se observa -pese a Estados Unidos y sus aliados europeos- el declive creciente y, al parecer, irreversible del sistema financiero y de la geopolítica resultante de la Segunda Guerra Mundial. 

La compleja situación que esto representa justifica que los nuevos desafíos a vencer no podrán acometerse con las melladas fórmulas del pasado, recurriendo al Che, lo que hará posible rearmar ideológica y políticamente a nuestro pueblo y, en general, al propio movimiento revolucionario.



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Homar Garcés


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