Quienes no asumen la Revolución como un asunto vital y permanente siempre serán presas de las dudas, las inconsistencias, los resentimientos y las traiciones. Nadie que cultive su conciencia revolucionaria con verdaderos sentimientos de amor por la humanidad, como lo afirmara el Che Guevara, con suma perseverancia y una práctica revolucionaria sometida a un perfeccionamiento diario que implique superar la enajenación capitalista, jamás será doblegado durante el cumplimiento de su compromiso emancipatorio, por muchas decepciones y tentaciones que se le presenten en el camino. Esto quizás sea llover sobre mojado, pero representa una verdad hasta ahora irrebatible, por lo que reiterarla no es asunto innecesario.
Ciertamente, para aquellos que únicamente vieron en el proyecto revolucionario bolivariano una oportunidad de oro para su ascenso social y económico estas palabras carecen de algún valor moral importante; cuestión entendible y que debiera motivar un cambio de actitud entre las bases chavistas que avalan su «liderazgo»; haciéndose responsables de la construcción real de su rol protagónico y participativo, de una forma completamente independiente y decidida. De ahí que se requiera interpretar y reinterpretar adecuadamente todo lo logrado y no logrado en nombre de la revolución bolivariana y del chavismo, buscando -en un primer momento- recuperar el hegemonismo popular inicial y trazar unas nuevas líneas de acción que permitan renovar los objetivos nacidos al calor de las luchas populares. Esto constituye un elemento imprescindible.
Cambiado el escenario, no se puede intentar mantener el mismo ritmo seguido por Chávez. Si se atendiera a los supuestos puntos fuertes de la estrategia de los grupos opositores, se deduciría que ésta se afinca en lo que le es conocido, empalmado básicamente al funcionamiento institucional del Estado burgués liberal, el mismo al cual tuvieron libre acceso por muchos años. Así, en tanto el chavismo gobernante -con Hugo Chávez a la cabeza- pudo emprender una redistribución de la riqueza generada por los excedentes petroleros y satisfacer la enorme deuda social largamente acumulada, los sectores populares pudieron resistir todas las maniobras manipuladoras de la oposición de derecha, a tal punto que revirtieron exitosamente y sin violencia el golpe de Estado del 11 de abril de 2002, obligando, de paso, a la FANB a pronunciarse favorablemente por la reinstalación de Chávez como Presidente.
No obstante, lo que le sirvió a Chávez para obtener triunfos electorales adicionales, se convirtió, por distintas vías, en el principal talón de Aquiles del chavismo, a pesar de la prédica constante del Comandante para que sus seguidores comprendieran la necesidad histórica de trascender de manera simultánea el marco capitalista (a través de un desarrollo endógeno que se sustentara en la propiedad comunal y/o social) y la institucionalidad burgués liberal (a través de la activación de nuevas formas democráticas de organización popular); todo lo cual degeneró en un clientelismo y en un pragmatismo políticos que apuntalaron «liderazgos» basados, generalmente, en la demagogia y la corrupción más desvergonzadas, cerrándosele el paso a verdaderos revolucionarios.
Sin atreverse a ir más allá de sus acciones iniciales -necesarias, sí, en todo caso, para alcanzar, expandir y controlar importantes espacios de poder político- el chavismo ha tenido que enfrentar toda una campaña de manipulación social en la que convergen diversidad de intereses (algunos mejor definidos que otros), extranjeros y nacionales, conduciéndolo a un laberinto aparentemente inextricable que espera resolver con medidas semejantes a las que podría implementar cualquiera gobierno populista tradicional, quedándole aún pendiente la tarea de crear y consolidar condiciones que contribuyan a transformar de raíz la conciencia de los sectores populares, la lógica capitalista y las relaciones de poder jerarquizadas. Sin estos tres elementos esenciales, el voluntarismo y todo esfuerzo heroico que se proponga el chavismo tropezará ineludiblemente con toda la carga ideológica que lleva consigo un grueso porcentaje de la población venezolana, producto de más de cincuenta años de hegemonía burgués liberal; cosa que se manifiesta a través de la impaciencia, el desencanto y la duda que afloran en muchos respecto al compromiso y la eficacia del gobierno para acabar con toda la desestabilización impulsada por la derecha.
Para muchas personas, todo pareciera reducirse a la capacidad o la incapacidad de Nicolás Maduro para conducir al pueblo fuera de este laberinto, cosa que no debiera ser de su exclusiva competencia, habida cuenta del alto número de militantes chavistas a nivel nacional, gran parte de los cuales asisten regularmente a eventos de tipo teórico que les permitirían producir -eventualmente- propuestas y acciones realmente revolucionarias, sea cual sea el ámbito en que se desenvuelvan.
Esto obliga a promover, en el caso específico de los revolucionarios, alternativas que oscilen entre lo electoral y el ejercicio de poder territorial y hegemónico a manos de los sectores populares organizados, sin que exista dependencia alguna respecto al Estado, dada su configuración burgués liberal, lo que se combatirá y erradicará, de modo que resulte factible la democracia consejista y directa. Por tanto, de comprenderse la gravedad (aún no extrema) por la que atraviesa el proceso revolucionario, los chavistas cumplirían un mejor papel que el de contentarse con usufructuar el poder, confiando en la providencialidad de un incremento sostenido de los precios del petróleo, en el respaldo cautivo de una vasta cantidad de venezolanas y venezolanos, y en la torpeza de la dirigencia antichavista para mantenerse unida en un solo frente. Esta confianza del chavismo resulta, por demás, inusual, ilógica y excesiva, suponiendo que su razón de ser es hacer una revolución socialista inspirada en el ideario de Simón Bolívar, Simón Rodríguez y Ezequiel Zamora. Pero, fuera de ello, cabe esperar que los revolucionarios hagan uso de su arsenal teórico y lo plasmen, lo más inmediatamente posible, en propuestas viables que sean adoptadas y concretadas de forma constituyente por los sectores populares organizados, superando decididamente los límites, las contradicciones y los obstáculos que cercenan sus aspiraciones largamente excluidas y postergadas.