Muchos chavistas y revolucionarios han omitido -posiblemente de forma involuntaria, concediéndoles el beneficio de la duda- que la lucha de clases y la movilización popular fueron elementos claves en los triunfos electorales consecutivos obtenidos por Hugo Chávez desde 1998, incluso en aquellos momentos coyunturales cuando los grupos de la oposición propiciaron y cristalizaron un golpe de Estado y un paro patronal, estimulados por Estados Unidos y su sed de poder. Esta omisión propició que, de una u otra forma, el clientelismo político y la consiguiente conformación de una maquinaria electoral exitosa -representada inicialmente por el Movimiento V República (MVR) y, ahora, por el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), resaltando ambos por encima del resto de partidos políticos identificadas con el chavismo-, ocasionaran la desmovilización popular. Esto sería aprovechado por la oposición de derecha, trastocando así la correlación de fuerzas que se inclinaba en su contra, lo que se manifestó en el control actual de la Asamblea Nacional, relegando al chavismo a un papel defensivo frente a la denominada guerra económica. Durante este tiempo, la oposición avivó -mediante una campaña mediática insistente, aunada a la crisis de abastecimiento y de especulación desmedida de productos- cierto descontento colectivo respecto a la efectividad del gobierno de Nicolás Maduro para paliar la nueva situación crítica padecida por el pueblo.
Si se hubiera entendido medianamente la necesidad de afrontar la lucha de clases en Venezuela de una forma sostenida, posiblemente no existirían las circunstancias por las que atraviesa el proceso de cambios revolucionario. Incluso, el gobierno de Maduro habría tenido una mejor posición para atajar, de manera contundente, las intenciones opositoras de desalojarlo del poder.
También pudo servir de escenario para definir el rumbo económico y teórico a seguir, teniendo en cuenta la exigencia de construir el socialismo bolivariano como una opción válida y factible frente a la lógica perversa del capitalismo y sus relaciones de producción y consumo. Algo que es determinante y está ligado, asimismo, al compromiso de disminuir enormemente la dependencia de la renta petrolera y tender al logro de una diversificación tangible de la economía nacional, como tantas veces fuera anunciado. Ahora, con una economía sometida a la acción inmoral de bachaqueros y empresarios (internos y externos), que responden a intereses políticos, que se amplía con la carencia de dinero en efectivo (sometiendo a los ciudadanos a una usura legalizada que pareciera aceptarse ante la imposibilidad de alternativas inmediatas por parte de las autoridades), los chavistas y los revolucionarios debieran enarbolar, sin desechar lo adelantado por Chávez, una nueva referencia revolucionaria que contemple y garantice la posibilidad irrecusable de consentir que sea el pueblo quien ejerza el poder de un modo protagónico en lugar de permitir el empoderamiento de fracciones burocráticas político-partidistas que sólo actuarían en su propio beneficio.
En su análisis “La implosión de la Venezuela rentista”, Edgardo Lander determinó que “el gobierno del Presidente Chávez, lejos de asumir que una alternativa al capitalismo tenía necesariamente que ser una alternativa al modelo depredador del desarrollo, del crecimiento sin fin, lejos de cuestionar el modelo petrolero rentista, lo que hizo fue radicalizarlo a niveles históricamente desconocidos en el país. En los 17 años del proceso bolivariano la economía se fue haciendo sistemáticamente más dependiente del ingreso petrolero, ingresos sin los cuales no es posible importar los bienes requeridos para satisfacer las necesidades básicas de la población, incluyendo una amplia gama de rubros que antes se producían en el país. Se priorizó durante estos años la política asistencialista sobre la transformación del modelo económico, se redujo la pobreza de ingreso, sin alterar las condiciones estructurales de la exclusión”. Sin embargo, en descargo de Chávez, éste había expuesto en el preámbulo del Plan de la Patria que “la formación socioeconómica que todavía prevalece en Venezuela es de carácter capitalista y rentista”, por lo que el proyecto revolucionario en construcción tendría que estar “direccionado hacia una radical supresión de la lógica del capital que debe irse cumpliendo paso a paso, pero sin aminorar el ritmo de avance hacia el socialismo.”
Aún con este importante detalle en contra, que se enlaza con la acción quintacolumnista de muchos burócratas, poco o nada involucrados con el chavismo o, en su defecto, con la simple gestión gubernamental, anclados como están en sus espacios de confort; los revolucionarios y los chavistas podrían emprender una estrategia orientada a la transformación radical de las condiciones materiales e ideológicas que caracterizan el viejo orden establecido. Éste sería, está demás decirlo, un buen momento para emprenderla y hacerla posible.