A pesar de lo que expongan muchos teóricos, las revoluciones dependen de un líder, alrededor de él se forma la dirección de la Revolución. Su conducta, su pensamiento, tiñe el proceso. Le da sentido a la palabra pueblo y guía a esa masa por rumbos, intentos, inéditos.
Son reaccionarias las tesis que niegan al líder en aras de un impreciso movimiento de muchedumbre que desde abajo, sin jefatura, construiría una Revolución. Lo que consigue esta conseja es despojar a la masa de su dirección, decapitar a la rebeldía, hacerla inocua.
De esta manera, la calidad de una Revolución viene dada por la calidad de su líder, de su vanguardia, de su dirección. Y en el proceso la masa influye sobre el líder y se forma lo que el Che llamó la "unidad dialéctica". Pero dejemos que sea el mismo Che quien nos transmita el concepto:
"Maestro en ello es Fidel, cuyo particular modo de integración con el pueblo solo puede apreciarse viéndolo actuar. En las grandes concentraciones públicas se observa algo así como el diálogo de dos diapasones cuyas vibraciones provocan otras nuevas en el interlocutor. Fidel y la masa comienzan a vibrar en un diálogo de intensidad creciente hasta alcanzar el clímax en un final abrupto, coronado por nuestro grito de lucha y victoria. Lo difícil de entender, para quien no viva la experiencia de la revolución, es esa estrecha unidad dialéctica existente entre el individuo y la masa, donde ambos se interrelacionan y, a su vez, la masa, como conjunto de individuos, se interrelaciona con los dirigentes".
No nos confundamos: el líder no dispensa la necesidad de la masa, ésta es indispensable para formar la unidad con el líder, con la dirección. Concluimos que no hay líder sin masa y no hay masa sin líder.
El siglo pasado fue fecundo en líderes, la lista es larga, podríamos comenzarla con Lenin, y ese caudal tormentoso se enriquece en su tránsito hasta llegar a Fidel, Raúl, el Che, Chávez. Podríamos nombrar a cien y más líderes de este caudal, todos importantes, todos heroicos. Ahora bien, parece que con el siglo pasado se agotaron los liderazgos y las Revoluciones, ninguno, o muy pocos, han aflorado en este siglo. Los que traspusieron la frontera del tiempo lo hicieron con su obra, con su Revolución al hombro, no ha surgido un líder y una Revolución genuina del siglo veintiuno.
Este siglo asoma como el siglo de la molicie, los líderes carecen de columna vertebral, se mueven con el viento de las circunstancias, no modelan nada, son modelados. La escasez de liderazgos en este siglo parece ser un fenómeno mundial; si observamos el continente nos encontraremos que Argentina cambió a Cristina por un desteñido macri; Brasil trocó a Lula y Dilma por el inefable temer; Chile no levanta la cabeza desde Allende, Colombia no aporta nada. Venezuela es un ejemplo lamentable: se nos fue Chávez, un verdadero líder mundial, como no se veía desde Fidel. Y paremos de sacar cuentas para no tener que nombrar a Centroamérica y menos a los Estados Unidos.
En Europa, Asia, se observa el mismo fenómeno, escasez de líderes, la mediocracia. ¿Será este un siglo perdido? No lo afirmamos, la historia se especializa en dar sorpresas, cuando menos se espera, cuando menos se cree brota un líder y su masa que lo acompaña, esto se llama esperanza. Quizá una buena definición del humano sería "un animal que tiene esperanzas". Son tiempos de Humanidad, tiempos de esperanzas.