La idea más simple dice que la vida es una sola. Me asalta esta frase cuando presencia en un hogar lleno de amor el contraste de la política entre una madre y su hijo adulto, con una novia embarazada. La señora es chavista y echada para adelante. Trabaja duro, hasta lo domingos, se queja de todo, como todos, de la carestía lo mismo que de la escases, porque no sabemos qué es peor: la carestía de ahora (todo por las nubes) y la escases y sus colas miserables que significaron no pocos empellones.
Él es opositor y bien apasionado en su motivación de sacar a Maduro como lo manda la MUD: "A coñazos, profesor". Yo le digo que esa no es la vía sensata, prudente, civilizada, razonable; que urge sentarse a dialogar, sin complejos, como venezolanos; pero él insiste que no, "con esos ladrones no hay que dialogar", le insisto, mírale el rabo a la cúpula de la Mud, también son sinvergüenzas, viven como reyes, tienen dólares, no sufren mientras tú te jodes y te arriesgas, comprometiendo también la seguridad y la vida de las demás personas. En fin, imagínense el tenor después de un cuarto de hora. Lo abrazo, lo despido y seguimos siendo hermanos.
Otro amigo me dice, incrédulo: "José Pérez, ¿cómo tú permites contacto en tu Facebook de gente escuálida, si tú eres chavista?". Muy sencillo, le respondo. Nunca maté a un adeco ni a un copeyano cuando, aún adolescente, ya era un estudiante de izquierda. Además, como profesor tuve más de 300 colegas docents que son adecos en la universidad donde trabajé durante 25 años, y nunca nos peleamos por política. Al contrario, compartimos buenos momentos y malos también, nos echamos palos, nos reímos, lloramos juntos, se leyeron mis libros y les oí sus canciones, chistes y ocurrencias, etc.; hasta jugamos dominó y truco, y nunca hubo una ofensa mutua. Ellos siguen en su tinte político y yo en el mío. Desde luego nos pasamos los últimos años criticando y peleando solo contra esta revolución media entuertada, pero qué le vamos a hacer. O inventamos o erramos. Surgirán nuevos actores y veremos. Seguiré en mi protesta solitaria aunque me ignoren, pero yo no salto la talanquera. Y estoy seguro que ellos tampoco. Por lo demás, el Facebook me interesa muy poco. Me parece un chismeadero público, encuentro muy pocas de mi interés.
Otro detalle curioso lo recibo de un gran amigo, y de un gran poeta y narrador de mi generación. Una generación por cierto muy especial, que estudió letras, idiomas, artes e historia en la Facultad de Humanidades de la ULA Mérida entre 1985 y 1990, resultando más de 30 de nosotros brillantes profesores universitarios, a mayoría con doctorados en el exterior, y que hoy transitamos la vuelta de la esquina entre los 50 y 60 años. Dentro de esa diversidad, tenemos diferencias políticas, religiosas, sexuales y quién sabe de qué más.
El poeta opositor al que aludo, es alguien especial para mí. Estudiamos juntos y nos hemos mantenido unidos durante más de 30 años, siempre con respeto, con afecto sincero y excepto en el año 2000, que discutimos de política en Granada, España, yo defendiendo a Chávez (Constitución en mano), y él, junto a otros estudiantes de doctorado de Venezuela (varios), cayéndome encima entre copas de cerveza, para convencerme que Chávez sería un fracaso. No gané la pelea pero la empaté. Pasamos un buen rato y esa discusión quedó ahí. Me vine a los tres meses de España, y ellos se quedaron cinco años.
Mi amigo poeta escribe en El Universal sus brillantes artículos, me los envía, los leo, los disfruto, muy cultos, muy inteligentes, por eso admiro también su excelente obra publicada, y yo le envío mis textos de aporrea y los que publico en la prensa de provincia. Por WhatsApp nos comentamos cosas. A veces no estamos de acuerdo en nada. El jala para allá y yo jalo para acá. Él desde Mérida, yo desde Margarita. Fui a Mérida en noviembre y comimos juntos, compartimos, discutimos cosas de política, de cultura, como dos hermanos. Vino en marzo a Margarita y me enfermé y no pudimos compartir, cosa que lamento.
Una de estas noches recientes, lamentando el crítico estado de salud de su señora madre, quien merece todo nuestro amor como venezolana que es, y nuestras oraciones y ruegos a Dios para que supere la severa ACV que la aquejó hace diez o doce días, en medio del sentimiento de solidaridad con el que hemos sido consecuentes siempre; él me confiesa lo siguiente, en un mensaje: "Mi querido hermano, hace mucho tiempo me plantee si valía la pena sacrificar su amistad por una diferencia política. Ud. mismo me ayudó. Por esos días me hizo una pregunta que me recordó todo el tiempo que llevamos siendo buenos amigos. Me di cuenta que no quiero pelearme con usted ni mucho menos". De parte mía, eso me dejó sorprendido. Nunca me pelearía con un verdadero amigo por política. Si el amigo se distancia, lo cual a menudo es sensato, vale; pero si lo encuentro, ya viejo atado a un bastón, igual que yo, ¿qué nos vamos a decir? "Hermano, ¿nos tomamos un café?", o nos diremos: "¿Hermano, ¿nos damos la trompada que nunca nos dimos?". Saquen sus conclusiones.
La vida es una sola. Pasarán las tormentas. La historia dictará sus derrotas. Ojalá sigamos vivos, importándonos unos a otros, como venezolanos, opositores y chavistas, sin contar un muerto más por la incordura, la ignorancia, la sinrazón, la manipulación, el abuso de la fuerza, el saboteo constante, los defectos mutuos. Todo eso sólo deja calamidad, sufrimiento, hondas cicatrices y una muy mala manera de gastar nuestras energías. A los padres sensatos recomiendo que no envíen sus hijos a esos zafarranchos llamados "protesta pacífica", ese arroz con mango que enmascara a malandros, drogadictos, estudiantes, trabajadores; a viejos y jóvenes, bajo un eslogan bastante absurdo de "resistencia contra la dictadura". Por favor. Medio país parado por la manipulación de un cogollo mal llamado Mesa de La Unidad Democrática.
No seré yo quien diga cómo se solucionará esto, peros sí el que diga que espero que haya una buena y razonable solución. Que mi vecina y su hijo cenen con amor y salgan a la calla juntos, con amor, y vuelvan a casa felices, sin ver el mundo partido en dos; y que mi amigo poeta tenga la absoluta certeza de que mi amistad estará allí donde la necesita, guarecida por la fraternidad y el respeto, como al resto de mis más caros amigos. Lo digo así partiendo de la toma de conciencia absoluta de que la vida es una sola, y ya llevo 51 años a cuesta, dispuesto a sumarle otros años, no restarle. No restarle nada. Tal vez ni las tristezas, porque hasta éstas ayudan a vivir. Tanto como los sueños. Tanto como la esperanza y la utopía.