¿Murió Fidel o va montaña arriba?

Voy a empezar con una confesión; la expresión “siembra”, que se ha venido usando en Venzuela cuando alguien como Chávez o Fidel se van de “El reino de este mundo”, para decirlo con una frase de Alejo Carpentier, título de una de sus exquisitas y desbordantes bellas narraciones, casi barrocas,  donde cada palabra escogida con sensibilidad empuja al lector a seguir leyendo como si viajase montado sobre las nubes, no me gusta. Es posible sea bella y tenga mucha fuerza y disposición para dejar sentado que existencias como esas nunca mueren, lo que es cierto, pero no me gusta. Es tan contundente como la muerte misma. Es una forma de vida atada a la tierra, a un espacio y tiempo. A los tipos como Fidel, pueden enterrarlos, cremarlos pero nunca se las dará por muertos, como tampoco sembrados o atados. Aunque se diga que la siembra significa vida y hasta su obra en perpetuo movimiento. Pero sembrar y enterrar, como se entierran a los muertos o se planta un árbol, vienen siendo como la misma cosa. Estar encerrado, atrapado, en un espacio donde se descompone y se integra a la tierra.

            Por eso, Fidel mismo, para quitarle la palabra a quienes digan que le van a sembrar, dejó decidido le cremasen. Es decir, volviesen cenizas la parte material de lo que fue su existencia. Porque su hacer, palabra y ejemplo, pese a lo que muchos pudieran pensar, como aquellos que hoy sábado, frente a la embajada cubana de Madrid y en Miami fueron a celebrar por creerle muerto, andan volando desde hace mucho tiempo por el planeta y para volar hay que ser como la ceniza. Hay una común interpretación según la cual la ceniza es símbolo de exterminio, de la nada. Pero no es exactamente así. Es una pequeña partícula material, que hasta puede ser volátil. Ella es la desintegración del cuerpo que fue vivo, pensó e hizo obra para millones que es digna de merecimiento, respeto, admiración y como tal no estará quieta en ninguna parte, como si fuese un árbol que hunde sus raíces en la tierra; más bien es como la ceniza, que montada sobre el viento vuela y va hasta allá a llevar el mensaje e incitar a los rebeldes y oprimidos a continuar en el empeño en que haya justicia. Que hace el milagro que los ciegos recobren la vista. Y el hombre se empeñe en hallar su grandeza.

            En este instante, en lugar de hablar de la siembra de Fidel, pienso en las bellas palabras de Alejo Carpentier en “El reino de este mundo”, en el momento de la muerte del viejo ex esclavo Ti Noel, personaje importante en la obra literaria, “el hombre nunca sabe para quien padece y espera. Padece y espera y trabaja para gentes que nunca conocerá, y que a su vez padecerán y esperarán y trabajarán para, otros que tampoco serán felices, pues el hombre ansía siempre una felicidad situada más allá de la porción que le es otorgada. Pero la grandeza del hombre está en querer mejorar lo que es. El hombre sólo puede hallar su grandeza, su máxima medida en el Reino de este Mundo”. Fidel, todos los hombres grandes, sin importar sus detractores,  pasó a la posteridad; hasta Obama y esto es bastante decir, reconoce el “impacto” de Castro en la historia y le definiò como “una figura excepcional”;  no será de aquellos que pasen desapercibidos, de quienes dentro de poco nadie se acuerde de ellos. No es necesario ser fidelista para admitir todo lo que significò en su tiempo. Negarlo es fanático y poco inteligente.

            Porque este es nuestro mundo, nuestro reino, aquel que podemos cambiar, más que sembrar, lo que implicaría limitar a un espacio al hombre, que no a sus ideas, ejemplos e inconformidades que andan viajando por todos los espacios y se llegan a donde se hallen cualquier hombre, tarde o temprano allá le llegan, es preferible pensar no en árboles, pese    lo bello, lo mágico y lo sustancial que son en la vida del hombre, sino en un enorme cóndor de alas desplegadas que recorre el mundo sideral llevando  la palabra y el mensaje, el sentido, significado y pertinencia de su vida pasada que es la de quienes siguen en lucha en este mundo, su único reino. Con todo eso, su vida continúa, porque esos hombres no mueren ni se siembran. Pueden ser cenizas esparcidas en el espacio, lanzadas de aquí y allá, pero por la fuerza misma de atracción que anida en ellas siempre se unirán en el punto, espacio y hora pertinente. Hasta suelen reaparecer en otras existencias y el mundo se estremece.

            Pablo Neruda, una madrugada, allá en el frente de Madrid, halló a Bolívar entre los hombres del “Quinto Regimiento”  y Orlando Araujo nos habló de un caballo, el de Bolívar, que ha estado recorriendo América y ha sido cabalgadura de todas las generosas causas del continente.

            Justamente cuando lo creyeron muerto o sembrado, que es estar atado a un sitio, las raíces te amarran, por eso suelen decir del hombre ya acabado o decidido a descansar, que echò raíces, comenzó la advertencia que recorre América Latina y hasta en Europa advierten, ¡Alerta! ¡Alerta! ¡Qué camina la espada de Bolívar por América Latina! Si, anda caminando y uno eso nunca ha dudado, menos ahora, por todo el continente, de nuevo atravesando los andes, las llanuras inmensas, es porque no ha muerto ni tampoco le han sembrado. Supo escapar de la muerte y se fue volando para seguir vigilante y despierto en este, su “reino de este mundo”. Por eso Fidel, siempre despierto, optó lo volviesen cenizas para hacer más fácil y expedito su salto a la posteridad.

             Ellos pues, esos hombres, no se quedan en  ningún sitio, no echan raíces, se montan al hombro sus morrales, libros, ideas y se van buscando donde puedan encontrar alguien que extienda las manos, una las suyas a las de otros y estos a los más y volverán a seguir construyendo la obra para la cual nacieron. Fidel, seguro como otros grandes conductores, se fugó a la montaña, fue a meditar y recobrar fuerzas. El mundo, su reino, hay que reinventarlo y para eso no sólo fuerzas y recursos materiales hacen faltas, sino también ideas y nada mejor que mirar desde arriba, no con el ánimo del prepotente, sino de quienes lo hacen por encima del tiempo y las montañas. Para hacer mejor este mundo, que es su único reino.



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Eligio Damas

Militante de la izquierda de toda la vida. Nunca ha sido candidato a nada y menos ser llevado a tribunal alguno. Libre para opinar, sin tapaojos ni ataduras. Maestro de escuela de los de abajo.

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