La malo de uno, haberse empeñado en ser libre, es que suele discrepar, en la mayoría de los casos, con quienes manejan la opinión, bien sea del gobierno o de la oposición. Si uno se hubiese puesto como meta ser ministro, diputado o cualquiera de esos cargos, hasta en el servicio exterior, donde bien se gana y poco se trabaja, conseguir becas para estudiar en el exterior, etc., estaría obligado a pasar callado ante cualquier asunto o asumirse partidario sin estar convencido.
Pero no, uno es como pendejo, terco, no tiene la suficiente voluntad para fingir alegría ante algo que no le guste y hasta exige demasiada coincidencia. Un amigo suele decirme:
“¡Coño! Yo voy a terminar creyendo que eres bruto.
No sabes fingir, no has aprendido un arte que aquí
casi todo el mundo maneja con destreza.” “Te empeñas
siempre en buscarle las cuatro patas al gato y eso no le
gusta a nadie. Por eso te miran como perro sarnoso y no
apareces en ninguna lista de invitados, ni siquiera
telefónica”.Para subsistir tuviste que pasarte gran parte
de tu vida de docente de aula y por horas y eso no hace
héroe a nadie”. Si trabajar duro hiciese héroe a alguien
el panteón estaría superpoblado de buenos maestros de escuela.”
Es acertada la opinión de nuestro amigo. Es que ni siquiera intento cambiar; me satisface como soy y me escudo en asuntos de ética. Soy profesor de Historia. En la vida, militancia revolucionaria y la Academia, asumì que la verdad debe ser sagrada y mi obligación buscarla y pregonarla. Eso de los políticos, mentir para ganar adeptos o descalificar al oponente no se aviene con mis valores.
Por esas cosa, no entiendo que siendo verdad lo dicho por el presidente, no porque sea cosa original suya, sino porque es el resultado de las cavilaciones, estudios de la izquierda e historiadores, leídos de sobremesa, que la vanguardia del 23 de enero del cual formó parte Fabricio Ojeda, se fue a Miraflores, salvo la gente del PCV y la izquierda de AD, a celebrar con Larrazabal y los amos del capital y hasta agentes de la embajada gringa, la caída de la dictadura, celebremos como ellos aquel acontecimiento y de una manera u otra todavía rindamos homenajes a quienes estuvieron en aquella celebración. ¿Es digno de celebrarse el 23 de enero? ¿Què celebrar? ¿No será acaso mejor hacerlo por los luchadores clandestinos, los verdaderos héroes de la resistencia como Leonardo Ruiz Pineda, quizás el màs insigne de todos, y los jóvenes del PCV y quienes luego formaron el MIR?
¿Es más, porque no reclamamos y le anotamos como una deuda a aquella dirigencia, empezando por la Junta Patriótica, haber dejado todo el poder al cual tenían derecho a los mismos que gobernaron con Pérez Jiménez, salvo pocas excepciones, mientras ella distraía al pueblo con celebraciones inocentes e insustanciales desde Miraflores y en las calles como si se tratase de una fiesta patronal?
Como hemos dicho antes en otros trabajos, mientras los grupos económicos, empresarios, que gobernaron con el dictador se fueron a Miraflores a colocar nuevas figuras en los mismos cargos para seguir gobernando, la vanguardia se emborrachó en la calle de una gloria ficticia, vacía y emborrachó también al pueblo. La Junta Patriótica misma, aquella noche de 23 de enero, presidida casualmente por Fabricio Ojeda, pues el cargo se rotaba cada breve tiempo, se fue a Miraflores a celebrar y allá esperaron que del exterior llegaran Betancourt, Villalba y Rafael Caldera para seguir la fiesta y cerrar la borrachera con la firma del “Pacto de Punto Fijo”. Al pueblo le decían “váyanse a sus casas que todo està bajo control”.
Atrás quedaron los héroes de aquella larga jornada de luchas contra la dictadura. Atrás quedó el recuerdo de Leonardo Ruiz Pineda el insigne héroe de la resistencia, uno de los forjadores de la unidad de los venezolanos que luchaban en la clandestinidad. No fueron combatientes de un momento, ni en los instantes que el barco del dictador hacía aguas. Pudieron haber optado, como muchos, irse al exterior, allá quedarse, esperar que cayese el gobierno para volver. Pero no, Leonardo Ruiz Pineda fue demasiado grande y por eso entró a unirse a quienes aquí combatían en la vanguardia. A Leonardo le mataron antes del 23 de enero de 1958; por eso ninguna responsabilidad tuvo en aquella fiesta miraflorina y tampoco en la que montaron en la calle, pero con el mismo efecto de aquella, para dejar que la derecha y los capitalistas y socios del imperio volviesen, ahora en democracia a ostentar el poder. ¿A quién cobramos la deuda dejada por ese gigantesco error?
Al pasar esa cuenta, hay que abonarle su parte a cada quien. Y esta deuda es mayor en la medida que más responsabilidad se tenía.
Es cierto que, entre quienes ahora gobiernan predomina la influencia y el espíritu de quienes estuvieron en la lucha armada o de alguna manera, cuando ella se desarrollaba o con posterioridad, influidos por misteriosos cantos, fueron ganados para ella o para privilegiarla. Chávez mismo apeló a aquel alzamiento que si no lo llevó a Miraflores si lo catapultó en la preferencia de los venezolanos pero como candidato presidencial. El Caracazo, además de otros muchos hechos, puso al desnudo a los adoradores y practicantes de la lucha armada. El alzamiento mismo de Chávez produjo el mismo efecto, pues pese los contactos que este tuvo con el mundo externo al ejército, si es que se dieron, fue casi nula la participación de los civiles partidarios de la confrontación armada. Los fantasmas de la lucha armada y sus herederos, en la pràctica o la concepción, tuvieron que plegarse a Chávez para subsistir y tomar aire, cuando este lanzò su candidatura y llegó a Miraflores.
Pero abundan los analistas en el campo de la izquierda que no dudan, al hacer el balance de aquel proceso histórico, en juzgar muy mal la lucha armada en Venezuela. Un viejo amigo, quien participó en aquellos hechos, al resumir los acontecimientos, suele decir:
“Teníamos mayoría casi aplastante en el movi-
miento obrero, en el frente magisterial; los es-
tudiantes universitarios y hasta de secundaria
estaban con nosotros. Como también los docen-
tes universitarios, las autoridades de aquellas ca-
sas de estudio, los gremios de diferente tipo, los
transportistas, empleados; es decir, Venezuela
casi todo estaba con nosotros. Lo estaba en bue-
na medida el Ejèrcito, prueba de ello fueron los
alzamientos de Carùpano y Puerto Cabello. Y para
más, a manera de cerrar el balance, en un momento
dado, tuvimos mayoría en el poder legislativo y opta-
mos por irnos a la guerrilla, al monte, donde no tenía-
mos a nadie.”
Estando allí, en aquel como bucólico estado, el aparato represivo del puntofijismo y el imperialismo acabò sin dificultades con los sueños en los montes, sierras y ciudades.
Aquella vanguardia distanciada absolutamente de las masas, quiso repetir el proceso cubano que en nada se le parecía, porque el contexto era muy diferente. En la lucha de los cubanos contra Batista, el gobierno estadounidense no asumió el rol de combatiente o participante contumaz. Y además se dieron casos de gran valor simbólico, como que hasta Errol Flyn, el entones muy popular actor de las películas de espadachines y antifaces, estuvo en la sierra, al lado de los combatientes guerrilleros, en un acto propagandístico a favor suyo con la anuencia de su gobierno.
De manera que es muy poco lo que el movimiento popular logró de aquella lucha heroica, llena de sacrificios, abnegación de muchos compañeros, quienes si merecen se les recuerde justamente por esto que ya dijimos. Más si se trata de la multitud que entregó su vida luchando en las calles, montañas y consumidos en las cárceles. De aquellos como Alberto Lovera, combatientes de la sierra, como Argimiro Gabaldòn o el “Chema” Saer, el mismo Fabricio Ojeda o los desaparecidos como Bartolomé Vielma Hernández.
¿Es rigurosamente cierta la afirmación según la cual el movimiento popular y su vanguardia no tuvo otra opción sino que irse a la guerrilla? Eso fue lo que alegaron los promotores de aquella salida en su momento. ¿Eso es verdad? ¿Què opinò Domingo Alberto Rangel?
Serìa muy bueno estudiar a fondo, con seriedad este asunto, obviando la carga sentimental para despejar esa incógnita. La historia es muy engorrosa y poco serio intentar reponer los hechos embriagados de emoción y sentimentalismo.
Pero a la hora de hacer el balance, habrìa que juzgar de cómo se sacrificó a la fuerza revolucionaria que estaba en los cuarteles en alzamientos aislados, con el sueño que tras ellos bajarían los guerrilleros de las montañas; al inventariar las fuerzas y comprobar que después de varios años de lucha inútil, cargada de sacrificios, las masas se habían ido al lado de los partidos del puntofijismo. Tanto que al momento de la pacificación, los partidos de la izquierda habían quedado reducidos a pequeños grupos sin inserción en la vida de los venezolanos, hasta peleándose entre sí por las migajas y siguieron persistiendo por un tiempo unos pequeños grupos guerrilleros que luchaban más por la supervivencia que por otra cosa.
No parece cierto, pues es como una concepción romántica de la historia, que el fracaso de la lucha armada hubiese sido por carecer de unidad y dirección única. Es como un simplismo, además de romántico, explicar aquello de esa manera. Es como abordar el asunto por una pequeña arista o un solo lado, al parecer el màs cómodo o propicio para justificar otras cosas. Pero el poder y los vencedores suelen oficializar lo que creen o se inventan.
El hombre siente necesidad de inventarse su historia. Llegado al poder hasta la escribe a su gusto. Suele decirse que los vencedores escriben la historia. Y convierten pequeñas escaramuzas o cosas como aquellas quijotescas, de espantar a un pequeño grupo de curas o a un campesino arriando ovejas, en grandes batallas contra ejércitos gigantescos a quienes derrotaron desplegando heroísmo. Pasan por alto, son vainas de la embriaguez del poder, que pese todo cumplieron su rol con valentía, honestidad y arriesgaron todo por la patria, aunque como inútilmente, lo que no amerita tanto oropel y fanfarria.