Se busca un Marx para que desnude este pseudosocialismo usurpador de Bolívar

Es generalmente aceptado entre tirios y troyanos, en materia de economía política, que un mérito innegable de Marx fue exponer con rigurosidad científica las contradicciones que observó y analizó en la sociedad burguesa, revelando el conflicto inexorable entre el capital y el trabajo, este subordinado a aquel, conflicto que daría, según él, al traste con el capitalismo y con ello el fin de la pre historia y el comienzo de la historia. La transición del capitalismo al socialismo, previa al comunismo, cuando comenzaría la historia, sería el socialismo en el cual seguiría la contradicción entre el capital y el trabajo pero este subordinando a aquel, a través del Estado que debería desaparecer en el comunismo. Como quiera que en el Siglo XX se tuvieron experiencias del socialismo (URSS, Cuba, Corea del Norte, China, Vietnam, etc.) y en lo que va del Siglo XXI unas continúan y surgieron otras, entre ellas la tergiversada y secuestrada por una nomenclatura mediocre y corrupta como la de la Venezuela actual, pareciera urgente clamar por la aparición de algún intelectual del calibre de Marx que tenga el coraje, pero sobre todo la sabiduría de exponer, con rigurosidad científica pero también con humildad y claridad pedagógica, las contradicciones propias de una sociedad socialista y permitir así re contextualizar,  tanto al capitalismo como al socialismo, o incluso para dilucidar si hay otra alternativa al capitalismo contemporáneo, caracterizado por una financiarización de la economía y una globalización asimétrica,  que no sea el socialismo tal y como lo conocemos.

Para los que adhieren a la teoría y práctica de la evolución y de la incesante dialéctica entre la síntesis y la antítesis, no hay duda de que habrá una sociedad postcapitalista y propuestas al respecto ha habido, desde la más conocida propuesta socialista empleando el Estado hasta otras, que también  pueden calificarse de utopías, como la propuesta de un apologista del capitalismo, Peter Drucker, quien ya en 1993, en su libro post-capitalist society, creía que era los accionistas, entre ellos los fondos de pensiones de los trabajadores, quienes iban a dirigir las empresas dueñas de los medios de producción. Al parecer, Ni Marx, ni Adam Smith, ni Peter Drucker, entre otros, contaban con la astucia del capitalista caníbal ni del burócrata tirano pues el mundo, lejos de aquella promesa de riqueza para todos que tanto como unos como otros prometieron solo quedan caricaturas de los sueños de unos y de otros.

En su más reciente informe, OXFAM registra que el uno por ciento más rico de la población posee más riqueza que el resto de la población del planeta, declarando a esta desigualdad como “insoportable”. Tales cifras pueden ser contrastadas en la cotidianidad de cualquier país del globo, y en particular en el nuestro. Aquí, unos creen, ingenuamente, que unificando la tasa de cambio se resolvería el problema económico y se empezaría a crear las condiciones para una creación de riqueza, algo que es una perogrullada afirmar que es una condición previa para repartirla. Es cierto que la unificación de la tasa de cambio eliminaría la principal fuente de corrupción de los funcionarios y empresarios enchufados pero también tal unificación significaría una brutal devaluación para los más pobres. El pseudosocialismo nuestro ha fracasado de tal manera que siendo incapaz de ponerle coto a la corrupción cívico-militar, acude al neoliberalismo para caerle a mas desgracias al pueblo chavista y no chavista, el que necesita una tasa de cambio no para los placeres de viajar  o bonchar como era permitido en la época de la bonanza petrolera, sino para poder comer y vestirse. ¿Cuál es la lógica en este pseudosocialismo? ¿Cómo es que en la teórica subordinación del capital al trabajo, el trabajador es expoliado con la anuencia del Estado? Los pobres y amplias capas de la clase media son víctimas, tanto de la corrupción de la burocracia estatal como  de un capitalismo salvaje y primitivo que cada día gana más espacios tanto en la MUD como en el Gobierno. Ambos polos no encuentran como satisfacer los voraces apetitos de unos pseudoempresarios e intelectuales insensibles a la tragedia social que claman por “reglas de juego claras” para los capitales nacionales o extranjeros, sin importarles la miseria de las mayorías empobrecidas durante los cien años de rentismo petrolero y que Chávez, quiméricamente, quiso redimir sin saber que solo sirvió de portaaviones de unos traficantes de la miseria en nombre del combate de la pobreza.

No hay pseudoempresario  que se respete que no clame a la MUD o al Gobierno para que le permitan el libre acceso a las divisas, sin considerar el grado de aporte de ellos a la generación de divisas, sino que apelan a que ellos como “buenos” venezolanos tienen más derecho que los otros venezolanos a acceder a la renta petrolera pues ellos son los escogidos por Dios para “sembrar” el petróleo. Intelectuales pro y anti militares claman por un Estado que garantice la libertad del capital, no sonrojándose en modo alguno si esa libertad es a costa no solo de la naturaleza, caso del Arco Minero, o de la expoliación del trabajador. Los militares, sintiéndose los que en definitiva sostienen el entramado institucional del país, se preguntan, ¿y cómo quedo yo allí? Sólo los genuinos hijos de Bolívar podrán ejercer la custodia con equidad, honor  y moral de la República la cual, en materia de propiedad de la renta petrolera, sigue siendo soberana. Al respecto, no ha habido cambio alguno desde 1492 cuando llegó Colón. Como es sabido los reyes eran los dueños, por obra y gracia de ellos y con la bendición del Vaticano, de todas las riquezas descubiertas y por descubrir en los territorios arrebatados a los indígenas. En octubre de 1829, desde Quito, Bolívar ratificó que era la república la dueña de las minas. Desde entonces, para bien y para mal, el petróleo ha sido teóricamente, es decir, jurídicamente, de todos los venezolanos.

Por ello, quienes detentan el gobierno, o aspiran a ellos, no  les importa tanto la ideología, sea esta capitalista o socialista, sino apoderarse de la renta para sus intereses grupales. Los empresarios disfrutaron a placer, desde 1914 por lo menos y hasta 1978, de la prioridad del acceso a la renta petrolera. Gómez, Medina Angarita, Betancourt y Carlos Andrés Pérez, por citar algunos, le dieron todo lo que ellos pedían. Chávez quiso darle un poquito más de la renta a los pobres, pero no lo dejaron y más bien lo cooptaron  tanto una izquierda escualidisima en acervo ideológico y pobrísima en victorias políticas y sobre todo en capacidad técnica como una burguesía que poco esfuerzo tuvo que hacer para enchufarse y captar rentas para sí, al mismísimo estilo de la IV República. Tocando a su fin el rentismo petrolero, ni unos ni otros no saben cómo sacar al país del laberinto petrolero, solo saben  practicar el “tú más” y el “tú también”.

Pero como ningún pueblo se suicida, seguiremos esperando que aparezca ese Marx que desnude la hipocresía tanto de los que aspiran a gobernar como de esta casta que ha secuestrado la idea de Bolívar. Sigue vigente la utopía bolivariana de construir una República con un gobierno que tenga por propósito fundamental facilitar la creación de la mayor suma de felicidad posible para la población.



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Ramón Rosales Linares

Ex Ministro de Producción y Comercio del Comandante Presidente Hugo Chávez Frías

 rrosaleslinares@gmail.com

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