Conocida la situación creada en contra de la Presidenta Dilma Roussef y lo ocurrido electoralmente en menos de un año en Argentina, Venezuela y Bolivia, podría afirmarse que el aparente avance derechista en éstos y otros países de nuestra América tiene
su principal punto de apoyo en la aceptación de las reglas de juego burguesas y el descuido respecto a la constitución e independencia de un verdadero poder popular; además del mantenimiento de las estructuras y del marco legal del antigüo régimen.
Frente a esta realidad incómoda, se debe entender que mientras subsista el antigüo régimen -a través de la representatividad, la verticalidad jerárquica, el burocratismo y los procedimientos administrativos que lo legitiman- ningún esfuerzo hará posible la Revolución. Las estructuras del viejo Estado burgués-liberal acaban por convertirse en una gran camisa de fuerza que limita y ahoga toda aspiración revolucionaria de los sectores populares, dado que ellas están diseñadas básicamente para responder a los intereses de las clases dominantes y escasamente a favor de las mayorías.
En el caso reciente de Brasil, la primera lección que se puede extraer es que por muchos votos que se obtengan en cada proceso electoral victorioso, éstos no resultarán suficientes para lograr y consolidar una revolución de cualquier tipo, si éstos no se acompañan con la conformación y la movilización de un poder popular autónomo que oriente sus acciones fundamentales a la transformación estructural efectiva del Estado y del sistema económico capitalista, extendiéndose a todo el conjunto de la sociedad. Más aún si se tiene pleno conocimiento respecto a las pretensiones nunca negadas o encubiertas de los grupos contrarrevolucionarios de adueñarse del poder a cualquier precio y sin importar cuáles serían los medios violentos y/o "pacíficos" a emplearse para alcanzarlo; contando siempre con el respaldo "desinteresado" del imperialismo gringo.
Los reveses sufridos por los gobiernos izquierdistas y/o progresistas de la región, gran parte de los cuales han contado con un importante caudal de votos desde un primer momento, se explican así a la luz de su comportamiento frente a la vigencia del Estado burgués-liberal, apenas afectado por sus planteamientos de cambio; dedicándose, la mayoría de las veces, sencillamente a conservar sus cuotas de poder, apelando, incluso, al clientelismo político practicado en el pasado por los partidos políticos tradicionales. Ciertamente, mucho de lo hecho por cada uno de estos permitió saldar la deuda social acumulada durante más de medio siglo, mejorando enormemente las condiciones materiales de vida de los sectores populares pobres o empobrecidos, lo que es sólo negado a ultranza por quienes están interesados en su eventual derrocamiento, pero se obvió que ello se estaba llevando a cabo en el marco de actuación de un Estado adaptado a los requerimientos de una democracia representativa, no participativa ni protagónica y, por consiguiente, sin espacios abiertos a la influencia y las acciones de un poder popular organizado. Éste último, condiciones apropiadas, habría servido para contrarrestar el activismo opositor y la injerencia poco disimulada del imperialismo gringo, sirviendo de freno al mismo tiempo a cualquier intención anticonstitucional y antidemocrática que osare mostrar el sector militar.
Ahora quedará esperar que las movilizaciones populares impidan que sigan suscitándose mayores arremetidas del imperialismo yanqui y de los grupos conservadores que acatan sus directrices incondicionalmente. Sin embargo, los distintos gobiernos a ser defendidos por medio de estas masivas movilizaciones populares tendrían que recapacitar seriamente sobre sus procederes y replantearse los objetivos revolucionarios que facilitaron su ascensión al poder; actuando en consecuencia para que la soberanía popular sea una realidad efectiva y no simplemente retórica para captar votos.