Parecerá una exageración, pero de cómo se ejerza la política dependerá el destino de la humanidad. La política como peripecia mezquina nos lleva a la extinción, sólo la epopeya social nos podrá salvar. Veamos.
Si el hombre no consigue erguirse sobre su tiempo, si no consigue sobreponerse a sus necesidades individuales, si no se comporta como un animal social que sólo puede realizar su individualidad junto a la realización de la sociedad, entonces irremediablemente la especie está perdida.
De esta fatalidad no nos damos cuenta porque vivimos poco tiempo para apreciar el deterioro de la sociedad y del planeta. Es difícil interiorizar los cambios en el ambiente. Podemos leer que el calor aumentó este verano, ver que los glaciares de la Sierra Nevada desaparecieron, pero no sentimos en las entrañas el camino al abismo. Tenemos noticias de inundaciones, de sequías, pero no las relacionamos con el rumbo fatal. Nuestra realidad la moldean los medios de comunicación que están en manos de los causantes del desastre.
Un presidente del país más poderosos de la tierra dice que no hay tal deterioro ambiental, él no sale de su egoísta existencia conservada en aires acondicionados, él sólo siente el fresco de su mezquino entorno, no ve más allá de sus narices, sólo piensa en el lucro. Este señor puede durar algunos años más y desaparecerá. La especie, dirigida por estos egoístas, seguirá su camino hacia el desastre. Ellos no podrán sentir el drama, sólo se preocupan por su precaria existencia, por consumir, acumular, tener poder. Los políticos del planeta actúan así, les importa su gesta individual, lo social, en el mejor de los casos, es excusa.
Aquí, entre nosotros, ocurre un crimen de lesa humanidad que compromete el destino de la vida en el planeta, y entretanto la sociedad gira alrededor de una constituyente que se ocupa de lo pequeño. Aquí entre nosotros se asesinó la esperanza, y la sociedad se siente tranquila porque unos jóvenes fascistas dejaron de jugar a la guerrita. Entonces, la vida sigue su rumbo, de suma de los egoísmos, de soluciones a las existencias individuales, mezquinas.
Aquí la humanidad parió una esperanza, nos entregó esa responsabilidad de ser ejemplo para el mundo, guía de su salvación. Debíamos demostrar que otro sistema social era posible, que se podía salvar al planeta. Aquí, entre nosotros, surgió el líder, y el líder fue poder. Y dejamos morir el niño que nacía, no pudimos protegerlo de la única manera que eso es posible: rodeándolo de líderes dispuestos a seguir su legado, con un pueblo atento a las falsificaciones; demostrando al monstruo que su asesinato no sería solución para los capitalistas, sino una calamidad, se extendería al continente la ola revolucionaria. No fue así, su asesinato terminó en el triunfo de unas elecciones burguesas.
La política como gesta individual sigue marcando el rumbo del planeta, los políticos se guían por sus intereses personales, desde allí planifican sus acciones. Son líderes individuales, hombres "dessocializados", no piensan en la sociedad, en la humanidad, su vista no va más allá de algunos años, el futuro para ellos es corto. Después que ellos pasen, vendrán otros que pensarán igual, sólo en ellos. No importa lo que suceda en cien años, ya no estaremos aquí dijo un pensador económico. Y tenía tenebrosa razón. En cien años no estaremos, es verdad, pero tampoco estará quién pueda leer estas líneas, no existirá el humano, y si por casualidad algunos miembros de la especie aún deambulen por allí serán como el cromañón de las cavernas, no conocerán ni el fuego, vivirán en la preshitoria, y quizá algunos llorarán a unos antepasados que condenaron a sus hijos.
Es así, la Humanidad sin líderes sociales, aquellos que piensen en la humanidad, no es viable.