El fascismo inexistente

Se dice que la mayor habilidad de Satanás ha sido siempre la de hacerle creer a la mayoría de las personas que él no existe (complicando de alguna forma lo propio respecto al Dios de la cristiandad y del judaísmo). Esto mismo podría decirse de los grupos de la derecha que, con escasas diferencias, han surgido en los años recientes en la escena política de Nuestra América, conformando sin mucha dificultad lo que se ha dado en llamar, tomando en cuenta las características violentas, xenófobas y clasistas- como neofascismo, el cual -al igual que el emergido hace más de medio siglo en Italia y Alemania- tiende a mimetizarse mediante un discurso aparentemente democrático, pacifista y colmado de promesas de seguridad y de bienestar material para todos, pero que solo se orienta a la captación de la voluntad de las mayorías descontentas, ávidas éstas de disfrutar (sin mucho esfuerzo de su parte) de tales "bondades". Tal como Arthur Rossemberg lo señalara en su obra El fascismo como movimiento de masas, "el fascismo no es más que una forma moderna de la contrarrevolución burguesa capitalista, disfrazada de movimiento popular".

Así, aun cuando sean visibilizadas sus distintas atrocidades, el neofascismo (o fascismo) las endilgará a sus oponentes, a quienes responsabilizará en todo momento de las consecuencias de sus propias acciones, sean éstas represivas, de ser gobierno, o, de no serlo, como se estila en la actualidad política venezolana, implícitamente desestabilizadoras (siguiendo al pie del cañón el guión del golpe blando patrocinado por Estados Unidos). Este brote neofascista, por consiguiente, en Nuestra América no es casual. Coincide con la estrategia diseñada por los think tanks (o laboratorios de ideas) del Departamento de Estado, la CIA, el Pentágono y demás agencias u organismos de seguridad e inteligencia con que cuenta el imperialismo gringo, a los que se han sumado las cadenas empresariales de noticias y grupos de la derecha europea y latinoamericana; conjugados todos para combatir y derrotar los procesos emancipatorios surgidos al sur del río Bravo. No obstante estos antecedentes, los gobiernos y los movimientos de tendencia revolucionaria poco han conseguido para evitar su avance, alterando la correlación de fuerzas a su favor. Unos, como en Argentina y Brasil, han dado paso a regímenes más inclinados a satisfacer los intereses del capitalismo neoliberal globalizado, abandonando los programas sociales que benefician a los sectores populares. Otros, como en Bolivia y Venezuela, han sufrido retrocesos favorables a los grupos conservadores; lo que hace que muchos anticipen una derrota inminente en cadena de todos estos procesos.

Pero ello no sería posible de no existir una ideología dominante que hace mella en la conciencia de quienes conforman las clases subordinadas, oprimidas y explotadas, ideología que es inculcada a través del tiempo por aquellas clases y fracciones de clases que son usufructuarias del orden establecido. "Los capitalistas no dominan el Estado sino por cuanto existen importantes sectores del pueblo que se consideran solidarios con su sistema y están dispuestos a trabajar para el capitalista, así como a votar y disparar a su favor, convencidos de que su propio interés exige el mantenimiento del orden económico capitalista", nos dice el citado Rossemberg. Esto vuelve la lucha revolucionaria en una empresa titánica y permanente que no solamente debe encauzarse a la conquista del poder político con intenciones de trascender el capitalismo, aplicando fórmulas reformistas que poco harán por transformar las distintas estructuras que soportan y caracterizan el modelo civilizatorio actual. Debe proyectarse igualmente a la consecución de una conciencia con nuevos valores, centrados en el bien común, el vivir bien y el respeto a la humanidad y a la naturaleza, incluso con una cosmogonía basada en la realidad histórica de nuestro continente hasta ahora subyugado; todo lo cual será producto de un esfuerzo colectivo y heterogéneo, de manera que sea posible la constitución de un modelo civilizatorio de nuevo tipo.-



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Homar Garcés


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