Ahora que Hugo Chávez puso a correr a todos sus partidarios incrustados en las diferentes cúpulas partidistas (muchos de ellos afanados por posicionarse como garantes idóneos de esa transición al socialismo que aún no termina de cuajar) se impone una remezón histórica que sacuda todas las estructuras sobre las cuales se asienta la sociedad venezolana y se geste, en consecuencia, un poder constituyente popular totalmente inédito.
Aun cuando la propuesta de Chávez trata de unificar disímiles componentes y fuerzas ideológicas heterogéneas y, hasta, antagónicas, lo cierto es que la misma tiene que enraizarse, primero, en las conciencias de los millones de venezolanos que apoyamos el proceso revolucionario bolivariano. No es simplemente decretar una unidad que, al fin de un tiempo, se manifieste ficticia por ser producto de los intereses y de la conveniencia de unos cogollos que han violentado la voluntad popular al desconocer el ejercicio cotidiano de la democracia participativa y dificultar su avance, su organización autónoma y su nivel de conciencia revolucionaria. Por lo tanto, pareciera que los primeros interesados en abortar dicha propuesta son los mismos que hoy usufructúan el poder, situándose en el bando reformista.
Esta idea no es incompatible con la del partido único, o unitario, lanzada por Chávez. Al contrario, ella viene a complementar, desde abajo, y con una visión raigalmente transformadora, capaz de generar el cambio estructural requerido, la propuesta de una sola organización política que agrupe y adoctrine a todos los hombres y a todas las mujeres que deseen hacer la revolución en Venezuela. Esto implica no sólo estar de acuerdo en que ello ocurra así. Implica trabajar a tiempo completo para que el pueblo adopte como propia esa necesidad de organizarse para hacer avanzar el proceso bolivariano y dotarlo de las herramientas ideológicas que le permitan consolidarse, superando el Estado y la cultura reformista, heredados de adecos y copeyanos. Para lograrlo, hace falta que los sectores populares echen mano de los instrumentos jurídicos que les enuncian y les garantizan su papel soberano, participativo y protagónico, de modo que puedan prefigurar, incluso, la instauración de un tipo diferente de Estado, controlado por el pueblo, que solde la esfera política y la esfera económica, eliminando, así, la dicotomía impuesta por el capitalismo.
Se requiere, por tanto, capear las deficiencias de iniciativas y responsabilidad en las bases, ya que éstas diluyen en la nada el concepto y la vigencia de la democracia participativa y protagónica proyectada en la Constitución venezolana. Asimismo, esta constituyente popular demanda, de quienes deseen participar en ella, de una clara formación ideológica revolucionaria, centrada en lo que ha de ser el socialismo en el siglo XXI, y de un compromiso revolucionario no reñido con la ética, la humildad y la búsqueda del bien común. Esto exige una orientación dirigida, por supuesto, a construir el cambio estructural y a redefinir la realidad política, social y económica de la Venezuela del futuro.
La democracia de consejos y asambleas populares implícita en esta Constituyente Popular se inscribe en la necesidad de conjugar ampliamente las libertades civiles y la pluralidad en el pensamiento, con la suficiente independencia de la organización popular y las múltiples modalidades de acción las masas. Esta democracia, repitiendo lo dicho por Rosa Luxemburgo, resultaría “ser la base indispensable de la organización socialista”. Este sería el primer objetivo de esta Constituyente Popular: hacer posible la horizontalización del poder. En cuanto al partido único sugerido por Chávez, garantizaría evitar la entronización de una dictadura burocrática expropiadora del poder popular. Ambos asuntos tendrían que propiciarse simultáneamente, sin exclusión de uno o de otro, si se quiere realmente afianzar el proceso revolucionario bolivariano y adentrarlo en una nueva fase de definiciones. Es imprescindible, entonces, abrir un debate democrático generalizado, que comprometa a todo el conglomerado social, sin temor a abarcar abiertamente aquellos temas que nos permitan construir una conciencia socialista, capaz de incentivar en todos la capacidad efectiva de decisión, de manera colectiva y desde abajo, que hagan insustancial cualquier delegación de poder en las instituciones políticas hasta ahora conocidas y, más bien al contrario, abran espacios a una renovación continua del ejercicio democrático a manos del pueblo.