Pese a nadie le interese, debo dar una breve explicación de mi ausencia por un relativo largo tiempo por este medio y otros, en los cuales he venido apareciendo por años.
En un centro oftalmológico manejado por cubanos de la Misión Milagro, me ofrecieron la oportunidad de operarme de catarata en el ojo izquierdo. Ayer se cumplió un mes de la intervención, período durante el cual, por prescripción médica, debí someterme a una estricta disciplina que incluyó no leer, escribir y menos asomarme por estos medios. Hoy estoy viendo de maravillas. Los médicos cubanos no me dejaron tuerto. Digo esto último porque muchos de quienes me preguntan, sabiendo quienes me operaron, lo hacen con duda y como esperando una respuesta que fortalezca la idea que “esos carajos no son médicos”. Además de “quedar bien”, como solemos decir los venezolanos, no me costó medio y fui objeto de la muy esmerada atención de quienes en ese centro prestan sus servicios y excelentes auxilios.
Dicho lo anterior, vayamos al asunto que concierne al título. Durante mi convalecencia procuré mantenerme informado y pude tomar notas sobre una serie de asuntos para buena cantidad de artículos y un libro que ahora escribo, con el título no definitivo de ¿Por qué Chávez escogería a Maduro?”.
Una de las tantas notas a las que me refiero arriba tiene que ver con la ministra Isis Ochoa. Esta joven mujer, antropóloga de la UCV, tiene una buena cantidad de años en el alto mando gubernamental, al cual llegó, como diría exageradamente un paisano nuestro, “casi gateando”. Arribó pues al alto gobierno a la edad en la que normalmente se anda en menesteres propios de muchachos. Por eso, no sé si admirarla o sentir compasión por quien se echó encima tanta responsabilidad cuando el común de los jóvenes andan ocupados en cosas menos serias pero satisfactorias.
La nota a la que me refiero trata de una frase de un discurso de la nombrada ministra a jóvenes ligados al despacho a su cargo; ella es ahora de las Comunas. Dijo a su auditorio, palabras más o menos, “nosotros hicimos la revolución en varias áreas, espacios”, los detalló y luego remató, “pero no pudimos hacerla en lo económico”.
Aquella frase salida del televisor, al cual no miraba por lo ya dicho, me llegó hasta la raíz. Pensé en el nivel académico y la responsabilidad de quien la había pronunciado. Del tiempo que ella, siendo muy jovencita, pasó al lado de Chávez, quizás antes de egresar de la UCV y lo que debió haber escuchado de sus profesores, sus lecturas y sobre todo en el coherente discurso del de Sabaneta.
No quiero ser corrosivo, menos hiriente con la joven Ochoa, precisamente porque aún es muy joven y le esperan largos años por aprender, sobre todo en lo relativo al deber de ser coherente y no decir cosas por convencionalismo o salir del paso. Pues estoy seguro que, la ministro sabe bien lo que dijo y no concibo que haya habido una incoherencia, sobre todo con el “pensamiento chavista”, por desconocimiento; quizás sí por ligereza.
He escrito el “pensamiento chavista”, porque quizás si lo digo a mi estilo o como debe decirse, se pueda argumentar en mi contra de manera abundante y fácil. Lo que interesa, en fin de cuentas no es quien lo dijo, lo que dijo y lo que ahora digo, sino la necesidad de abordar la autocrítica, desde la perspectiva del gobernante que años lleva en eso y como tal comparte mucha responsabilidad. No es malo admitir los errores, pero si lo es no hacerlo desde una perspectiva abstracta, como que eso “eso no vale la pena”; la autocrítica demanda la concreción y eso significa señalar los errores cometidos para advertir a quienes atrás vienen y mostrar verdadera disposición a subsanarlos.
En el libro “Hugo Chávez y la resurrección de un pueblo” del ex embajador de Cuba en Venezuela Germán Sánchez Otero, aparece citada una frase del comandante tomada de unas declaraciones dadas a Agustín Blanco Muñoz, según la cual, “No puede haber una revolución económica sin una revolución política, sin una revolución cultural, una revolución moral. Es un concepto integral, para que sea de verdad revolucionario”. (Pág. 385).
Es un asunto elemental sobre el cual uno, triste viejo maestro de escuela, sin rango ni pedigrí, puede decir muchas cosas, pero estando Chávez de por medio y tratándose de comentar unas declaraciones de una alumna suya, nada más pertinente que citar al maestro.
Para más señas le advirtió a sus seguidores que un revolucionario y una revolución no pueden “eludir ningún problema, ni contradicción”. Y es así, digo yo, pues ¿cómo cambiar una sociedad dejando intactas las bases estructurales que la soportan y le dan fundamento material? ¿Cómo darle cabida a tamaña contradicción?
Estas cosas que se refieren a Isis Ochoa y, mejor al proceso bolivariano todo, están fundamentadas en Chávez. ¡No son cosas mías!