Por voz y empeño del Presidente Hugo Chávez, el chavismo gobernante hizo suyos el discurso, los colores y la iconografía revolucionarios que, anteriores a la aparición pública del Comandante, identificaron por largas décadas a las distintas agrupaciones políticas de izquierda y que tanto escandalizaran e intimidaran a un grueso porcentaje de la población venezolana, gracias a la represión y a la propaganda constantes de los gobiernos de Ad y Copei, bajo el patrocinio del imperialismo gringo. En adelante, se observaría a muchos de los ex militantes de estos dos partidos políticos de la derecha venezolana pontificando sobre las bondades del socialismo revolucionario y citando literalmente a Marx, Lenin, Mariátegui, Gramsci, Che Guevara y Fidel Castro, los antiguos demonios que incitaban su odio; mientras obtenían su ascenso vertiginoso en la escala del poder, convirtiéndose en los representantes del nuevo estamento político gobernante, incluso con la deferencia acrítica de quienes provenían de las filas izquierdistas.
Esta nueva realidad en el país tuvo, sin embargo, una consecuencia positiva: parte importante de ese mismo porcentaje de la población venezolana entendió que el socialismo revolucionario sería la mejor opción presentada para resolver satisfactoriamente los niveles de pobreza, explotación laboral, desigualdad social y la falta parcial o absoluta de parte de las autoridades; todo lo cual había servido de caldo de cultivo para que ocurrieran el estallido popular del 27 de febrero de 1989 y las dos rebeliones cívico-militares de 1992. Lo resaltante es el hecho que los sectores populares han interpretado este socialismo de un modo distinto a lo que entiende y practica el estamento gobernante y partidista, determinándose una diferenciación abismal entre ambos, lo que ya ha tenido por efecto que la derecha fascistoide domine el Parlamento nacional y, desde sus curules, amenace con desestabilizar al gobierno de Nicolás Maduro.
Esta último ha situado al gobierno nacional ante la disyuntiva de avanzar sin titubeos por el camino revolucionario o, contrariamente, aceptar las reglas de juego de la burguesía parasitaria e instituir una gobernabilidad pactada que termine por desmantelar todo lo hecho y esbozado durante el período presidencial de Chávez, como única opción para sobreponerse al desabastecimiento y al asedio económico padecidos actualmente por la población venezolana en general. Tal cosa ha impulsado ya a varios movimientos políticos y sociales revolucionarios a fijar posiciones; unos (de forma interesada o no), a favor del gobierno de Maduro y, otros, planteándose alternativas revolucionarias que, sin renegar por completo de los logros del proceso revolucionario bolivariano liderado por Chávez, buscan profundizar y consolidar el avance, la conciencia, la autonomía y la organización de los sectores populares que tengan como objetivo fundamental la toma del poder.
Mientras Maduro y su equipo de ministros hacen malabarismos para lograr la puesta en marcha de sus trece motores productivos en alianza con los sectores empresariales (varios de los cuales auparon y financiaron los planes golpistas contra Chávez), estos movimientos políticos y sociales revolucionarios podrían representar el camino a seguir, tomando en cuenta que gran parte de sus postulados confrontan la lógica capitalista y el reformismo de Estado, elementos éstos que -en uno u otro sentido- se han convertido en obstáculos a vencer, si se mantiene aún vigente la responsabilidad histórica de llevar a cabo la Revolución Bolivariana, con toda la carga y el significado subversivos que la caracterizarían.